3 – Agosto. Miércoles de la XVIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 15, 21-28
Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».
Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En
aquel momento quedó curada su hija.
Comentario
Los verdaderos maestros se mueven por el
deseo de llegar al corazón de la gente, y son capaces de ver más allá y más al
fondo. Un maestro de verdad no se conforma con repetir unas cosas y exigir que
se reciten de memoria. Es un buscador de caminos hacia quien tiene delante y
sabe también guiar y corregir en un camino que, sí o sí, debe realizar el
interesado como protagonista. El verdadero maestro sabe que debe estimular para
que aquel al que ayuda haga sus propios descubrimientos. El verdadero maestro
piensa en la persona y, por eso, busca ejercer su labor y ofrecer su enseñanza
en un contexto amplio: como una auténtica roturación del terreno, un poner las
bases, un abrir el corazón e ilusionar con miras amplias. Así hace Jesús con
sus palabras y sus obras, y eso llamaba poderosamente la atención de los que le
escuchaban, de los falsos maestros y también de nosotros hoy día.
Jesús ha venido a todos, pero en su
misión hay una prioridad: las ovejas perdidas de la casa de Israel. Esas ovejas
tienen un lugar muy especial en su corazón: son el Pueblo elegido, al que han
sido hechas las promesas, al que han sido dados tantos dones. Pero lo que le ha
pasado a Israel es que como Pueblo no ha sido fiel a su vocación, aunque de un
pequeño resto suyo nacería la Iglesia. Esa fe que no ha tenido Israel ha de ser
despertada, y Jesús lo intenta poniendo también como modelo a personas que, no
perteneciendo a Israel, sí tienen fe. Una fe perseverante. Una fe que obra.
No queda duda, por las palabras de Jesús,
de la dignidad de Israel. Al mismo tiempo, queda claro que es la fe la que
lleva por el camino de la salvación. No se pueden aducir privilegios externos:
allá donde hay fe hay vida. Y aquella mujer cananea, que amaba sinceramente a
su hija y confiaba tanto en Jesús, adelantó a muchos israelitas en el camino de
la santidad. Una de las frases clave del pasaje nos lo resume: “¡Mujer, qué
grande es tu fe! Que sea como tú quieres”. Así lo expresa Pablo: “Trabajad por
vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros el
querer y el actuar conforme a su beneplácito” (Flp 2,12-13). Dios nos estimula
y empuja, pero la fe y la caridad se edifican sobre nuestra respuesta a esa
llamada divina en el día a día. En realidad, alcanzaremos cuanto deseemos
mostrándolo con obras.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






