Jesús lo hizo, ¿por qué tú no?, sugiere el padre Maximilien Le Fébure Du Bus
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Descansar no es solo una cuestión de recuperar fuerzas físicas y espirituales. Es una forma de priorizar y valorar. Foto: Toa Heftiba / Unsplash |
El padre Maximilien Le
Fébure du Bus es canónigo regular en la abadía
de Lagrasse (Francia).
La Orden de los Canónigos
Regulares está sujeta a la regla de San Agustín, pues
remonta su origen al deseo del obispo de Hipona de que en torno al episcopado
hubiese una comunidad de clérigos con voto de pobreza y vida íntegra. Fue
fundamental en la conformación de la Cristiandad medieval, sobre todo a partir
de su reestructuración tras el sínodo romano de 1059, presidido por
el cardenal Hildebrando, futuro Papa Gregorio VII. Tras haber dado
a la Iglesia diez Papas y más de ochenta santos y beatos, sufrió las
consecuencias de la Revolución de 1789 en Francia, con persecuciones y
expropiaciones, y desde entonces perdió mucho de su fuerza e impacto popular.
Pero sigue
viva y actuante, y hoy en Lagrasse son cuarenta monjes: veinte sacerdotes, diez en camino de serlo y
diez hermanos legos. La abadía es un centro de atracción espiritual, y el padre
Le Fébure Du Bus es uno de los más renombrados y solicitados también para conferencias fuera del convento.
Acaba de publicar un Elogio espiritual del descanso (Cristiandad)
escrito no para el ámbito monacal -aunque también le es aplicable-, sino para
el mundo exterior en el que viven los cientos de personas que desde hace
treinta años tienen en ese monasterio un lugar de refugio y consejo.
Aunque un elogio de estas
características podría considerarse innecesario, porque descansar parece
una aspiración universal, lo que propone el padre Le Fébure es más
bien una reconsideración de lo que consideramos reposo, porque también existe
un "activismo en los tiempos llamados libres": "¡Al final
de éstos, cuántos adultos están más agotados a fuerza de haber multiplicado los
extras y acortado las noches! Mi cuerpo y mi espíritu están ahora
tentados sin cesar. Mi lentitud y mi calma no se tienen en consideración.
Mis ojos y mis oídos están muy solicitados. Consecuencias: fatiga, dispersión,
depresión".
Descansar es otra cosa, que
implica sueño, sí ("¡Dormid bien!", aconsejaba San
Francisco de Sales a las monjas cistercienses de Port Royal, al borde
del rigorismo jansenista), pero también evitar la pereza, definida
por este fraile, según la tradición clásica, como "hacer algo distinto del
deber".
Más que buscar un punto medio, el
padre Maximilien hace algunas consideraciones para que le demos al descanso el
importante lugar que le corresponde, no solo para renovar fuerzas físicas y
mentales, sino para marcar nuestras prioridades en la vida y
cambiar de mentalidad.
Éstas son algunas de esas
consideraciones, muy útiles para convencernos de emprender la 'ruta del
descanso'.
1. Descansar es algo
que Dios quiere de nosotros
Primero, porque nuestro premio es
descansar en Él: "¿No vive el cristiano con la vista puesta en
el descanso eterno del cielo? ¿Por qué no anticipar este descanso y
tratar de obtener aquí abajo un anticipo?"
Segundo, porque Jesucristo es
nuestro modelo de conducta e imitarle, la clave de la perfección moral y
espiritual: "Jesús descansó y, al descansar, me dio ejemplo... Dios
mismo descansa". En dos ocasiones, antes del milagro de la
multiplicación de los panes y los peces (Mc 6, 31) y en el Huerto de los
Olivos, Él mismo invitó a sus discípulos a descansar, aunque fuese un descanso
vigilante que, en este segundo y dramático episodio, no cumplieron.
Tercero, porque el sueño, que ocupa
"un lugar de honor" entre los descansos de orden físico, tiene un
lugar preeminente en las Sagradas Escrituras, donde es "ocasión de las
visitas de Dios". "Como yo", resume el padre Maximilien,
"el Dios hecho hombre necesita dormir y eso me da seguridad. Como yo,
Cristo conoce el cansancio y la fatiga... Sí, Cristo experimenta la
fatiga y debe descansar. Viene así a liberarme de mis eventuales escrúpulos".
2. El descanso da más
valor a lo más importante
Como decía Georges Bernanos,
"no se comprende absolutamente nada de la civilización moderna si no se
admite, antes que nada, que es una conspiración universal contra toda
clase de vida interior". El padre Le Fébure Du Bus ahonda en esta
idea, al lamentar -sin acusar, pues no es solo una decisión personal- que los
hombres de hoy vivan absorbidos por el trabajo: "La fatiga y las
preocupaciones los dominan, pero no quieren -o no pueden- renunciar a su obra.
No gozan nunca del verdadero descanso. Se confunden con un trabajo que
los domina".
Esto no era así antes de la
Modernidad: "Para nuestros ancestros, el trabajo no constituye un fin
en sí mismo... El centro de gravedad de la vida es el descanso o el ocio, y no
el trabajo, que sigue siendo un medio indispensable para vivir, pero que no
pretende dar acceso a la felicidad. La inversión de los valores se ha
impuesto poco a poco merced a los avances técnicos y a los retos
económicos". De hecho, el trabajo es definido en latín por vía
negativa: el negotium [negocio] se contrapone al otium [ocio],
es el nec-otium [no-ocio].
