Escrito por Tomás de Kempis en el siglo XV, este devocionario nos anima a desapegarnos de lo terrenal y vivir tratando de agradar Dios. Un camino exigente y a la vez muy gozoso, porque comenzamos a pellizcar el cielo que nos espera
![]() |
| ElenaEmiliya | Shutterstock |
Este
valioso librito, conocido popularmente como “El Kempis”, se consigue en
ediciones tan pequeñas como una carta de naipe, o sea que cabe en cualquier
bolsillo.
Comencemos diciendo que “El Kempis” ha estado
en el bolsillo de varios santos famosos, como, por ejemplo, santa Teresita del
Niño Jesús.
Cuenta en su autobiografía, que lo cargó durante muchos años y se
lo sabía de memoria. Agrega que para su familia, era motivo de diversión abrirlo
al azar y pedirle que recitara un fragmento específico.
Es un
texto sencillo de leer y repleto de consejos valiosos que
mueven a una vida espiritual más exigente, y fecunda.
Conviene tener en cuenta que fue escrito como guía espiritual para monjes y
frailes.
Esta vida es solo un ratico…
De paso hacia el cielo
Para comenzar, “El Kempis” nos hace un
enorme favor al recordarnos que somos peregrinos, o sea, gente que está de paso por
este mundo.
Al parecer, lo olvidamos fácilmente, porque si fuéramos
conscientes de que vamos en tránsito hacia nuestro destino final, el cielo,
¿por qué nuestro corazón está tan aferrado a los bienes
terrenales?
Asimismo parece que nos falla la coherencia: por
una parte, decimos que toda nuestra esperanza está puesta en el Señor, pero la
manera de actuar nos delata, porque andamos ocupadísimos en lo pasajero,
descuidando lo definitivo.
A ratos vivimos deseando desordenadamente las cosas materiales,
muy entretenidos con las serpentinas de este mundo; y otras veces, agobiados en
un pozo de dificultades y tristezas terrenales. Siempre aferrados al mundo,
siempre inquietos.
Si viviéramos realmente conscientes de la provisionalidad de
nuestra estadía en este planeta, y de la vida eterna que nos estamos jugando
día a día, seguramente estaríamos muy atentos a cuidar de nuestra alma,
pero no es así. Por eso no tenemos paz.
Tan cerca del mundo y tan lejos de
Dios
Jesucristo nos dice “No amontonéis tesoros en la tierra…”,
pero no le hacemos mucho caso, porque nuestro corazón está repleto de cosas
materiales.
Tan es así, que muchas veces pedimos a Dios únicamente los bienes
precisos para el más acá y ni siquiera nos acordamos de suplicarle que nos
aumente la fe.
Creemos ser de Dios, pero en realidad somos del mundo; para ser
más exactos, esclavos del
mundo.
Dice “El Kempis” que por eso es bueno que tengamos contrariedades,
aflicciones y tentaciones.
Porque al experimentar el sufrimiento, la fragilidad y la impotencia humana,
sentimos la necesidad del auxilio Dios; entonces por fin alzamos la vista al
Creador. El dolor nos despierta y nos ayuda a desprendernos de este mundo.
Vaciar el corazón y dejarse habitar
por el Señor
Como somos peregrinos que necesitan avanzar hacia la morada
eterna, debemos desapegarnos, desprendernos, desocuparnos de
lo terrenal.
El Kempis machaca todo el tiempo que para poder llegar a ser
realmente espiritual “hay quevencerse a sí mismo”.
Este desapego claramente no es igual para nosotros los laicos, que
para los de la vida consagrada; pero es necesario para todos, porque el fin de
la vida espiritual es que Cristo more en todos.
Por consiguiente, es indispensable hacer espacio, vaciar el
corazón: “Porque el
Señor echa su bendición, donde halla vasos vacíos” (Pág. 69).
Ese proceso de desocupar nuestro
interior, comienza con “el humilde
conocimiento de sí mismo”.
Debemos ser conscientes de que la inclinación natural del hombre
es a buscar su conveniencia, querer ser honrado y reverenciado.
Añade El Kempis que nuestra naturaleza es vanidosa, codiciosa,
chismosa, caprichosa; inclinada al placer, al ocio y
propensa a la comodidad y a quejarse de todo lo que la contraviene.
Urge entonces esforzarnos por eliminar todas esas las malas
inclinaciones, deseos y vicios, porque “Si preparas digna morada interior a
Jesucristo, vendrá a ti y te mostrará su consolación” (Pág.19).
Esta es una gran noticia, pues no tendremos que esperar hasta la
vida eterna para ser consolados; todo el que toma este camino, recibe anticipos
de la vida sobrenatural.
La invitación es a tener vida interior, a recogernos en
el Señor y no andar desparramados en todo lo externo.
Debemos disfrutar del mundo en su justa medida, sin apegarnos a nada
y aferrados solo a Dios.
“¿Piensas tú escapar de lo que
ninguno de los mortales pudo?”
¿A qué se refiere El Kempis con esta inquietante pregunta? A la cruz,
por supuesto.
Si queremos tener parte con el crucificado, tenemos que arrimar el
hombro a las pequeñas cruces que diariamente nos salen al paso.
La cruz está siempre presente en la vida de todos, y si renegamos
se hace más pesada y si la desechamos, hallaremos otra.
En conclusión, debemos esforzarnos diariamente y renunciar al
desordenado amor a nosotros mismos, que es lo que más daño nos hace. De esta
manera iremos
conformando nuestra voluntad a la de Dios, y pareciéndonos a Jesucristo.
La paciencia nos purifica
Otra palabra que se repite insistentemente en este librito es
“paciencia”. Recordemos que esta virtud consiste en mantener la serenidad ante
la adversidad.
“No es
verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que le acomoda, y de quien
le parece. El
verdadero paciente no mira quién le ofende, si es superior,
igual o inferior, si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno. Sino que
cualquier adversidad que le venga de cualquier creatura, indiferentemente y en
cualquier tiempo, la recibe de buena gana, como de la mano de Dios, y la estima
por mucha ganancia. Porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea,
puede pasar sin mérito”.
Pág. 38
Un libro para leer a sorbitos
Este texto se divide en cuatro breves libros. Allí
encontramos muchos consejos para avanzar con paso firme en la imitación de
Cristo. Se puede llevar en el bolsillo, abrirlo al azar y leerlo por poquitos.
Se consigue en internet.
Es ideal para hacer un rato de meditación porque contiene muchas
frases de lujo, como por ejemplo:
- “Sufre
a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría”.
- “Sé
agradecido en lo poco y serás digno de recibir cosas mayores”.
- “El
amor propio te daña más que ninguna cosa en el mundo”.
- “No
eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien”.
- “Toda
nuestra paz está más en el sufrimiento humilde, que en dejar de sentir
contrariedades”.
La cruz, el sello de los cristianos
En este mundo todo pasa, y nosotros también. Somos sencillamente
los adorados hijos de Dios que van de regreso a la Casa Paterna. Todo lo que
nos aleje de la meta final, es necedad.
Si en verdad creemos que lo anterior es cierto, entonces nuestra
ocupación más importante debería ser sacar el “visado” que nos abrirá las
puertas de cielo prometido.
Este librito nos regala, en nombre Jesucristo, la clave: “Si quieres
reinar conmigo, lleva la cruz conmigo”.
Así las cosas, se hace indispensable que esa “visa eterna” lleve
el sello del Señor, es decir, la cruz de Cristo.
Vivir en el más acá, con el corazón palpitando por el más allá; de
eso habla “El Kempis”.
Claudia Elena Rodríguez
Fuente: Aleteia






