Responder a esas preguntas no tiene por qué ser un dolor de cabeza
![]() |
Catholic Link |
Sabemos que la vocación es una
«llamada». Pero es muchísimo más. Es un don, es una sorpresa, es una
aventura y una novela de amor. Probablemente, mucho más.
Ante el don, sentimos gratitud
ante lo inmerecido. Por ser sorpresa, asombro ante lo que no esperábamos. Al
ser una aventura, ¡vértigo! Y, como toda novela de amor, queremos decir al
protagonista: «¡Dale, bésala!», «Oye, ¡llámala!», «¡No le dejes ir!», «¿¿Qué
estás haciendo?? ¿No ves que te ama?».
Solo que esta vez… el
protagonista somos nosotros. Pero no tenemos el guion entre manos, la escena se
hace confusa, el director (Dios) parece que se esconde. Acto seguido, nosotros,
sentados en el escenario de la vida, con un montón de preguntas.
Pero nunca
estamos solos. El director no se ha ido, nos observa desde su asiento, como un
espectador algo a oscuras, esperando que nos pongamos de pie y de un salto
digamos la línea que, en el corazón, sabemos que es la única que podríamos
decir: «¡Sí!».
Ahora, a lo concreto. Si estás en
este capítulo de tu vida, sé que intuyes que esa es la mejor respuesta. Quieres
decir que sí. Si no, no te estarías planteando nada de esto. Pero ¡hay tantas
preguntas!
¿Sabes qué? Responder a esas
preguntas no tiene por qué ser un dolor de cabeza. Ponernos cara a cara
ante ellas es parte del hermoso proceso de la respuesta a la vocación. Mañana
recordarás este tiempo con una sonrisa.
Pero, mientras tanto, seleccioné
8 preguntas comunes que nos hacemos (o, quizás, deberíamos hacernos) cuando nos
planteamos una vocación. Tal vez te den algunas pistas que podrían ayudarte en
tu reflexión.
1. «¿Hay un momento para
plantearse la vocación?»
Si sientes una inquietud en el
alma, es Dios que llama a tu puerta y te propone: «Conversemos». Como lo
dije al comienzo, la
vocación es una llamada. Pero no estruendosa, sino suave. Incluso
podría pasarnos desapercibida cuando vivimos inmersos en nosotros mismos, en el
ruido y buscando distracciones.
Pero, de pronto, la sentimos. Tal
vez aún no tengamos en claro qué sentimos, pero comienza una
búsqueda. Esa búsqueda, de ordinario, no empieza con proyectos ambiciosos. Dios
nos lleva paso a paso. De la mano.
Nos invita a una amistad con Él.
Conocerle. Tratarle. Es a partir de ahí donde la conversación toma un tono más
íntimo: «¿qué más puedo hacer por Ti?, ¿qué quieres Tú que haga por Ti?, ¿cuál
es el sueño que soñaste para ambos?».
Ahí comienza «oficialmente» el
planteamiento de la vocación. Ahora, ¿cuándo sucede esto?, ¿a qué edad? No hay
tiempo. Dios puede llamar a una vocación determinada a personas muy jóvenes o
asomarse amorosamente en sus vidas más tarde, cuando estas parecieran ya tener
un panorama más formado.
2. «¿Hay una vocación mejor que
otra?»
Teológicamente podría hablarse de
la perfección del celibato, pero «lo mejor» es lo que Dios ha pensado para cada
uno. «Lo mejor» es cómo correspondemos a la vocación que se nos ha dado.
«Lo mejor» es cómo la convertimos, de verdad, en un camino de santificación. Y
en un camino para ayudar a otros.
¿Crees que una carmelita hace
menos que un misionero? ¿O una madre de cinco hijos es menos generosa que una
Hermana de la Caridad? ¿O un sacerdote diocesano es menos santo que un cartujo?
No hay respuesta afirmativa ni
negativa. Todos pueden ser santos, cada uno según el plan
que Dios le propuso. Y cada uno será más santo según cómo corresponda a las
exigencias de su camino, con generosidad y fidelidad.
3. «¿Tiene que ser algo que
siempre me haya atraído?»
