Una inestimable ayuda para espabilar y mirar con esperanza hacia la Pascua
El Padre Pío experimentaba en la Eucaristía los sufrimientos de Cristo en el Calvario a través de los estigmas que llevaba en su cuerpo |
La Cuaresma ha pasado ya su ecuador y se encamina con decisión
hacia la Semana Santa, con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Sin embargo, aún
hay tiempo para vivir este importante tiempo litúrgico y prepararse para el
momento más importante para los cristianos.
Una forma de
vivir bien lo que queda de Cuaresma es de la mano de los santos, que en su
vida hicieron carne este tiempo y muestran un camino a seguir al resto de
creyentes.
El Padre Pío, el gran santo
capuchino, hizo de su vida un camino de Cuaresma que desemboca en la Pascua y
en las puertas abiertas del cielo.
De este camino del santo de los estigmas se pueden sacar siete aspectos esenciales que
ayuden a los cristianos a vivir una Cuaresma auténtica. Los recoge Famille
Chretienne y son los siguientes: cruz, conversión,
confesión, oración, eucaristía, humildad y combate espiritual.
Veámoslos uno a uno con el Padre Pío:
1. La Cruz, el saludo de
Cuaresma
“Jesús eligió la
Cruz como su estandarte, y por eso quiere que todos sus discípulos lo sigan en
el camino del Calvario. Sólo siguiendo este camino se llega a la
salvación”, dijo el fraile capuchino.
La Santa Sede le
definía así de cara a su beatificación: “Al igual que el apóstol
Pablo, puso en la cumbre
de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su
sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por
medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo.
Esta significativa unión a la Cruz en el Padre Pío se vio a través
de los estigmas que
empezaron a manifestarse en él desde 1918 y que le acompañarían hasta su muerte.
Estas dolorosas heridas que perforaban sus manos y pies, desgarrando su costado,
molestaron al joven fraile, pero pronto ardió en él una viva conciencia de su
indignidad para unirse así en su carne al Crucificado y la inmensa alegría de
conocer algunos sufrimientos de la Cruz.
2. Conversión, santidad
cuaresmal
Decía el Padre Pío: "¡Qué bueno es Jesús con sus criaturas, cuántas victorias
puede enumerar su siervo debido a su poderosa ayuda!”. Y es que
durante su vida el fraile capuchino pudo ser testigo de numerosas conversiones.
Fue precisamente el confesionario un lugar propicio para ello. Si el Padre Pío
nunca desesperó de la salvación de las almas fue porque tenía “fe en la
infinita bondad de Dios”.
Este santo tomó
a muchos bajo su dirección espiritual. Le escribían personas de todo
el mundo para confiarle una intención, para buscar su consejo. Iluminó, consoló
y animó sin descanso a buscar la santidad: “Si logras vencer la tentación,
produce el efecto del detergente en polvo sobre la ropa sucia”.
3. Confesión: calma tu
alma en Cuaresma
“La confesión es
el baño del alma”, afirmaba el Padre Pío.
El padre Agostino, su confesor, le dijo poco después de su
ordenación: “tienes muy poca salud, no puedes ser predicador. Así que deseo que seas un gran confesor”.
Estas palabras acabaron resultando proféticas, pues el santo acabó haciendo de
la confesión un gran apostolado.
El Padre Pío podía pasar hasta doce horas al día confesando, donde
las colas eran interminables. En ellas había gente sencilla, intelectuales y
hasta obispos. “No tengo
un minuto libre: todo el tiempo es para liberar a mis hermanos de los lazos de
Satanás”, decía. Este don para ser un apóstol del confesionario le
venía dado con el de la clarividencia, con la que podía escudriñar los
corazones de los penitentes para conducirles a una verdadera conversión.
4. Oración: el
sacerdocio de Cuaresma
Sobre este punto concreto reflexionaba el santo: “cuando nos
dejamos atrapar por la desconfianza, la duda, la angustia, el dolor, necesitamos más que nunca
volvernos al Señor en la oración y encontrar en Él apoyo y aliento”.
Por ello, el mismo Padre Pío avisaba que “la oración es la mejor arma que tenemos, es la llave que abre
el corazón de Dios”. Esto lo comprendió ya desde niño, cuando cada
mañana iba a la iglesia de su pueblo y podía quedarse allí horas y horas
“visitando a Jesús y a la Virgen”, como explicaba su madre.
Este deseo ardiente por la oración aumento más, si cabe, cuando se
hizo capuchino. Rezaba
varios rosarios al día, meditaba durante horas sobre la vida de Jesús,
recitaba novenas a San Miguel o al Sagrado Corazón. Era, según cuentan las
personas que vivían cerca de él, una “continua conversación con Dios".
5. Eucaristía: la fuerza
de la Cuaresma
“Sabemos
bien lo que Jesús nos da al darse a sí mismo. Él nos da el paraíso”,
explicaba el Padre Pío, un auténtico devoto y enamorado de la Eucaristía.
Durante su vida, miles de fieles acudían cada año a San Giovanni Rotondo no
sólo para confesar sino para asistir a la misa celebrada con una entrega total
por el Padre Pío. Decía: “Jesús, mi aliento y mi vida, temblando te elevo en un
misterio de amor, que contigo sea para el mundo camino, verdad y vida, y para
ti santo sacerdote, víctima perfecta”.
El capuchino estigmatizado vivió de modo particular en su carne y
en su alma los misterios que celebra en el altar, llenos a la vez de
sufrimiento y de consolación. "El latido de mi corazón, cuando me encuentro con el Santísimo
Sacramento, es muy violento", confesaba, a la vez que añadía: “tengo
tanta hambre y tanta sed antes de comulgar que estoy muy cerca de morir por
esta tortura”.
6. Humildad: la virtud
de la Cuaresma
“En este mundo nadie merece nada. Es el Señor que es lo
suficientemente amable, en su infinita bondad, el que nos colma de sus gracias,
porque Él lo da todo”, recalcaba el santo capuchino
Los dones místicos –estigmas, clarividencia, don de lenguas, de
curación y de profecía, bilocación, olor de santidad– que le concedió Dios
fueron fuente de humildad para el Padre Pío. Lejos de alardear de ellos se los
describía a sus directores espirituales sólo cuando se lo preguntaban. Una angustia de desagradar a
Dios lo preservaba del orgullo y estos dones sirvieron al bien de las almas.
En muchas ocasiones, el fraile soportó menosprecios y calumnias. Hasta el
punto de que el Santo Oficio le retiró por un tiempo las facultades de su
ministerio sacerdotal. Humilde, el Padre Pío obedeció. El carácter ejemplar de
su vida religiosa puso fin a la mentira.
7. Guerra Espiritual:
Tentación en Cuaresma
“¡Qué
guerra, Dios mío, me hace el diablo! Pero no importa, nunca me
cansaré de rezar a Jesús”. Esta frase del Padre Pio muestra la batalla que libró
en su vida contra Satanás y cómo siempre se refugió en Dios.
“El gran artífice
de iniquidades”. Así definía el santo al demonio, que hasta el día de
su muerte no dejó de tentarle e intentar atormentarle con sufrimientos físicos
y morales. Pero estas vejaciones diabólicas las veía como breves, pues
encontraba largos consuelos dispensados por Jesús, la Virgen María, su ángel
de la guarda o San Francisco de Asís.
J. Lozano
Fuente: ReL