1 – Junio. Miércoles. San Justino, mártir
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Evangelio
según san Juan 17, 11b-19
Padre santo,
guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como
nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me
diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición,
para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el
mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del
maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos
en la verdad: tu palabra es verdad.
Comentario
Escuchamos hoy
la continuación del pasaje de ayer: ese momento excelso, la llamada oración
sacerdotal, en el cual Jesús abre de par en par las puertas de su Corazón
y revela de un modo inédito la unión profundísima que hay entre Él y su Padre.
Pero, aunque
eso es ya de por sí sublime, la revelación va más allá: la Trinidad quiere
convocarnos, a todos sin excepción, a participar de ese mismo amor.
Estas palabras
del Señor, recogidas en los versículos de hoy, son estremecedoras: “para que
sean uno como nosotros”. La unidad, producto de la caridad entre los apóstoles,
debe ser un reflejo del amor Trinitario.
Las
consecuencias de que esto se viva bien no son menores. Mañana leeremos la
continuación de este pasaje, donde encontramos una clave de lectura: “que ellos
también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado”
(Juan 17, 21). La unidad entre los apóstoles es una condición para que el mundo
llegue a creer en Cristo. Y no es solamente por una cuestión de credibilidad
exterior o de hacer más verosímil el mensaje: Cristo vino a dar la vida “por
los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11, 52). Es decir, el Señor
derramó su sangre para congregarnos, para unirnos, para que no haya más
divisiones.
Por eso es tan
importante el amor entre padres e hijos, esposos, hermanos, colegas, amigos. El
Señor nos pide que vivamos la caridad con todos, porque ese es el fruto sabroso
de su Cruz. Despreciar al hermano, dejarnos llevar por el orgullo en las relaciones
humanas, equivale a dejar perder lo que Cristo nos ha ganado.
Es por eso por
lo que san Juan, que nos transmite esas palabras vibrantes de Jesús en su
evangelio, puede afirmar con convicción: “El que no ama a su hermano a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20).
No quiere
decir que tengamos que tener el mismo grado de simpatía por todas las personas.
Quiere decir que el Señor espera de nosotros que le permitamos iluminar cada
una de nuestras relaciones y vínculos. Esa fue la experiencia de san Josemaría,
que nos enseña que “amar en cristiano significa querer, decidirse en
Cristo a buscar el bien de las almas sin discriminación de ningún género”
(Amigos de Dios, 231). Por eso, “si amas al Señor, no habrá criatura que no
encuentre sitio en tu corazón” (Camino, 316).
Luis Miguel
Bravo
Fuente: Opus
Dei