Puede ser que algo que siempre te
haya atraído sea un indicio, pero no es determinante. ¿Crees que los sacerdotes
nunca sintieron atracción por la idea de casarse? ¿O que una persona célibe
nunca se imaginó como padre o madre? El que hayan optado por una entrega total
no implica un desprecio de otros caminos.
Al contrario, apreciar otras
vocaciones también da un gran valor a la propia. Te lo explicaré con dos casos:
«Señor, elijo quedarme contigo y no casarme porque realmente no me importa
casarme y preferiría vivir soltero y tranquilo para siempre» versus «Señor,
este anhelo que tuve en la juventud, hoy te lo entrego libremente porque quiero
ofrecerte mi corazón entero, porque quiero renunciar a algo valioso para soñar
un nuevo plan». ¿Encuentras la diferencia?
Además, hay muchos (¡muchísimos!)
testimonios de personas (algunas, ya santas) que no se habían planteado una
vocación hasta que una persona querida, un amigo o un director espiritual le
planteó la opción: «¿Nunca habías pensado en…?». Ante esta propuesta
inesperada, dijeron que sí inmediatamente y recién más tarde fueron entendiendo
las dimensiones de ese sí.
Hay tantas historias y
testimonios de cómo se despertó o desarrolló una vocación como maneras existen
de enamorarse.
4. «¿Cuánto tiempo toma el
discernimiento?»
Es frecuente que tardemos en
escuchar la voz de Dios con nitidez. Un consejo de Alfonso
Aguiló en su libro “La llamada de Dios” es este:
«quizá porque precisamos de una
mejora en nuestra sensibilidad interior, y eso a veces lleva su tiempo. Debemos
hablarlo con Dios en la oración, y mejorar nuestras condiciones personales para
que esa semilla pueda germinar. Y quizá pedir consejo a quien realmente nos
ayude a exigirnos y nos oriente para descubrir la voluntad de Dios, en vez de a
quien siempre nos dice que no nos compliquemos la vida».
Pero ten esto en cuenta: si bien
es cierto que el discernimiento toma tiempo, esto no significa que deba darse
de manera indeterminada. Eventualmente, hemos de tomar una decisión. ¿No
estamos 100% seguros entre Plan A y Plan B? Bueno, nunca tendremos una
seguridad total. Con tener «luz suficiente», es suficiente.
5. «¿Tengo lo necesario para
responder?»
No tener impedimentos, tener una
recta intención – querer cumplir la Voluntad de Dios -, ser idóneos para esa
vocación, son tres factores imprescindibles para corresponder.
Luego de eso… realmente, ¿tenemos
lo necesario para responder? Cualquier vocación exige. Por nuestra cuenta, con
nuestros meros esfuerzos humanos (aunque sean muchos), tal vez nos veríamos
ante algo «demasiado grande» para nosotros. «No, no tengo lo necesario para
responder, entonces», podrías pensar.
Pero, ojo, si Dios te pide algo,
Él te dará la gracia. Lo necesario – lo verdaderamente necesario – para
responder no son poderes extraordinarios, sino: santo abandono, confianza, amor
a Dios, buena voluntad.
6. «¿Los factores externos pueden
influir?»
No es sinónimo de «dejarse
influir». Pero hay que estar atentos a las voces ajenas, a las voces del
tiempo y las voces de las circunstancias para interpretar qué nos dicen. Y si
lo que nos dicen, viene de Dios.
Porque, a veces, los factores
externos o circunstancias son Su Voz que nos manifiesta Su Voluntad. Chiara
Luce quería ser misionera, pero la enfermedad que irrumpió en su vida le
presentó una manera nueva (e inesperada) de hacerse santa.
De hecho, respecto a la salud,
esta puede influir para que una congregación o institución indique a uno su
idoneidad para seguir por ese camino. Como dice Alfonso Aguiló en el mismo
libro que te recomendé más arriba: «No sería acertado, por ejemplo, admitir a
una persona en una institución de la Iglesia cuyo tipo de vida desgastara su
salud y le arruinara física o psíquicamente».
Sin embargo, estos «giros»
inesperados en nuestros planes nos encaminan hacia el
plan que Dios tiene planeado para nosotros.
7. «¿Y si cambio de opinión?»
Esta respuesta es un poco amplia,
pero te presentaré dos respuestas. Por un lado: puede suceder que decides
seguir a Dios a través de una entrega en un convento, seminario u otra
institución. Pero una vez que lo haces, aún continúa el proceso de
discernimiento. Para ello, existen tiempos e incorporaciones parciales, antes
de una definitiva.
De manera que, si en esos
plazos de incorporación temporal recibes la formación, experimentas el modo de
vivir una determinada espiritualidad, pero percibes que eso no es lo que Dios
te pide, puedes decidir no seguir adelante. No solo es legítimo y
saludable, sino que será lo mejor para ti y para tu felicidad, pues Dios te
llama y espera en otro lado.
Ocurre lo mismo con una pareja,
desde el momento en que comienzan a salir hasta el «sí» definitivo frente al
altar, pasa un tiempo de conocimiento y discernimiento. En ese espacio, puedes ver
si esa persona es o no la adecuada para ti.
Santo Tomás Moro cuatro años
vivió en la Cartuja, luego intentó ser franciscano, hasta que finalmente
comprendió que Dios le quería en el mundo. Don Bosco quiso ser franciscano,
hasta que, tras un sueño y dirección espiritual, vio que su camino era otro. La
Madre Teresa hablaba de su «llamada dentro de la llamada», que la hizo
fundadora de las Hermanas de la Caridad. Tres santos.
Ahora bien, si lo que te preocupa
es más bien «¿seré fiel para siempre a esta vocación?», es una respuesta
difícil de dar. No sabremos qué nos depara el futuro, y si en el presente no
podemos contar con nuestras propias fuerzas… ¿cómo podemos pretender manejar
también las de mañana?
Abandona tus dudas en las manos
de Dios, confía en que cada día Él te dará la gracia que necesitas. Pero esta
solo «vale» por un día, como el maná que hizo caer en el desierto. Porque es
preciso que cada día salgas a recogerla. Cada día te enviará una nueva, según
los desafíos y oportunidades que esa jornada te depare.
Lo importante es perseverar en
esa «colecta» de la gracia, día a día. Perseverar cada día. ¿Puedes ser fiel
por un día?, ¿por una semana?, ¿crees que puedes amar por un mes? Entonces,
podrás amar toda la vida. Porque la fidelidad es eso: la perseverancia del amor
en el tiempo.
8. «¿Puedo decir que no a la
vocación?»
Desde que Dios nos creó, nos dio
la posibilidad de decir que no. Todos los días tenemos la posibilidad de
decirle «no». Pero Él no dirá «Ok, se acabó. Que intente entonces ser feliz,
pero Yo no le ayudo, que haga a su manera, como quiere… ¡ja!».
Claro que, si decimos «sí»,
tenemos garantizada la felicidad. Porque esa vocación que vemos es el
camino más corto, más rápido y con el paisaje más bello que podríamos esperar,
porque Dios lo ideó y preparó especialmente para nosotros. Para nuestra forma
de ser, para responder a los anhelos que ni siquiera sabíamos que teníamos. Por
todo esto, es la mejor respuesta que podríamos dar.
Pero si ocurre que dices «no»,
Dios no desaparecerá. Estará a una palabra de distancia, buscando enamorarte,
buscando ofrecerte un pasaje alternativo para reencontrarte con Él.
«Recalculando» la ruta para llegar al mismo fin, que es Él mismo.
Si rechazas la novela de amor
«original», Él sacará de la nada una historia nueva en la que también puedas
amarle y amar a los otros, siendo feliz.
¿No es eso la Historia de la
Salvación? ¿Dos personas que rechazaron la propuesta original y un Dios
bondadoso que «inventó» la Redención para volver a nuestros
corazones?
Algunos recursos que te podrían
servir
En el proceso de discernimiento,
ayuda muchísimo leer buenos libros y llevarlos a la oración. Aquí te sugiero 5 libros para
ayudar a discernir tu vocación.
En el curso Discernimiento
Espiritual: entenderse con Dios en las pequeñas y grandes decisiones de nuestra
vida hablamos de cómo reconocer la voz de Dios en cada momento.
María Belén Andrada
Fuente: Catholic Link