"De repente, me di cuenta de que la Iglesia Católica había existido durante 2000 años y que era mi ancla"
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Marc Rossi/ Marc y Sophie con sus hijos. |
Marc siempre ha preferido una
vida materialmente austera, aunque rica en posibilidades. Arraigado en la
zona rural francesa de Cantal desde 2012, todavía viaja por Francia para
realizar los espectáculos
de sombras chinescas en los que ha trabajado durante 17 años, a veces
con la ayuda de su esposa, Sophie, y sus cinco hijos de 12 a 17 años.
Tras el nacimiento de su segundo
hijo, la pareja —ingenieros de formación pero apasionados del teatro— decidió
romper con las costumbres consumistas y vivir de sus sueños: los espectáculos
en directo.
Olvídese de planes de carrera y
libros de contabilidad para realizar un seguimiento de los ahorros; para
ellos, la vida sería arte, inventiva, viajes por carretera… y pagar las
facturas con dificultad a fin de mes. Crearon su compañía de teatro
familiar itinerante en 2007 y viajaron por Francia durante tres años en una
caravana. Disfrutaron la unión como pareja y su vida familiar fue alegre y
colorida.
Nómadas «out of the box»
¿Y dónde estaba Dios en todo
esto? Estaba allí, al fondo, una sombra discreta entre las demás.
Marc creció en una familia
protestante, mientras asistía regularmente a la Iglesia Católica dentro de los
SUF (Scouts Unitarios de Francia) o a través de su círculo social, hasta los 30
años. “Mi práctica religiosa estaba llena de formalismo”,
recuerda. “Pero no me di cuenta hasta mucho después: no sabía que
podíamos tener una relación [con Dios]”.
Cuando conoció a Sophie en 2001,
se desprendió de todo, por lo que no pensó en casarse en la
Iglesia. “Acudimos al alcalde” para una boda civil “después del nacimiento
de nuestro tercer hijo, una forma de oficializar nuestra estructura
familiar”, recuerda.
Fue la llegada de los gemelos en
2010 lo que hizo sonar el toque de difuntos de una vida errante y sin
preocupaciones. Marc estaba agotado y sentía la necesidad de recuperar
fuerzas y dar un paso atrás. Oyó hablar del Priorato de Murat, no lejos de Saint-Flour (Cantal), donde
reside una comunidad de Hermanos de San Juan:
“No estaba particularmente en
busca de espiritualidad, solo necesitaba recuperarme en paz y tranquilidad… Una
vez allí, fue por pura cortesía que elegí asistir a los servicios”.
Una certeza pacífica
Entonces, ¿qué pasó durante esta
corta estancia?
“Nada espectacular”,
admite. “Fue una combinación de eventos que me abrió el corazón. La
calidad de la acogida y la presencia de los religiosos, su sentido de servicio,
las lecturas que me recomendaron… De repente me di cuenta de que la Iglesia
católica tenía 2.000 años y que era mi ancla. Yo, protestante, me sentí
como en casa, seguro de que a partir de entonces tenía que vivir mi fe a
diario, sin importar lo que pensara mi familia”.
Su determinación sorprendió a su
esposa, que anteriormente había sido bastante indiferente a la
espiritualidad. Ella no se interpuso en el camino. Tres meses
después, accedió a ir a Misa a Murat, y fragmentos de oraciones que había
recitado de niña volvieron a la superficie.
“Para ella fue más intenso que
para mí: lloró a mares y sintió de repente el amor de Dios por ella”.
En retrospectiva, Marc reconoce
que su forma de vida anterior a la conversión era muy parecida a los valores
cristianos, por lo que hubo más continuidad que ruptura. Aún así, este
renacimiento se tradujo concretamente en decisiones importantes: matrimonio en
la Iglesia, bautismo de los niños, regreso a la práctica religiosa regular.
“Y luego, estructuró a nuestra
familia, a la que le faltaba un poco de marco. Con el pretexto de confiar
en la vida, nos creíamos los capitanes de la nave. Nos dejamos llevar,
pero sin guía. Hoy sabemos que hay un guía incomparable al que tratamos de
escuchar: Cristo”.
Raphaëlle
Coquebert
Fuente: Aleteia






