Fue uno de los últimos sacramentos que administró el padre Louis Pelletier
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| En la conversión de Lucie intervinieron la amistad humana y las sorpresas de Dios. |
El retorno a la fe de Lucie está marcado por dos fallecimientos. Ella misma
lo relató así en L'1visible (los
ladillos son de ReL):
¡No he perdido nada!
Provengo de una familia
globalmente atea, aunque mi madre se convirtió cuando yo tenía 6
años. Entonces nos bautizamos todos y empezamos a ir a misa, pero en la adolescencia perdí la fe.
Amandine y Myriam
En el instituto trabé una profunda amistad con Amandine. Años más tarde, ella cayó gravemente enferma, y hace tres años entró en cuidados paliativos. La familia de Amandine y otras dos amigas la acompañábamos
a todas horas.
Fue entonces cuando conocí mejor a Myriam, musulmana practicante, quien en aquella época
llevaba velo: una chica muy dulce y al mismo tiempo de una gran fuerza
interior. Yo veía que abandonaba periódicamente la habitación por un largo
rato. Eso me intrigaba. Había una capilla en la residencia y descubrí que era
allí a donde acudía Myriam: iba a rezar. Comencé a plantearle preguntas
sobre su fe y ella a mí sobre la fe católica. ¡Para ella, era evidente que yo
era cristiana! Esas preguntas me interpelaron.
Louis Pelletier
Además, al acercarse el fin de Amandine, sus padres quisieron que viniese un sacerdote. Gracias a una
amiga de mi madre pudimos encontrar uno. Era muy delgado, pero con un
resplandor llamativo. Su presencia inspiraba paz.
Empezó cantando, y luego rezó. Amandine, que llevaba algún tiempo
como dormida, se despertó. El sacerdote le preguntó si quería confesarse y ella
aceptó. También comulgó.
Durante la hora y media posterior a que se fuese el sacerdote, Amandine estuvo
muy presente. Pudimos intercambiar algunas palabras.
Cuando murió, estábamos todos reunidos en torno a ella.
Algunos días después descubrí que aquel sacerdote tan
extraordinario que había asistido a mi amiga, el padre Louis Pelletier, había muerto
accidentalmente.
Muy agradecida hacia él, quise ir a su funeral. La iglesia,
enorme, estaba abarrotada y todos parecían profundamente afectados: este sencillo sacerdote había
jugado un papel importante en la vida de un gran número de personas. Eso me
impresionó mucho.
Las lágrimas
Después de todos estos acontecimientos, yo no podía volver a una
vida “normal”. Así que participé junto con mi madre en una peregrinación a un lugar
que habíamos frecuentado mucho años atrás. Cuando llegamos, ¡era como si
jamás me hubiese ido de allí! Pude confesarme.
Pero el regreso a casa fue demasiado duro. Me inscribí entonces en retiro en silencio para
jóvenes. La última noche, una joven pidió recibir el sacramento que la Iglesia
ofrece a las personas enfermas [la extremaunción o unción de enfermos], para
que le diese fuerza para vivir esa prueba.
Eso despertó en mí el recuerdo de todo lo que habíamos vivido con
Amandine. No había vuelto a llorar desde el momento en que el médico anunció su
muerte inminente, estaba como reseca. Pero en el momento en el que quise
proponer una intención de oración por la familia de Amandine y por Myriam,
sentí un nudo en la garganta. Salí al pasillo y rompí a llorar. Eran lágrimas de angustia. Estaba
tan confusa, que tuve que apoyarme en la pared.
La comunión
Esa sensación duró bastante. Poco a poco, sentí que algo se
desbloqueaba en mí. Todavía necesité un cierto tiempo para volver a ir a misa.
Al principio, no comulgaba. No
quería tomar la Hostia mientras no estuviese convencida de que allí estaba el
Cuerpo de Cristo. Lo consideraba una falta de respeto.
Así que, cuando llegó el momento, y para simbolizar que quería
entrar de nuevo en la Iglesia católica, me fui sola a Asís y luego a Roma, y allí comulgué.
Sola en mi banco, sentí una alegría intensa, ¡no podía dejar de sonreír!
Desde hace dos años, ¡tantas cosas han cambiado en mi vida! Y al
mismo tiempo, no he perdido nada. La fe no ha venido a sustituir a los
elementos que ya existían, ha venido a iluminarlo todo con una nueva luz.
Publicado en
ReL el 14 de noviembre de 2018 y actualizado.
Traducción de
Carmelo López-Arias.
Fuente: ReL






