La tarde de este martes, 11 de octubre, el Santo Padre presidió la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en la memoria litúrgica de San Juan XXIII y en el 60 Aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II
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En su homilía
el Pontífice presento tres miradas que enseña el Concilio a la Iglesia: “la
mirada de lo alto, la mirada en el medio, la mirada de conjunto”.
“Redescubramos el
Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que
esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una
Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y
liberadora”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa que
presidió la tarde de este martes, 11 de octubre, en la memoria litúrgica de San
Juan XXIII y en el 60 Aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
El Vaticano II fue una respuesta al amor de Dios
En
el 60 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el Santo Padre al
comentar el Evangelio de Juan señaló que, el Señor nos dirige a nosotros las
mismas palabras que Jesús dirigió a Pedro, la primera: ¿Me amas? La segunda:
Apacienta mis ovejas. Estas dos palabras fueron el centro de la homilía del
Papa Francisco que al explicar la primera dijo que, en primer lugar: ¿Me amas?
Es una interrogación, porque el estilo de Jesús no es tanto el de dar
respuestas, como el de hacer preguntas, preguntas que interpelan la vida. “Y el
Señor, que «habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con
ellos» (Dei Verbum, 2), nos pregunta todavía y seguirá preguntando siempre a la
Iglesia, su esposa: “¿Me amas?”. El Concilio Vaticano II fue una gran respuesta
a esa pregunta. Fue para reavivar su amor que la Iglesia, por primera vez en la
historia, dedicó un Concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre
su propia naturaleza y su propia misión.
“La
Iglesia se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se
redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu
Santo”
Atentos a no anteponer nuestras agendas al Evangelio
En
este sentido, el Papa Francisco dijo que esta es la primera mirada que hay que
tener sobre la Iglesia, la mirada de lo alto. Sí, hay que mirar la Iglesia ante
todo desde lo alto, con los ojos enamorados de Dios. Preguntémonos si en la
Iglesia partimos de Dios, de su mirada enamorada sobre nosotros. “Siempre
existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios – advirtió el
Pontífice – de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar
por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar
el tiempo que nos da la Providencia de volver atrás”. Pero estemos atentos: ni
el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo
pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que
anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios,
ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro.
Volver a dar la primacía a Dios
El
Santo Padre señaló que hoy es importante que, “redescubramos el Concilio para
volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de
amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea
rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora. El
Concilio indica a la Iglesia esta ruta: la hace volver, como Pedro en el
Evangelio, a Galilea, a las fuentes del primer amor, para redescubrir en sus
pobrezas la santidad de Dios (cf. Lumen gentium, 8c; cap. V), para volver a
encontrar en la mirada del Señor crucificado y resucitado la alegría perdida,
para concentrarse en Jesús.
“El
Papa Juan, en sus últimos días, escribía: «Esta vida mía que llega a su fin no
podría terminar mejor que concentrándome totalmente en Jesús, Hijo de María…
grande y continuada intimidad con Jesús, contemplado en imagen: niño,
crucificado, adorado en el Sacramento» (Diario del alma, 977-978). ¡Esta es
nuestra mirada alta, nuestra fuente siempre viva!”
Que en la Iglesia viva la alegría
Volvamos
a las límpidas fuentes de amor del Concilio, fue la invitación del Santo Padre,
reencontremos la pasión del Concilio y renovemos la pasión por el Concilio.
Abismados en el misterio de la Iglesia madre y esposa, digamos también
nosotros, con san Juan XXIII: Gaudet Mater Ecclesia (Discurso en la apertura
del Concilio, 11 octubre 1962). Que en la Iglesia viva la alegría. Si no se
alegra se contradice a sí misma, porque olvida el amor que la ha creado. Y, sin
embargo, ¿cuántos entre nosotros no logran vivir la fe con alegría, sin
murmurar y sin criticar? Una Iglesia enamorada de Jesús no tiene tiempo para
conflictos, venenos y polémicas. Que Dios nos libre de ser críticos e
impacientes, amargados e iracundos. No es sólo cuestión de estilo, sino de
amor, porque el que ama, como enseña el apóstol Pablo, hace todo sin murmuraciones
(cf. Flp 2,14).
“Señor,
enséñanos a mirar alto, a mirar la Iglesia como la ves Tú. Y cuando seamos
críticos y estemos insatisfechos, recuérdanos que ser Iglesia es testimoniar la
belleza de tu amor, es vivir respondiendo a tu pregunta: ¿me amas?”
¿Me amas? Apacienta mis ovejas
El
segundo aspecto que resaltó el Papa Francisco en su homilía fue el de
“Apacienta mis ovejas”. Jesús, dijo, expresa con este verbo el amor que desea
de Pedro. Pensemos precisamente en Pedro: era un pescador de peces y Jesús lo
transformó en pescador de hombres (cf. Lc 5,10). Ahora le asigna un nuevo
oficio, el de pastor, que nunca había ejercitado. Y es un cambio, porque
mientras el pescador toma para sí, atrae hacia sí, el pastor se ocupa de los
otros, apacienta a los otros. Es más, el pastor vive con su rebaño, alimenta a
las ovejas, se encariña con ellas. No está arriba, como el pescador, sino en
medio. Esta es la segunda mirada que nos enseña el Concilio, la mirada en el
medio, estar en el mundo con los demás y sin sentirnos jamás por encima de los
demás, como servidores del Reino de Dios (cf. Lumen gentium, 5); llevar la
buena noticia del Evangelio a la vida y en las lenguas de los hombres (cf.
Sacrosanctum Concilium, 36), compartiendo sus alegrías y sus esperanzas (cf.
Gaudium et spes, 1).
“Qué
actual es el Concilio, nos ayuda a rechazar la tentación de encerrarnos en los
recintos de nuestras comodidades y convicciones, para imitar el estilo de Dios,
que nos ha descrito hoy el profeta Ezequiel: “ir en busca de la oveja perdida y
hacer volver al rebaño a la descarriada, vendar a la que está herida y curar a
la enferma” (cf. Ez 34,16)”
La Iglesia celebró el Concilio para darse
El
Santo Padre explicó que cuando se dice “Apacienta”, se está diciendo que, la
Iglesia no celebró el Concilio para contemplarse, sino para darse. En efecto,
nuestra santa Madre jerárquica, que surgió del corazón de la Trinidad, existe
para amar. Es un pueblo sacerdotal (cf. Lumen gentium, 10 ss.), no debe
sobresalir ante los ojos del mundo, sino servir al mundo. No lo olvidemos: el
Pueblo de Dios nace extrovertido y rejuvenece desgastándose, porque es
sacramento de amor, «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1).
“Volvamos
al Concilio, que ha redescubierto el río vivo de la Tradición sin estancarse en
las tradiciones; que ha reencontrado la fuente del amor no para quedarse en el
monte, sino para que la Iglesia baje al valle y sea canal de misericordia para
todos”
Volvamos al Concilio para salir de la autorreferencialidad
El
Papa Francisco además invitó a que, volvamos al Concilio para salir de nosotros
mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad. Apacienta, repite el
Señor a su Iglesia; y apacentando, supera las nostalgias del pasado, la
añoranza de la relevancia, el apego al poder, porque tú, Pueblo santo de Dios,
eres un pueblo pastoral, no existes para apacentarte a ti mismo, sino a los
demás, a todos los demás, con amor. Y, si es justo tener una atención
particular, que sea para los predilectos de Dios, para los pobres y los
descartados (cf. Lumen gentium, 8c; Gaudium et spes, 1); para ser, como dijo el
Papa Juan, «la Iglesia de todos, en particular la Iglesia de los pobres».
La Iglesia, a imagen de la Trinidad, es comunión
El
Papa Francisco también dijo que, el Señor no piensa sólo en algunas, sino en
todas, porque las ama a todas, las llama a todas afectuosamente “mías”. El buen
Pastor ve y quiere a su grey unida, bajo la guía de los pastores que le ha
dado. Quiere —tercera mirada— la mirada de conjunto. El Concilio nos recuerda
que la Iglesia, a imagen de la Trinidad, es comunión (cf. Lumen gentium, 4.13).
El diablo, en cambio, quiere sembrar la cizaña de la división. No cedamos a sus
lisonjas, no cedamos a la tentación de la polarización. Cuántas veces, después
del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia,
sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre.
Superemos las polarizaciones
Cuántas
veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos,
progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de
izquierda” más que de Jesús; erigirse como “custodios de la verdad” o “solistas
de la novedad”, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa
Madre Iglesia. El Señor no nos quiere así, nosotros somos sus ovejas, su
rebaño, y sólo lo somos juntos, unidos. Superemos las polarizaciones y
defendamos la comunión, convirtámonos cada vez más en “una sola cosa”, como
Jesús suplicó antes de dar la vida por nosotros (cf. Jn 17,21).
“Que
nos ayude en esto María, Madre de la Iglesia. Que acreciente en nosotros el
anhelo de unidad, el deseo de comprometernos por la plena comunión entre todos
los creyentes en Cristo”
Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amamos
El
Santo Padre concluyó su homilía con esta oración: “Te damos gracias, Señor, por
el don del Concilio. Tú que nos amas, líbranos de la presunción de la
autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Tú, que nos apacientas
con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú,
que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las
polarizaciones. Y nosotros, tu Iglesia, con Pedro y como Pedro te decimos:
‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amamos’ (cf. Jn 21,17)”.
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
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