27 – Julio. Miércoles de la XVII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según
san Mateo 13, 44-46
El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas
finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene
y la compra.
Comentario
Jesús va
hablando del Reino de los Cielos mediante parábolas y comparaciones claras y
sencillas, muy gráficas, que pueden ser recordadas con facilidad, y que
permiten volver sobre ellas una y otra vez para sacar consecuencias y concretar
propósitos.
Dios tiene un
plan para cada persona, para cada uno de nosotros, para hacernos felices en su
Reino y trabajando por su Reino, que se concreta en la propia vocación
personal. A lo largo de la vida nos va desvelando sus planes hasta que llega el
momento en que nos encontramos de frente con ese regalo preparado desde toda la
eternidad. Somos libres y podemos acogerlo o rechazarlo.
De una parte,
percibimos la hermosura del horizonte que se abre ante nosotros. De otra, las
renuncias que implica dejar todas las cosas para dedicarnos con todas las
fuerzas a aquello que el Señor nos pone por delante. Jesús, presentándonos la
reacción lógica de quien encuentra un tesoro escondido o una perla preciosa,
nos ayuda a decidir.
La llamada de
Dios es algo preciosísimo. “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina
-dice san Josemaría-, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de
la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso
misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una
actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza
vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”[1].
Por eso, san
Josemaría nos hace notar que “es pues nuestra llamada, cuando la hemos sabido
recibir con amor, cuando la hemos sabido estimar como cosa divina, una piedra
preciosa de valor infinito. Esta llamada es un tesoro escondido que no
encuentran todos. Lo encuentran aquellos a quienes Dios verdaderamente elige:
se pedirá cuenta de mucho a quien mucho se le entregó”[2].
Hoy, las
palabras de Jesús nos hacen caer en la cuenta de lo valioso que es lo que Dios
nos ofrece cuando nos llama, y nos invitan a considerar que vale la pena
jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de
vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo.
[2] Ibidem, nn. 9-10.
Francisco Varo
Fuente: Opus
Dei