17 – Julio. XVI Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 10,
38-42
Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo,
le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas
cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y
no le será quitada».
Comentario
Cuenta san Lucas que una mujer llamada
Marta recibió a Jesús en su casa. “Lo acogió como suele recibirse a los
peregrinos —comenta san Agustín—. Aunque en realidad, la sierva recibió a su
Señor, la enferma a su Salvador, la criatura a su Creador”[1]. Nos dice el
relato que esta mujer tenía una hermana llamada María. Pero Marta es nombrada
en primer lugar, probablemente porque sería la dueña de la casa. En cualquier
caso, pronto Marta se verá sobrecargada e inquieta con la preparación de todo
lo que le parece necesario para servir a Jesús. Mientras tanto, María disfruta
de la conversación “no solo sentada cerca de Jesús —señala san Juan Crisóstomo—
sino junto a sus pies; para manifestar la presteza, la asiduidad, el deseo de
oírlo y el gran respeto que profesaba al Señor”[2]. Al final,
molesta por lo que considera una insolidaridad de su hermana y quizá cierta
indiferencia de Jesús, Marta increpa al Señor con toda confianza para que sea
Él quien pida a María que colabore. No sabemos si al final María e incluso el
propio Jesús se levantaron a ayudar. El evangelista recoge más bien una lección
fundamental del Maestro: “Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por
muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor
parte, que no le será arrebatada”.
A lo largo de la historia de la
Iglesia esta escena ha sido muy meditada e interpretada por los Padres y los
santos. Con frecuencia se ha visto a Marta como símbolo de la acción y del
trabajo en este mundo, así como a María un símbolo de la contemplación y de lo
que será la visión beatífica de Dios. Entonces, “¿qué quiere decir Jesús? —se
preguntaba el papa Francisco— ¿Cuál es esa cosa sola que necesitamos? Ante todo
es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos
actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio
concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario,
son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que
nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Pero
entonces, ¿por qué Marta recibe la reprensión, si bien hecha con dulzura?
Porque consideró esencial solo lo que estaba haciendo, es decir, estaba
demasiado absorbida y preocupada por las cosas que había que hacer. En un
cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca están separadas de la
fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del
Señor, el estar —como María— a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo.
Y por esto Marta es reprendida”[3].
Jesús da a entender que la
escucha atenta a sus pies hay que preferirla y anteponerla para cumplir de
verdad su mandamiento de amor. San Josemaría explicaba así esta realidad: “María
escogió la mejor parte, se lee en el Santo Evangelio. –Allí está ella, bebiendo
las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama. –Después,
acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas. Sin oración, ¡qué
difícil es acompañarle!”[4]. Por eso
Jesús afirma también que “la mejor parte” de María no le será arrebatada,
aludiendo al hecho de que la parte de Marta sí se puede perder. Es decir, sin
la contemplación, que da sentido y eficacia a la labor que se hace por Dios,
antes o después se terminaría también abandonando esta. San Josemaría ataja
este problema admirablemente cuando exhorta en otro lugar: “Trabajemos, y
trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por
eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del
mundo, que procuran convertir su trabajo en oración”[5]. Porque
cuando se cuida la oración, antes o después todo se convierte en lugar de
encuentro con Dios, de diálogo amoroso con Él.
[2] San Juan Crisóstomo, Catena aurea, in loc.
[3] Papa Francisco, Ángelus, 21-VII-2013.
[4] San Josemaría, Camino, n. 89.
[5] San Josemaría, Surco, n. 497.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei