2 - Octubre. XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 17,
5-10
Los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho
todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo
que teníamos que hacer”».
Comentario
En este pasaje del evangelio se
distinguen claramente dos partes. En la primera, Jesús habla de la fuerza
eficaz que tiene la fe. En la segunda, ilustra con un ejemplo el hecho de que
la fe, si es verdadera, ha de manifestarse en una actitud de servicio
desinteresado.
Las palabras de Jesús acerca de
la fe en la primera parte, son análogas a las recordadas por Mateo y Marcos en
sus evangelios. Allí se dice que quien tenga fe podrá decir a un monte:
“arráncate y échate al mar”, y la montaña le obedecería (cf. Mt 21,21 y Mc
11,22-24). Aquí se expresa, de modo muy gráfico, que bastaría una fe “como un
grano de mostaza”, una semilla pequeñísima, de apenas un milímetro de diámetro,
para decirle a una morera: “arráncate y plántate en el mar”, y que obedeciese.
La morera es un árbol grande, con raíces poderosas y extendidas, muy difícil de
arrancar, y, además, imposible de hacerlo crecer en el agua. El ejemplo de la
morera, firmemente sostenida con fuertes raíces, está muy en consonancia con el
modo en que Jesús comienza su respuesta: “Si tuvierais fe…”. La palabra “fe”,
en hebreo ’emunah, tiene la misma raíz que el verbo “creer” (he’emin)
que también significa “estar bien afianzado”, “tener fortaleza”. Lo que Jesús
quiere expresar está bastante claro: la fe proporciona un apoyo sólido que
permite afrontar retos impensables, tareas grandiosas, humanamente imposibles.
A quien tiene fe, esto es, al que se apoya confiadamente en Dios, no hay nada
que se le resista, por eso dirá Jesús en otra ocasión que “todo es posible para
el que cree” (Mc 9,23).
Un requisito básico de la fe que
proporciona fortaleza con el apoyo de Dios es la humildad, que implica el
reconocimiento de la propia debilidad. Dios es el protagonista de la historia
de la salvación y nos invita a colaborar en ella como buenos servidores suyos:
de eso habla la segunda parte de este pasaje evangélico. A quien sirve
desinteresadamente a los demás por amor a Dios, “le aliviará saber –dice
Benedicto XVI- que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del
Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo
siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que
le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el
mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo
que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas”[1].
El ejemplo que propone Jesús en
la segunda parte de este pasaje del evangelio, en un texto propio de Lucas,
enseña que fe y servicio no se pueden separar, sino que están íntimamente
unidos. Un servicio intenso y sacrificado, como el de aquel servidor que
trabajó toda la jornada y al regresar a casa, cansado y hambriento, todavía se
puso a preparar la cena a su amo, sin quejarse y sin pensar que hacía nada
extraordinario. El ejemplo que propone Jesús es muy exigente. En nuestro
tiempo, uno podría pensar que aquel hombre necesitaría de los buenos consejos
de un abogado laboralista sobre cómo reivindicar sus derechos frente a un
patrón así. Pero ese servicio total que reclama Jesús es el mismo que él
realizó: “el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar
su vida en redención de muchos” (Mc 10,45). La fe hace milagros, pero cuando se
manifiesta en hechos de servicio, siguiendo el ejemplo de Jesús. Por tanto, no
estamos llamados a servir para tener una recompensa, sino para imitar a Dios,
que se hizo siervo por amor nuestro.
San Josemaría, consciente de que
una fe que se manifieste en obras de servicio es un don sobrenatural que sólo
Dios puede infundir e intensificar en el alma, manifestaba en una ocasión:
“Todos los días, no una vez sino muchas (...), le diré algo que le pedían los
Apóstoles (...): adáuge nobis fidem! (Lc 17, 5), auméntanos la fe. Y
añado: spem, caritátem; auméntanos la fe, la esperanza y la caridad”[2].
[2] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 7-IV-1974. Citado por Javier Echevarría, Carta 29 de septiembre de 2012, n. 12.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei