Es tan frágil mi corazón, que se deja llevar por sus promesas de darme bienes inmediatos...
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Jesús es tentado por el demonio
hasta en tres ocasiones.
«En aquel tiempo, Jesús, lleno
del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo
fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo».
Son las tres tentaciones más
normales en nuestra vida.
1. TENTACIÓN MATERIAL
La primera tiene que ver con
lo material, con el hambre que pretende saciar y calmar el vacío
que tengo en el corazón:
«Todo aquel tiempo estuvo sin
comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: – Si eres Hijo de
Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: – Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre».
Tengo hambre.
En mi corazón siento un vacío inmenso, infinito. Y pretendo saciarlo
con las cosas del mundo.
Quiero ser feliz intentando
conseguir que el mundo me sonría. Cuando no lo hace pierdo la alegría y me
siento vacío.
Consumismo
El demonio me tienta
con darme pan cuando lo necesite. Basta con que lo pida. Así es el consumismo en
el que vivo.
Cuando me falta algo lo
consigo. No me cuestiono cuánta falta me hacen las cosas. Simplemente las
busco y las persigo. Y en seguida llegan a mi poder.
Me lleno de cosas que no me hacen
falta. La abundancia me aletarga. No siento nunca necesidad.
Del pan a la Palabra
Me hace bien que me duela no
tener ciertas cosas. Me permite desarrollar mi creatividad.
Puedo ser feliz con lo que tengo.
No necesito lo que siento que ahora mismo me falta. La austeridad es
esa capacidad para renunciar. No siempre que tengo hambre me detengo y como.
Cuando uno camina a Santiago sabe
que tiene que llegar a un pueblo. En el camino no siempre encuentra lo que
necesita.
El hambre duele y en ocasiones la
sed. Ser capaz de caminar feliz con hambre y sed es una experiencia que me
ayuda a madurar. Dejo de ser esa persona caprichosa que obtiene todo lo
que necesita.
No sólo de pan vive el hombre. No
sólo de aquello que necesito. Puedo vivir buscando la palabra de Dios que
me da vida y esperanza.
Cuando desvío la mirada de
aquello que me obsesiona comienzo a valorar más otras cosas. El hambre del
mundo me preocupa. Hay mucha necesidad que no sé ver.
José Antonio Pagola comenta: «Hay
que liberar a los pobres del hambre y miseria». Esa hambre es la que me
duele.
La cuaresma me invita a desviar
la mirada de mi hambre y pensar en los que de verdad sufren en su vida.
Mi renuncia a ese pan me abre el
corazón. La tentación de lo material hoy toca mi corazón. Quiero ser más
libre en esta Cuaresma.
2. PODER
«Después, llevándole a lo alto,
el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: – Te
daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy
a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo. Jesús le
contestó: – Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».
Poder para gobernar, para
tener autoridad. Es lo que en ocasiones busco y temo perder. Quiero
mandar, que me escuchen, que hagan mi voluntad, que me sigan y admiren.
Quiero vivir en el centro y que
nada suceda sin mi permiso. Quiero mandar y que los demás me obedezcan. ¡Cuánta
pobreza en mis pretensiones!
Siempre hay un deseo de poder en
el corazón. El deseo de influir en los demás. El deseo de poder cambiar la
realidad para que no sea como es.
El deseo de tener a muchos que me
obedezcan y logren por mí lo que yo también deseo conquistar.
La gran tentación
El poder es tentador. Por eso hay
tantas personas que abusan de su poder. Porque no hay un límite.
Quiero mandar sobre todos los
reinos de este mundo. Sobre todas las personas. No quiero que alguien mande sobre
mí.
El poder es la gran tentación en
mi vida. Deseo imponer mi voluntad. Y me duele cuando otros deciden
por mí y actúan sin tomarme en cuenta.
Es curioso cómo funciona el
corazón humano. Nunca es bastante el poder. Puedo influir sobre algunos
pero quiero más.
Servicio o abuso
El poder puede sacar lo mejor de
mí cuando lo vivo como un servicio. Sé que lo importante es servir la vida
ajena amando a los que Dios me confía.
Entender así el poder político
sería increíble. Pero a menudo el poder sirve a mis intereses.
Quiero más, necesito más. Me
comparo con los que más poder tienen y deseo influir como ellos influyen en la
sociedad.
El poder es muy tentador. Vivir
sometido al poder de otros es lo que no quiero. Y puede que me deje
someter para obtener beneficios y ventajas.
Dejo de hacer aquello en lo que
creo por tener el afecto de los poderosos. Me importa tener poder y ser amado
por los que tienen poder.
El poder como servicio me vuelve
creativo y generoso. El poder como medio para lograr mis fines saca lo peor de
mí y puede acabar enfermándome.
Imponerse hasta la guerra
Así es el poder que no
quiero. El que lleva a la guerra tratando de imponerse sobre los más
débiles.
Ese que continuamente está en
lucha con otros poderosos tratando de vencer e imponer sus normas y
formas.
El poder puede acabar deformando
mi mirada y llenando de ira y miedos mi propio corazón.
No aferrarse, entregarlo a Dios
Quiero entregarle a Dios el
poder que tengo. La autoridad que me ha conferido. Quiero que esté Él en
todo lo que hago.
