22 – Junio. Miércoles de la XII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Mateo 7, 15-20
Cuidado con
los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos
rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las
zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero
el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos,
ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se
tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.
Comentario
El Sermón de la Montaña, que tuvo lugar en una época relativamente
temprana de la vida pública de Nuestro Señor, asombró a sus oyentes y amplió
sus horizontes; fueron llamados nada menos que a la perfección. Al final de
este magnífico discurso, quedaron pasmados “porque les enseñaba como quien
tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7,28). Su palabra era segura, era
definitiva; en su enseñanza no había ni una sombra de duda o vacilación. Su
mensaje era comprensible para todos, y se expresaba en su lenguaje cotidiano.
Pero al mismo tiempo era sublime, y era manifiestamente la palabra de Dios.
El Evangelio
de hoy es un buen ejemplo de lo que impresionó tanto a la multitud. Nuestro
Señor juzga a los falsos profetas, y pronuncia la sentencia de condena sobre
ellos, con su propia autoridad: “Todo árbol que no da buen fruto se corta y se
arroja al fuego” (Mt 7,19).
Es un problema
perenne. Hubo muchos profetas del Antiguo Testamento que extraviaron al pueblo,
y más tarde, en tiempos de los Padres de la Iglesia, hubo maestros
aparentemente piadosos y celosos, pero que en realidad no tenían los
sentimientos de Cristo (cf. San Jerónimo, Comm in Matth., 7). Lo mismo
puede ocurrir incluso hoy en día.
En el Discurso
de la Última Cena, Jesús amplió su enseñanza anterior: “Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera,
como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden”
(Jn 15,5-6).
La clave del
discernimiento, por tanto, es si el maestro difunde la caridad y la unidad, o
si, por el contrario, produce disensión y desunión -un mal fruto- en el cuerpo
místico de Cristo, que es la Iglesia. A veces se afirma que hay una dicotomía
entre proclamar la verdad, por un lado, y ser caritativo, por otro. El Señor
nos dice en este pasaje que, en realidad, la verdad y la caridad van juntas.
Por tanto, el discípulo busca la verdad en unidad con el Magisterio de la Iglesia,
a través del cual se anuncia al mundo la enseñanza de Cristo.
Andrew
Soane
Fuente: Opus
Dei