19 – Mayo. Jueves de la V semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 15, 9-11
Como el Padre me ha amado, así os
he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Comentario
Permanecemos
muy atentos a estas palabras de Jesús, pronunciadas durante la Última Cena. Son
como su testamento espiritual, dirigido a sus discípulos más cercanos.
Imaginamos su mirada que acompaña las confidencias que salen de lo más hondo de
su corazón, para que queden grabadas en el nuestro. Jesús nos ha hablado
también de la unión total entre Él y el Padre; por eso, el Amor del Padre y el
del Hijo es el mismo. Un Amor que ha sido derramado en nuestros corazones
(cf. Romanos 5,5), para que sea correspondido, pues amar es desear el
bien del amado. Jesús, con su Amor, desea nuestro bien y nosotros, con ese
mismo Amor, deseamos también su bien. ¡Qué importante es no salirse de esa
corriente de amor!
Para ello, nos comprometemos a
guardar los mandamientos de Jesús, que Él mismo ha practicado antes de
predicarlos: la oración continua, las buenas obras hechas cara a Dios, el
perdón a los enemigos, la pureza de corazón, la mirada limpia, la atención a
las necesidades del otro como si fueran propias, el desprendimiento de los
bienes terrenos, etc. Practicar todas estas enseñanzas, que podemos encontrar
resumidas en el sermón de la montaña (cf. Mt 5-7), es permanecer en
el amor de Dios.
Podemos pensar que valemos poco,
y menos todavía nos parece valer lo que podemos hacer por corresponder al amor
divino. Así lo consideraba San Josemaría en Camino: ¡Qué poco es una
vida para ofrecerla a Dios! (1), pero
Jesús no espera grandes hazañas. Es más, siente un amor de predilección por los
pequeños, incapaces de casi nada por sí mismos. Por eso nos consuela la
parábola de los talentos: “Muy bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel
en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor” (Mateo 25,21),
en el gozo inefable del amor divino. Nunca nos faltará la gracia del Espíritu
Santo para permanecer fieles, y poder así rezar con el salmista: “Me enseñas la
senda de la vida, saciedad de gozo en tu presencia, dicha perpetua a tu
derecha” (Sal 16,11).
(1) San
Josemaría, Camino, n. 420.
Joseph Boira
Fuente: Opus Dei