Que Él me ayude a liberarme
de mi poder, a no aferrarme a lo que me da seguridad.
Y que no abuse del
poder que tengo. Ni explote a nadie ni haga mal a otros para obtener yo un beneficio.
Me hace bien tocar la debilidad. Comenta el Papa Francisco:
«El Señor no nos quita todas las
debilidades, sino que nos ayuda a caminar con las debilidades, tomándonos de la
mano. Toma de la mano nuestras debilidades y se pone cerca de nosotros. Y esto
es la ternura. La experiencia de la ternura consiste en ver el poder de Dios
pasar precisamente a través de lo que nos hace más frágiles; siempre y cuando
nos convirtamos de la mirada del Maligno».
En la debilidad, desprovisto
de poder, toco la ternura y el amor de Dios en mi vida.
Cuando dejo caer las cadenas de
mi orgullo y me muestro indefenso, Dios puede entrar por mis puertas abiertas.
Me siento en paz y descubro que
la vanidad y el orgullo matan la vida de mi alma.
3. SOBERBIA
La tercera tentación tiene que
ver con la soberbia. Con el deseo de que me sigan y hagan todo lo que yo
deseo:
«Entonces lo llevó a Jerusalén y
lo puso en el alero del templo y le dijo: – Si eres Hijo de Dios, tírate de
aquí abajo, porque está escrito: – Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y
también: – Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las
piedras. Jesús le contestó: – Está mandado: – No tentarás al Señor, tu Dios.
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión».
Ya no se trata de poseer todos
los reinos sino de tener un poder que me salve en toda necesidad. La
tentación de ser el mejor, el primero, el exitoso.
Busco en esta vida que todo me
resulte bien. y quisiera que el mundo se plegara a mis deseos.
Soy hijo, pobre
Se me olvida quién soy. Soy hijo,
soy niño, soy pobre. Dios puede hacer conmigo una obra nueva, una nueva
creatura solo si me dejo transformar por su amor.
Pero si me vuelvo rígido y me
quedo atado a mis deseos nada nuevo podrá ocurrir en mi interior. Me gusta
la promesa que Dios me hace:
«Te llevarán en sus palmas, para
que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré
porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la
tribulación, lo defenderé, lo glorificaré».
Dios es el que me cuida. Pero
no lo tiento. No lo pongo a prueba.
Tentar a Dios
Con frecuencia pongo a prueba a
Dios y le digo:
«Si realmente me quieres haz esto
por mí, sácame de esta enfermedad maldita. Salva a mi hermano, a mi padre, a mi
esposo. Salva a los que amo. Porque yo te quiero y me lo has prometido. Y si no
lo haces me estarás mostrando que tu amor no es tan grande».
Tiento a Dios y su poder. Si me
quiere tanto como dice hacerlo, tendrá que hacer realidad todo lo que le pido.
Hará posible lo que ahora no veo
ante mí. Superará mis miedos y vencerá en medio de mi camino. La promesa es que
me librará de mis aflicciones.
Pero yo creo que si hago el bien,
me porto como Dios espera y digo amarle, todo va a ir bien.
Sin embargo no es así. Dios
no cumple mis deseos al pie de la letra, y en los tiempos que yo exijo.
No es así ese Dios al que amo,
quien me ama. Su poder no es ese que yo busco y deseo en este mundo.
Bienes inmediatos
El demonio me tienta y me dice
que si lo sigo a él me va a ir mejor. Que si lo adoro a él voy a ser más feliz
y voy a ver satisfechas mis necesidades.
Y así a veces me dejo llevar por
la tentación. No soy como Jesús que resiste en medio del desierto, con
hambre y sed.
Yo, en cuanto paso necesidad
miro al demonio y sigo sus pasos. Me vuelvo su servidor y esclavo.
Es tan frágil mi corazón, que se
deja llevar por sus insinuaciones. Porque lo que me promete el demonio al
tentarme son bienes inmediatos.
Quiere que me pase a ese lado en
el que reina la oscuridad. Me promete que Él me va a dar todo lo que deseo,
pero es imposible.
Solo Dios hace feliz
Dios es todopoderoso, el demonio
es impotente, es una creatura. Y está llena de maldad y egoísmo. No me va a
hacer feliz, no va a hacer plena mi vida.
Voy a ser un menesteroso siempre
si permanezco a su lado. Voy a quedarme solo si busco al diablo como mi abogado
y defensor.
Sólo Dios ensancha mi corazón, el
demonio me lleva a pensar que los demás son mis enemigos, el infierno en esta
vida.
Me insinúa que tengo que
construir mi camino sin contar con nadie, sin amar a nadie. El demonio me hace
pensar que siempre los demás están equivocados y yo tengo la razón, porque soy
mejor que ellos. Y me tienen envidia porque soy más capaz.
El demonio me aísla y hace
que no quiera ayudar a nadie ni dejarme ayudar. Vivo en mi mundo feliz, no los
necesito.
El demonio me recuerda que seré
feliz si disfruto cada día sin necesidad de renunciar ni sacrificar nada por
amor. En el amor salgo perdiendo.
Así actúa el demonio cuando me
tienta prometiéndome una felicidad que no me puede dar.
Dios sí puede, y Él me da fuerzas
para resistir estas tentaciones que me hablan de una felicidad caduca que
no llena el corazón.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