En esta visión de las cosas, el
descanso es el tiempo que uno dedica a lo más valioso: Dios, la familia, uno
mismo en su dimensión más elevada. "Las realidades importantes"
son aquellas que "merecen que pierda el tiempo por ellas; no se obtienen
con la prisa o el desasosiego; solo ellas dan sentido a mi existencia",
afirma el autor de Elogio espiritual del descanso.
3.
Descansar es un signo de humildad
En línea con lo anterior, el padre
Maximilen sugiere "renunciar un instante a la actividad realizada -incluso
santa y lograda-, distanciarse de ella, aceptar no apropiarse de ella.
En definitiva, hacer un acto de humildad".
Abandonar durante un cierto periodo
el trabajo, el lugar donde nos volcamos en aras de la necesidad material, sitúa
a nuestro yo en su lugar exacto: "En cierta manera, al
descansar reconozco mis límites, obro con humildad. Al liberarme de mí
mismo y de mis preocupaciones, el descanso me introduce en la libertad de los
hijos de Dios".
Es más, el descanso "reafirma
la primacía divina" porque, "al desconectar, vuelvo a tomar
conciencia de mi dependencia original respecto de mi Creador. Y esto lo logro
sin tensión. ¿No es una forma de alabarlo?"
4. El descanso se hace
en presencia de Dios
¡Nada más reconfortante que alabar a
Dios con una buena siesta! Pero Le Fébure hace una apología del reposo,
no de la holganza, es decir, del abandono de las obligaciones, pues
"el descanso exigido por Cristo se hace siempre en su presencia".
La razón por la que el descanso es
alabanza es que implica necesariamente confianza en Él: "Solo la
presencia de Dios asegura verdaderamente la paz. A su lado, el alma
está confiada y encuentra su descanso... Cuando Jesús invita a sus amigos
al descanso, es siempre una llamada a gozar de su presencia y de su
intimidad". No es una invitación a alejarse de Él con el pecado de la
pereza.
5. Honrar el domingo
es parte esencial del descanso
Dios "descansó el día séptimo
de toda la obra que había hecho" (Gén 2, 2). El descanso es, pues,
"la cima de su obra creadora": "Tal respiro no es inactivo:
es una obra en toda regla. Si crear durante seis días es una acción divina,
descansar también lo es", subraya el padre Maximilien. Tanto, que no es un
consejo, sino un precepto de la Ley de Dios y de los
mandamientos de la Iglesia.
Por tanto, "cuando celebro el
descanso de Dios", es decir, al santificar los domingos, "proclamo
que el trabajo humano no es mi valor último; hago de mi descanso un homenaje a
Dios... Respetar el sábado es recordar nuestra dependencia respecto
del Creador. Es hacer memoria de la bondad de Dios para con nosotros".
Y eso se hace con "momentos de
calidad" para "pasar tiempo con Él, mirarlo, escucharlo,
cantarlo, esto es lo que Le agrada".
Parte de esa alabanza es "darle
valor" al domingo "mediante diversos signos visibles" porque
"no es un día como los demás": endomingarse para ir a misa, la
calidad de los platos que se comen, "el bonito mantel sobre la mesa
familiar". Con todo ello "sacralizo un tiempo muy a
menudo profanado".
El monje de Lagrasse propone cosas
muy concretas: "Dejar el iPad en la oficina y no consultarlo en la
cama, trabajar más el sábado con el fin de preservar el domingo,
agenciarse regularmente un tiempo de soledad o de retiro en un convento
cercano, son actitudes proféticas en una sociedad hiperactiva. Al hacer esto,
manifiesto a todos -y a mí mismo- que ya no estoy dominado por la acción, por
la presión del sistema, por el primado de la eficacia. Redescubro el sentido
primero de mi existencia, que no me viene impuesto por lo inmediato.
Este sentido viene de más lejos, de más arriba".
6. El silencio es
esencial para el descanso
Por último, y en una línea similar a
la del cardenal Robert Sarah y su reivindicación del silencio, Le Fébure afirma
que "el hombre solo puede hallar reposo en el silencio... Sin
silencio, no puedo discernir ni elegir". Un silencio que no es
ocioso, sino "meditativo, admirativo, contemplativo".
Frente a él, alerta de la que llama
"adicción a la música" y del "estar sometido a un fondo sonoro
constante, incluso en las ceremonias litúrgicas", lo que nos
hace incapaces de encontrar "una tranquilidad humanizadora" para
conseguir una "renovación interior".
* * *
Al final, todo, descanso y silencio,
convertidos en oración, han de servir para conducirnos a Dios:
"¿No debo aceptar 'perder el tiempo' con Él? ¿No puedo pasar un poco más
de tiempo con Él?". Al fin y al cabo, "la vida interior es esto:
una vida de amistad con Dios. Mediante la oración, llevo a cabo un
encuentro íntimo en el que mi alma descansa en Dios".
Carmelo López-Arias
Fuente: ReL