La pureza de corazón se logra con la oración, la mortificación y la práctica de la castidad juntamente con la pureza de intención y de mirada
| Revista Ecclesia |
El
noveno mandamiento de la Iglesia Católica es: 'No
consentirás pensamientos ni deseos impuro'. Es
evidente el desorden que provoca en nosotros el entretenernos por gusto en
pensamientos y deseos impuros; por esto lo prohíbe Dios en este noveno
mandamiento. Pero, además, estos pensamientos y deseos impuros desequilibran la sexualidad e
incitan al pecado.
En
el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el Sinaí
para ayudar a su pueblo escogidos a cumplir la ley divina. Jesucristo, en la
ley evangélica, confirmó los Diez Mandamientos y los perfeccionó con su palabra
y con su ejemplo. Nuestro amor a Dios se manifiesta en el cumplimiento de los Diez
Mandamientos y de los preceptos de la Iglesia. En
definitiva, todos los Mandamientos se resumen en dos: amar
a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo, y más aún,
como Cristo nos amó.
El Señor pone de relieve la energía con que debemos luchar contra el
desorden de nuestras pasiones: "Si tu ojo derecho te escandaliza,
sácatelo y arrójalo de ti, porque te es mejor que parezca uno de tus miembros
que no todo tu cuerpo sea arrojado al infierno" (Mt 5,29).
El
noveno mandamiento de la Ley de Dios nos manda que seamos puros y castos en pensamientos y deseos. Estos
pensamientos y deseos impuros son pecado cuando la voluntad se complace en
ellos, aunque no se realice el acto impuro; pero no son pecado cuando la
voluntad no los consiente y procura rechazarlos. Por eso, la
pureza de corazón se logra con la oración, la mortificación y la práctica de la
castidad juntamente con la pureza de intención y de mirada.
Las
aplicaciones para el noveno mandamiento de la Ley de Dios
1. La concupiscencia
2. La purificación del corazón
3. Luchar contra la tentación
4. El pudor y la modestia
5. Campaña por la pureza
6. Medios para vivir y crecer en pureza
Fuente: Revista
Ecclesia





