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Carlo Crivelli | PD |
Conforme las comunidades
monásticas católicas evolucionaban, se desarrollaron varias tradiciones sobre
cómo cortar el pelo de un monje recién iniciado.
Puede parecer un tema trivial
sobre el que debatir, pero el cabello es visto a menudo como una posesión preciada.
Por ejemplo, el pelo era (y todavía es) usado como un indicador del status de
una persona, revelando en qué lugar de la jerarquía social se encontraban. Las
pelucas fueron incluso elaboradas por los romanos de forma que los ciudadanos
ricos podían fácilmente conseguir peinados particulares.
Ser calvo se menospreciaba en
muchas culturas y se veía como una especie de defecto. Los esclavos eran
afeitados normalmente para distinguirlos del resto de la sociedad.
En este
contexto, los monjes querían mostrar externamente el sacrificio que hacían al
aceptar la vida religiosa. Después de que a un nuevo monje se le
permitiera unirse a la comunidad, una de las primeras ceremonias de iniciación
consistía en raparle el pelo. Esto simbolizaba su renuncia al mundo y la
dedicación a su vida religiosa.
Además, dado que una cabeza
rapada era asociada a menudo con los esclavos, el monje recién afeitado se
convertía así en un «esclavo» de Cristo.
Durante los primeros siglos de
vida monástica, surgió un debate sobre el tipo de afeitado, llamado «tonsura»,
que debía hacerse. Según la Enciclopedia
Católica había tres tipos diferentes de tonsura, cada una de ellas
conectada a un apóstol en concreto.
(1) la romana o de San Pedro, con
la que toda la cabeza es afeitada con excepción de un círculo de cabello;
(2) la occidental, o de San
Pablo, con la que toda la cabeza es despojada de cabello;
(3) la celta, o de San Juan, con
la que solo se afeita una parte del cabello en forma de media luna en la parte
frontal.
El estilo celta de tonsura
resultó ser controvertido y fue descartado en el sínodo de Whitby en 664. La
tonsura romana prevaleció y fue fijada como la estándar para comunidades
monásticas.
Esto puede haber sido en parte
por el simbolismo de la tonsura romana, que se decía que representaba la corona
de espinas que se colocó en la cabeza de Jesús. Además, algunos de los
detractores de la tonsura celta la asociaban con Simón el Mago, un mago
mencionado en los Hechos de los Apóstoles.
Tanto el estilo romano como el
occidental han llegado hasta nuestros días y pueden ser encontrados en
diferentes comunidades religiosas en la Iglesia Católica.
Philip
Kosloski
Fuente: Aleteia