14 – Octubre. Viernes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 12, 1-7
Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros.
Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
«Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea.
A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros.
Comentario
“Guardaos de
la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. El Señor busca personas que
luchen por ser coherentes, que procuren vivir en unidad de vida.
El dicho de
Jesús recuerda a la alabanza que hizo a Natanael cuando se lo presentó Felipe:
“Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez” (Juan 1, 47)
A los que le
escuchan y a nosotros nos ayuda a caminar cara a Dios: “nada hay oculto que no
sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho
en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo
techo será pregonado sobre los terrados”.
Espera Jesús
de nosotros la sencillez del niño que se sabe delante de su padre y que no
tiene nada que temer.
Como escribía
san Josemaría en Camino: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a
nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde
brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro
lado.
Y está como un
Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del
mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y
perdonando.
¡Cuántas veces
hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una
travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de
nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos
reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra
flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que
nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor
que está junto a nosotros y en los cielos”[1].
“¿No se venden
cinco pajarillos por dos ases?... No tengáis miedo: valéis más que muchos
pajarillos”.
Con esa
sencillez hemos de caminar delante de Dios sin dejarnos engañar cuando el
diablo trate de llevarnos por la senda de la hipocresía, del miedo, del
disimulo cuando no hagamos bien las cosas.
[1] San
Josemaría, Camino 267.
Javier Massa
Fuente: Opus
Dei