Satisfacer mis necesidades sólo me alegra momentáneamente, pero las cosas de Dios dejan una paz en el alma que dura por siempre
![]() |
Gonzalo Aragon | Shutterstock |
Conozco
a muchas personas alegres, de risa fácil, de broma en la punta de la lengua. Me
río con ellas, porque hacen que la vida sea más bonita, más sencilla y tenga
más luz.
Me alegran los que ríen a carcajadas, de la vida, de sí mismos.
Los que no se toman demasiado en serio. Los que hacen humor en los momentos más
complicados.
Me gustan los chistes fáciles, las bromas inocentes. Quisiera
aprender a reírme siempre de mí mismos antes que de otros.
Reírme al ver mis torpezas, reconocerme en mis carencias,
comprobar que mis caídas pueden ser motivo de risa para mi alma. No me tomo muy
en serio, no merece la pena.
Ni me entristezco cuando se ríen de mí, cuando sonríen al ver mis
debilidades. No tendría que enojarme cuando soy ocasión de risa para otros.
Mis defectos
distorsionados pueden hacer reír. Y la risa
es muy sana. Calma el dolor, elimina la pena.
La alegría verdadera
Con mucha frecuencia compruebo que la alegría que necesito es alabar a
Dios por las obras grandes que realiza en mi corazón.
Alegrarme por la bondad de Dios en mi
historia, al comprobar que me salva, me quiere, me acompaña. Es la luz que me
da saberme amado.
La
mayor alegría que disfruto en esta vida es cuando acaricio el amor humano en
aquellos que me quieren por lo que soy, no tanto por lo que hago, por lo que
logro, por mis éxitos o mis hazañas.
La alegría que da el amor
incondicional no me lo da nada en esta vida. Ese abrazo
cuando menos me lo merezco es la mayor alegría en mi vida.
El abrazo consolador cuando sé que he hecho las cosas mal y tomado
decisiones equivocadas. Es la alegría del Padre que acoge al hijo pródigo
cuando regresa a casa.
La alegría del padre es contagiosa. El hijo se alegra al ver la
sonrisa de bienvenida. Ya no tiene miedo. Ya no espera un castigo.
La gratuidad alegra el corazón mucho
más que el premio por el trabajo bien hecho.
Es la alegría de una sonrisa que no merezco. Me gusta ese abrazo.
Y así quisiera dar yo alegría.
Sonrisa duradera
Más allá de los chistes y bromas que alegran por un momento el
alma, valoro esa alegría que permanece después de un abrazo, de un encuentro,
de una revelación.
La alegría serena del que sabe que su vida descansa en el corazón
de Dios y en el amor incondicional que recibe en sus límites de los que lo
aman. Decía el papa Francisco:
«Cuando la
búsqueda del placer es obsesiva, nos encierra en una sola cosa y nos incapacita
para encontrar otro tipo de satisfacciones. La alegría, en cambio, amplía la
capacidad de gozar y nos permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en las
etapas de la vida donde el placer se apaga«.
Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia
Satisfacer mis necesidades sólo me
alegra momentáneamente. Las cosas del mundo me dejan insatisfecho muy pronto.
Las cosas de Dios dejan una paz en el alma que dura por siempre. Me gusta esa
mirada sobre la vida.
No busco satisfacer las necesidades que tengo. Sólo quiero tener
la alegría para sonreír en medio de las dificultades, de las cruces.
Una sonrisa profunda porque el corazón descansa en Dios, está
anclado en lo más alto, en lo más profundo del cielo.
Me
gustaría dar esa alegría a los que están a mi lado. Que se alejen de mí con el
corazón más contento.
Hoy estoy alegre cuando la cruz de Jesús se acerca, su pasión y su
muerte. Pero sé que detrás de cada tormenta vuelve a salir el sol.
Detrás de cada pérdida sale mi Padre a abrazarme en mitad del
camino. Tras cada oscuridad brota una luz para iluminar mis pasos.
Quisiera no perder nunca la alegría
del corazón. Eliminar, apartar de mí esos miedos que me llenan de
tristeza, alejar de mi alma esas obsesiones que fácilmente me
entristecen cuando no logro el objetivo que pretendo.
Quisiera tener un corazón de niño para
disfrutar la vida en presente, todo lo que encuentro, todo lo que
recibo. Incluso la capacidad para sonreír cuando nada parece salir como deseo.
Y entonces contagiar esperanza. No quitarle nada al
dolor que sufro. Pero saber que la alegría no depende de tantas cosas que
escapan a mi control.
No puedo controlarlo todo. Sólo puedo confiar y
sonreír. Dios
ya ha logrado la victoria. Y yo vivo cada día como un regalo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia