Así es como el Espíritu Santo da la respuesta cuando hay distintos puntos de vista
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¿Qué
sucede cuando yo quiero hacer el bien y mi hermano busca lo mismo pero seguimos
el camino opuesto?
¿Estoy yo bien en mis decisiones o estás tú en lo correcto cuando
lo que decidimos no se parece en nada?
¿Hay una sola forma de hacer las
cosas? ¿La idea es llegar a tener todos un pensamiento único?
¿Es necesario que yo ceda o que cedas tú? ¿Cómo me ayuda
el Espíritu Santo a saber qué camino seguir?
El inspirador estilo de los primeros
cristianos
En la primera Iglesia cristiana muchas cosas estaban por decidir.
Quizás como ahora en otros ámbitos. Algunos pensaban:
«Si no os circuncidáis conforme
a la costumbre mosaica, no podéis salvaros».
Los gentiles discutían y estaban inquietos.
Eso no era lo que Pablo y Bernabé enseñaban.
Por eso fue necesario que hubiera un Concilio en
Jerusalén donde todo quedara claro.
Y eso no era tan fácil. Hasta que al fin se llegó a una decisión
que dejó contentos a los gentiles:
«Que hemos decidido el Espíritu
Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse
de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y
de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós».
Cómo el Espíritu Santo aclara las
cosas
El Espíritu Santo les
dio claridad para que pensaran lo que era correcto, lo
apropiado, lo que convenía.
Los dirigentes tuvieron que decidir lo
que era bueno para todos aunque no todos pensaran lo mismo. No se
dividieron en dos iglesias, permanecieron unidos.
A veces es más fácil dividir, marcar dos
caminos, emprender dos rumbos. Tú por ese lado, yo por este otro. Más fácil
separar lo que estaba unido.
Para unir hay que renunciar. Hay que sacrificar algo
para estar al lado de otro. Si los dos tienen un camino propio muy marcado es
imposible llegar a un camino común.
Ponerse en el lugar del otro
El matrimonio no sería posible sin renuncia, sin dejar a un lado
deseos propios. No se trata de dejar de ser uno mismo por amor al otro.
Pero sí de tratar de pensar poniéndome en el corazón de mi hermano.
Afirmar con vehemencia mis creencias, mis pensamientos, mis opciones
de vida es valioso. Siempre y cuando eso no me lleve a descalificar
categóricamente todo lo que los demás me plantean.
No me bajo de mi postura. Ni cedo un ápice. Tampoco estoy
dispuesto a vivir de acuerdo con lo que me proponen.
No cedo, no acepto, no sigo. Y
entonces la comunión se vuelve una utopía imposible.
Entender a Jesús, abrirse a los
cambios
Esa primera Iglesia nace con una herencia muy fuerte. Jesús era
judío y todos sus discípulos. Y ellos estaban circuncidados.
Era evidente que Jesús había venido por ellos, por su pueblo. ¿Cómo separar
ese pensamiento tan arraigado en su corazón?
La circuncisión era el signo de la alianza de Dios con su pueblo.
La forma de asegurar la pertenencia.
Entender que Cristo había venido para más ovejas, para más hombres
que vivieran fuera del pueblo judío, parecía impensable.
Sólo tres años estuvo con ellos. No dio tiempo a tanto. Vivió con
judíos, enamoró a judíos, Jesús era judío.
Pensar en una misión como la que inicia Pablo era una utopía. Por
lo tanto el
signo de pertenencia tenía que ser la circuncisión.
Compartir, rezar, no separar
Renunciar a que Jerusalén fuera el centro del mundo cristiano era
una renuncia muy grande.
María era judía y José. Jerusalén su hogar. ¿Qué hubiera querido
Jesús? ¿Cuándo y dónde dijo que tenían que abrirse a otros pueblos?
No había discurso de Jesús que dijera algo parecido. ¿Cómo entender
el Espíritu Santo?
Se reúnen, rezan, hablan, comparten,
discuten. No se alejan. Ni se odian. No se separan.
Permanecen unidos en sus diferencias.
Es más fácil alejarme del diferente, huir del que no es como yo o
no piensa lo mismo. Más sencillo salir corriendo y construir
un muro que me proteja y separe. Para mantener mi postura y que nadie perturbe
mi ánimo.
No aferrarse a una única manera
Las cosas se pueden hacer de diferente manera. No hay un
estilo único que todos debamos asumir.
No porque las cosas se hicieron ayer de una forma tengo mañana que
hacerlo igual. Podré ser fiel al espíritu aunque la forma sea diferente.
Quiero vivir de acuerdo con lo que Jesús quería aunque ahora sea
más difícil escuchar su voz y entenderla.
Quiero aceptar que a veces es mejor tomar el camino largo,
no el corto, sólo por contentar a otros.
Debo asumir otras maneras sólo por demostrar a los demás cuánto los
quiero.
El valor de la paz
Asumo que la vida es corta y merece la pena vivir en paz con
mi hermano, no vivir en guerra.
Vivir cediendo y no vivir queriendo tener siempre la razón. Dejando a los
demás el protagonismo.
Que ellos estén en el centro, aunque yo no brille. Que ellos
destaquen aunque yo no sea importante.
Renunciar a lo que parece fundamental con tal de no entrar en
guerra. Puede que no salga todo como era mejor.
Sólo el amor rompe las barreras
Ese Concilio de Jerusalén supuso una piedra fundamental en los
cimientos de la nueva Iglesia.
Se abrió la puerta a la gentilidad. Cualquiera podría ser seguidor
de Cristo a partir de ese momento.
No habría cristiano de primera clase y de segunda. Todos valdrían
lo mismo. Todos podrían enamorarse de ese Jesús que seguía vivo en medio de sus
vidas.
En cada eucaristía escondido bajo el pan y el vino. En medio de
una reunión de seguidores que se abrían al poder del Espíritu en sus corazones.
No tendrían ya miedo. Se dejarían guiar por Dios sin aferrarse a
sus creencias y planteamientos.
El amor de hermanos es el único que
podría romper todas las barreras que querían separarlos.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






