8 – Abril. Viernes de la V semana de Cuaresma
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Evangelio según san Juan 10,
31-42
Los judíos agarraron de nuevo piedras para apedrearlo.
Jesús les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de
nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al
otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó
allí.
Muchos acudieron a él y
decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era
verdad». Y muchos creyeron en él allí.
Comentario
El evangelio de hoy nos presenta
a Jesús discutiendo con los judíos, quienes lo acusan de blasfemia, porque
decían que siendo hombre se hacía Dios (cf. v.33). El Señor aprovechará esta
ocasión para dejar en claro dos verdades sobre su persona: que él es el “Hijo
de Dios” y que él es el “verdadero Templo” (cf. v. 36).
Para responder, pues, a la
acusación, Jesús usa el Salmo 82 que dice: “Yo os digo: Vosotros sois dioses,
todos vosotros, hijos del Altísimo” (v. 6). Con esta cita, el Señor quiere
subrayar que, si está permitido llamar a ciertos hombres “hijos de Dios” porque
son mensajeros de la Palabra Divina, cuanto más apropiado será para aquel que
es la misma Palabra de Dios. Jesús se presenta, así, como el verdadero
mensajero de la Palabra, el verdadero “Hijo de Dios”, aquel a quien “el Padre
santificó y envió al mundo” (v. 36).
Estas últimas palabras del Señor
- “el Padre santificó al Hijo”- nos muestran que Jesús es también el “verdadero
Templo”. Para entenderlo es útil recordar que nos encontramos en la celebración
de una fiesta judía importante: “se celebraba por aquel tiempo en Jerusalén la
fiesta de la Dedicación (del Templo)” (v. 22).
Esta fiesta celebraba la victoria
de los Macabeos sobre el imperio sirio y la re-consagración del Templo luego de
su profanación por tres largos años (cf. 1 Mac 1,54; 2 Mac 6, 1-7). Para los
judíos, acabar con la profanación y volver a santificar y consagrar el Templo
era extremadamente importante porque el Templo era, propiamente hablando, el
lugar “santo” donde los hombres entraban en contacto con Dios y ofrecían sus
“sacrificios”.
Pues bien, Jesús nos revela que
en realidad Él es el verdadero Templo (cf. 2,21), Él mismo es ahora el lugar
“santo” donde es posible celebrar la adoración tal y como Dios la quiere, es
decir, no con sacrificios de animales sino con el único “sacrificio” que es
grato a Dios, la entrega de nuestro corazón por entero, en “espíritu y verdad”
(4,24).
Esta lectura nos invita, pues, a
considerar el cumplimiento de las Escrituras en Jesús de Nazaret. En esta
ocasión el Señor usa los salmos para darse a conocer y sugiere como el gran
Templo de piedra era en realidad un imponente símbolo que hablaba de su persona
y de su misión.
Ahora que se acerca la Semana
Santa podemos quizá hacer un esfuerzo especial, para escuchar con atención cómo
las grandes historias, símbolos e imágenes de la historia de Israel tienen su
cumplimiento en Jesús, y de modo especial en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Martín Luque
Fuente: Opus Dei