El buen pastor no se busca a sí mismo, no quiere el reconocimiento y el abrazo de los suyos, saca del barro al que no encuentra sentido a su existencia
![]() |
ALPA PROD | Shutterstock |
Tengo
vocación de pastor. Antes soy oveja, luego soy pastor. Sin la experiencia de
ser oveja es difícil que pueda ser un buen pastor.
Sin ser hijo no puedo ser padre. Hay algo
que se rompe cuando no logro ser filial. Y roto no puedo acoger como un pastor ni
buscar al que está perdido.
Una vez que he experimentado la fragilidad y he notado al pastor
sacándome de mi abandono, una vez que haya sido salvado podré salvar.
O al menos podré intentar salir a buscar a la oveja perdida. Y
trataré de ser
más humano al estilo de Jesús. Para mostrar el
rostro misericordioso de Dios:
El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.
Pastores como madres
Tengo vocación de pastor. Todos en cierta medida, cada uno en su
lugar tiene la misma vocación.
Y no es fácil ser autoridad y poder gestar vida. No es
sencillo acompañar, mostrar el
camino y al mismo tiempo no dejar nunca de ser humano,
de ser hombre.
Decía el papa Francisco en Amoris Laetitia cómo
deben ser los pastores de nuestra Iglesia:
«Una Madre que, al
mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien
posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino».
Corro el riesgo de poner barreras y que me pase como dice el Papa:
«Nos comportamos como controladores
de la gracia y no como facilitadores».
Creo que la Iglesia está llamada a formar pastores que
sean capaces de mancharse con el barro del camino.
Ponerse a la altura de los ojos de los hombres. No construir
barreras que los protejan. Más bien puentes para
llegar al corazón de cada hombre que necesita tocar la misericordia.
Reflejar a Jesús
El pastor está llamado a ser reflejo de ese Jesús pastor que sale
al encuentro de la oveja perdida. No se desespera, no se
cansa. Tiene que ser como comenta san Pablo hablando de su misión:
«Yo te haré luz de los
gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra».
El pastor no se cansa, no se busca a sí mismo, no quiere el
reconocimiento y el abrazo de los suyos.
Se coloca en sus hombros al caído. Saca del barro al que no
encuentra sentido a su existencia.
Me gustan esos pastores con olor a oveja, porque no
han permanecido quietos por miedo a perder la vida, a mancharse, a salir
heridos.
Enamorado de su misión
El
pastor se pone en camino al encuentro del que no lo busca a él, ¡qué fácil
quedarse quieto sin hacer nada, esperando!
El pastor es dócil al querer de Dios.
Tiene la puerta siempre abierta. No marca distancias.
Se acerca y corre el riesgo de salir herido. El
pastor es humilde,
no pretende tener siempre la razón.
Sabe ceder y dejar que otros hagan. Está enamorado de
su misión. Sabe que Dios lo envía al mundo a llevar esperanza y
esa misión tan concreta llena su corazón de alegría.
Autoridad con una sabia humildad
El pastor tiene la sabiduría de la vida. Aprende de los hijos que
Dios pone en su camino. Se deja complementar por
los demás.
No está seguro de nada y al mismo
tiempo tiene creencias sólidas, profundas. El pastor está en camino,
no ha llegado a ninguna meta.
No todo lo que dice es correcto. No siempre tiene la palabra
adecuada en los labios. Y no logra guardar el silencio que se necesita.
El pastor se va haciendo desde el
barro. Quiere ser reflejo de Cristo y asume que su forma de ser Cristo es
demasiado limitada.
Se escandaliza de su debilidad, se sorprende con su pecado y
reconoce que es
Jesús el que debe brillar y no él.
Ha aprendido de los errores y no por ello deja de cometerlos. No fuerza la
voluntad de nadie.
Manda poco, escucha mucho. Toma la
iniciativa y también espera a que vengan a buscarlo. No quiere ser inoportuno.
Acepta la crítica con la misma
alegría que los elogios. Sonríe, porque es más fácil
que permanecer serio.
Confía en ese Dios que un día lo llamó para
sacarlo de su barca y sus redes, donde se sentía seguro.
Modelos necesarios
Dios sigue llamando hombres a ser pastores de su Iglesia. Pero
quiere también que sea pastor todo aquel que tiene a su cargo personas que
les han confiado.
Es la actitud de cualquiera que se sabe hijo, niño, y a la vez
padre, pastor de otros, modelo.
Porque el mundo de hoy necesita modelos, personas que sean
referentes, pastores. No tengo que ser perfecto, cometeré errores.
Pero al mismo tiempo permaneceré fiel
en la brecha. Hay una brecha que hay que cubrir, hay un frente difícil en
el que hay que estar, hay situaciones difíciles en las que el valor y la fe son
fundamentales.
Jesús quiere formarme para que permanezca como estuvo
Él, clavado a un madero.
Sujetando el mundo en esa brecha que se
abre, en ese precipicio en el que todo se ve confuso.
Hacen falta personas con una mirada profética que vean
los que otros no ven, que crean en lo que muchos no creen, que esperen cuando
muchos desconfían. Me gusta ese Jesús que me dice:
«No perecerán para siempre, y
nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos,
y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
Esa confianza es la que tengo, es la
que deseo no perder nunca. Él me sostiene.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia