Desear el mal me vuelve mezquino, envidiar lo que no tengo quitándoselo al que lo posee me convierte en mala persona
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Rainer Fuhrmann | Shutterstock |
No
entiendo cómo puedo desear el mal de mi prójimo. Quiero ganar, quiero ser el
primero, pero ¿desear el mal de mi hermano? Eso no es bueno, no es sano, no me
ayuda a crecer. Tengo que hacérmelo ver si estos sentimientos me envenenan.
Hoy se respira un ambiente de mucha competitividad en
todas partes. Mucha tensión, mucha descalificación del
contrario, mucha envidia.
Claro que es bueno competir, luchar por una meta que parece no
estar a mi alcance. Lo contrario serían pasividad y dejadez y no podría crecer.
En esa lucha
puedo cometer errores, caer y ser derrotado. Todo es posible porque hay momentos en la vida en los
que sólo uno puede lograr la victoria.
Sólo uno puede lograr seguir el camino que se abre ante sus ojos.
No todos pueden. No sé si me convendrá lo conseguido. En ocasiones
la derrota enseña más que la victoria.
Pero en cualquier caso no deseo nunca el mal del que lucha contra
mí. No deseo que pierda mi adversario.
¿De dónde viene la envidia?
Desear el mal es propio del demonio que se
mete en mi corazón. ¿De dónde brotan la guerra, la rabia, el odio, la envidia?
Brotan del corazón que está enfermo, herido.
Quiero poseer lo que otros tienen, quiero arrebatárselo.
Todo lo que me permita crecer como persona está bien. La exigencia
siempre es buena. Luchar por ganar a mi adversario saca lo mejor de mí, me hace
ser mejor en el deporte, en lo profesional.
Pero sólo desear que a los demás no les vaya bien, o que a mi
enemigo no le vaya bien, me hace daño.
Y además hace que mire en menos siempre lo mío. O piense que hay
una persecución de alguien que no desea mi bien. Esos sentimientos me hacen
daño.
Me siento perjudicado. Me acabo
creyendo que siempre a mí me pasan estas cosas. Esa forma de mirar la vida me enferma.
Mirar con gratitud
Quisiera disfrutar más de la vida que
tengo. Aplaudir al que consigue un éxito. Alegrarme con los
triunfos de los demás. Eso querrá decir que mi corazón es más grande, más
ancho, más hondo.
Quiero mirar con alegría y gratitud todo lo que
tengo, la familia que Dios me ha regalado, ese trabajo que puedo vivir con
alegría.
Quiero alegrarme y alabar a Dios por las compañías, amistades,
familiares que Dios ha puesto para mostrarme
su amor y enseñarme a amar.
Todo lo demás que pueda quitarme la paz es veneno. Y el veneno me
acaba matando y quitándome años de vida.
Odiar me hace daño. Guardar rencor me
enferma. Desear el mal me vuelve mezquino. Envidiar lo que no tengo
quitándoselo al que lo posee me convierte en mala persona.
Nuevos objetivos
Por eso no dejo de levantarme con nuevos objetivos ante
mis ojos. No me basta lo logrado, no estoy totalmente conforme con lo
conseguido.
Siempre puedo dar más, apartar de mí esas actitudes egoístas que
me limitan. Puedo crecer y ser mejor persona.
No se trata de conseguir siempre lo que deseo, aquello por lo que
lucho. Decía Mirta Medici (psicóloga):
«No te deseo un año maravilloso
donde todo sea bueno. Ese es un pensamiento mágico, infantil, utópico».
Es cierto, no quiero que todo sea bueno en mi vida. No pretendo
que todo me salga bien y obtenga todo lo que quiero.
Acostumbrarme a la victoria, al éxito
me puede debilitar. La pérdida y la derrota hace
que vea en ello una oportunidad para crecer,
para cambiar cosas,
para mejorar otras.
El Espíritu me cambia
Es bonito ver la vida así. El bien me hace bien. Pensar bien de
los demás le devuelve a mi corazón la inocencia perdida.
Creer en la bondad que hay en el ser humano me hace ser positivo. No quiero
vivir con el veneno de la mirada negativa sobre todo,
sobre todos.
Puedo mejorar y ser más de Dios. Para eso necesito que
habite en mí su Espíritu. Sólo Él puede hacer todas las
cosas nuevas en mí.
Puede cambiarme por dentro. Puede darme la paz que me falta.
Devolverme la alegría que he perdido.
Quisiera quedarme con lo bueno que hay en mi corazón y erradicar
ese mal que me hace daño. Leía el otro día:
«Hay mucho
malo en nuestra vida como para descuidar lo bueno que nos encontramos por el
camino».
Amelia Noguera, Escrita en tu nombre
No estoy dispuesto a desear el mal a
nadie
Pienso en todo lo bueno que hay a mi alrededor. En todas las
personas que sacan lo mejor de mí. En todas las oportunidades para crecer que
se despliegan ante mis ojos.
Quiero ser mejor, más de Dios. Me pesan la carne y el pecado. El
dolor se mete dentro del alma cuando me han ofendido, dejado de lado, ignorado.
Me siento atacado y reacciono con ira.
No puede depender mi estado de ánimo
de todo lo que ocurre a mi alrededor. No puedo vivir en tensión
en medio de este mundo en el que la bondad convive con la maldad.
Hay muchas injusticias, mucho odio, mucha rabia. Y yo no quiero
aumentar esa presencia del mal a mi alrededor.
No estoy dispuesto a desear el mal a
nadie. No quiero tener enemigos a los que no quiera ver.
Pido por todos, acepto a todos, quiero
a todos. No tienen que pensar como yo para que los quiera. No tienen
que hacer lo que yo haría para que los acepte.
Los miro con bondad, con alegría, con humildad. No estoy en
posesión de la verdad. Sólo quiero que en mi corazón habite el amor de Dios. Es lo único
que puede cambiarme por dentro de verdad.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia