5 – Mayo. Jueves de la III semana de Pascua
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Evangelio
según san Juan 6, 44-51
Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre.
En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo
soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y
murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él
y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del
mundo».
Comentario
El Evangelio
según San Juan nos ha transmitido como ningún otro Evangelio los discursos de
Jesús en los que habla de su relación con el Padre. Estos días la liturgia nos recuerda
las palabras que encontramos en el capítulo sexto, concretamente en el Discurso
del Pan de Vida. Las personas que seguían al Señor buscaban en él la vida. Y,
sí, Jesús se ofrecía como Pan de Vida, pero de una Vida como ellos no podían
imaginar. El alimento que estaba ofreciendo no era simplemente para el cuerpo.
Con las
palabras del evangelio de hoy se nos está animando a no desistir de buscar,
encontrar y amar a Jesús (cfr. Camino, 382). Para ello, es necesaria una
actitud abierta del corazón, de escucha confiada y agradecida, que responda
implicándose en un diálogo de amor con la propia existencia. Esto es: una
verdadera escucha en la que nos dejemos tocar en lo más profundo de nuestro ser
y, fruto de ello, conformemos nuestra vida según lo recibido. Cristo nos quiere
dar la mano, iluminar nuestra inteligencia, fortalecer nuestra voluntad y
acompañarnos en el camino hacia el Padre. Dios es la fuente de la Vida, y a esa
fuente nos quiere llevar. ¿Cómo lo hace?: dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas (cfr. 1 P 2,21). Esto es la fe: identificación con aquel en quien se
cree.
En una de las
lecturas de la Vigilia Pascual leímos estas palabras: ¡Todos los
sedientos, venid a las aguas! Y los que no tengáis dinero, ¡venid! Comprad y
comed. Venid. Comprad, sin dinero y sin nada a cambio, vino y leche. ¿Por qué
gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestros salarios en lo que no sacia?
Escuchadme con atención y comeréis cosa buena, y os deleitaréis con manjares
substanciosos (Is 55,1-2). ¡Cuántas veces habremos usado la palabra
“saciar” sin saber realmente lo que significa estar saciados! Porque el profeta
está hablando de algo que llena y ya no se pierde. Ahí es donde merece la pena
invertir: en alimentarnos de Cristo, en convertir toda nuestra existencia en un
diálogo con él, trabajando con él, descansando con él, cuidando las amistades
con su amor, anhelando ver a un Padre cuyo rostro solo él ha contemplado y que
nos ha mostrado y nos muestra en la medida en que le dejemos vivir en nosotros.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus
Dei