21 – Julio. Viernes. Santa María Magdalena
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Evangelio
según san Juan 20, 1-2. 11-18
El primer día
de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba
oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde
estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice: «¡María!».
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la
Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho
esto».
Comentario
En el Cantar
de los cantares se dice que “si alguien quisiera comprar el amor con toda la
fortuna de su casa, hallaría el mayor desprecio” (8,7).
Quien pretendiera
que hay riqueza superior al amor, sencillamente no ha entendido nada.
Quien a cambio
de amor diera algo que no fuera amor, sencillamente no ha dado nada.
Es eso lo que
nos enseña santa María Magdalena: que, como decía san Josemaría, “¡No hay más
amor que el Amor!” (Camino, 417).
El prefacio
que la Iglesia emplea para alabar a Dios en la Misa de hoy sintetiza el
itinerario vital de esta santa: allí leemos que Cristo resucitado se apareció
visiblemente a María Magdalena en el huerto, pues ella lo amó en vida, lo
vio morir en la Cruz, lo buscó yacente en el sepulcro, y por
tanto fue la primera en adorarlo después de resucitar de entre los
muertos. El texto concluye que ese camino derivó en que Dios la honrara con la
misión de ser “apostolorum apostola”, apóstol de los apóstoles, para que
la buena noticia de la vida nueva llegara hasta los confines del mundo.
“Si quieres
conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama”. Esta
conocida frase, atribuida a san Agustín, nos permite darnos cuenta de que de
María Magdalena lo sabemos todo: quizás no conocemos muchos rasgos de su
biografía, excepto que de ella Jesús había expulsado siete demonios (cfr. Lucas
8, 2), pero lo fundamental lo descubrimos en los días cruciales de la vida del
Señor: no se separó de Él ni en la Cruz ni en el sepulcro, y por eso Dios la
unió a ella para siempre en el feliz acontecimiento de la Resurrección.
No deja de ser
sugerente que la única mujer que comparte y supera todos estos rasgos de la
Magdalena lleva el mismo nombre: María, la Madre de Jesús. En efecto, estas dos
mujeres fueron elegidas por el Señor para una misión concreta: para amar
viviendo, para vivir amando. Y para que el fuego de esos corazones dejara
marcada la senda para todos los que vendríamos después.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei