El padre Jacques Philippe ofrece grandes luces para aceptarse, valorarse y poder amar libremente
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| Shutterstock / Versta |
El
padre Jacques Philippe es
un uno de los autores espirituales más conocidos en los últimos años.
Recientemente se ha dedicado a predicar retiros en Francia y en el
extranjero y ha consolidado sus principales temas en algunos libros sobre
espiritualidad como La
libertad interior, La felicidad donde no se espera, Llamados a la vida, La paz
interior, y En la escuela del Espíritu Santo, entre
otros.
El pasado 20 de octubre ofreció una conferencia, organizada por Areté (centro de desarrollo integral de la persona),
en la ciudad de Medellín, Colombia.
El
padre Jacques habló sobre la aceptación personal y
la libertad
interior. Acá te dejo un resumen de 3 puntos:
Se
trata de acogernos
tal y como somos, con nuestra gracia, nuestra belleza,
nuestras capacidades; pero también con la parte de fragilidad y pobreza que hay
en nosotros.
A veces es difícil aceptar aspectos como nuestro físico, nuestras
debilidades o nuestra historia. Nos cuesta amarnos a nosotros mismos. Nos
cuesta perdonarnos.
«La
historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza»
(Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios
se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de
nuestra debilidad.
Esto es lo que hace que san Pablo
diga: Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario
de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al
Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: ¡Te basta mi gracia!, porque mi
poder se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12,7-9).
Si esta es la perspectiva de la
economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con
intensa ternura.
El Maligno nos hace mirar nuestra
fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz
con ternura. La ternura es
el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros.
El dedo que señala y el juicio que
hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar
nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos
salvará de la obra del Acusador (Ap 12,10).
Por esta razón es importante
encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la
Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura. Paradójicamente,
incluso el Maligno puede decirnos la verdad, pero, si lo hace, es para
condenarnos.
Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge,
nos abraza, nos sostiene, nos perdona.
La Verdad siempre se nos presenta como
el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a
nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra
con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y ha sido encontrado»» (v. 24) (Patris Corde. Papa
Francisco).
En la base de lo que nos pasa se encuentra nuestra desconfianza
en la misericordia de Dios.
Pensamos que Dios nos quiere perfectos, pero la verdad es que Él
realiza sus designios a través de nuestra debilidad.
Dios es un Padre que perdona y acoge, nunca nos juzga. Algunas
veces nos hace permanecer en la fragilidad, conservar
nuestras espinas, para librarnos del orgullo y regalarnos la gracia que nos
fortalece.
Sin
esta reconciliación con nosotros mismos, siempre estaremos en un cierto
conflicto interior, nos resultará difícil amar a los demás y acoger el amor de
Dios.
Al perder nuestra conexión con Dios perdemos la capacidad de
vernos con una mirada de reconciliada.
Solo podemos aceptarnos a nosotros mismos cuando conocemos el amor
infinito que Dios tiene por nosotros: «tú
eres mi hijo amado, he puesto todo mi amor en ti».
Nuestra identidad más profunda proviene del amor de Dios que nos
ha creado. Esto implica recibir el amor que Dios nos regala.
La persona que Dios ama es la persona
que soy, no la que sueño ser o la que debo ser.
Si yo me acojo a mí mismo acojo el amor de Dios y este amor es el
que me cura y va sanando todas mis heridas.
Cuando me siento plenamente acogido por el otro, y
especialmente por Dios, cuando me reconozco infinitamente
amado por el Padre, cuando me siento perdonado por mis fracasos, soy capaz de
ir adelante.
Cuando nos separamos de Dios, tarde o temprano, terminaremos
odiándonos a nosotros mismos, porque perdemos la razón esencial que tenemos
para amarnos: la confianza en nuestra identidad como hijo de Dios.
La confianza en la misericordia y el
amor de Dios es la clave para nuestra aceptación.
La confianza en Dios es el fundamento de todas las otras formas de
confianza que tenemos que poner en práctica: confianza en nosotros mismos,
confianza en los demás, confianza en el futuro, etc.
En el contexto actual sentimos que esta confianza falta en muchas
personas.
El testimonio más hermoso que los cristianos podemos dar no es el
de ser mejores que los demás, sino el de nuestra confianza en el amor de Dios.
El
Cura de Ars decía: «El
buen Dios me ha hecho esta gran misericordia, la de
no poder nada en mí sobre lo que yo pueda sostenerme, ni talentos, ni ciencia, ni
sabiduría, ni fuerza, ni virtud». Esto lo obligaba a apoyarse más en Dios
y a poner más su confianza en Él.
Esto purifica nuestro amor, porque la persona que tiene conciencia
de su fragilidad, ama con un amor más puro, porque hay
menos satisfacción personal; entonces amo más a Dios y a los demás.
Lo que Dios quiere no es que seamos
perfectos, sino que confiemos en Él.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia






