13 - Noviembre. XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 21,
5-19
Y como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino
contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y
pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero
antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas
y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa
de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por
ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra
defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer
frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres,
y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de
vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello
de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras
almas.
Comentario
Cuando el visitante de Jerusalén
contempla hoy la ciudad desde el monte de los Olivos queda impresionado por la
magnitud y hermosura de la gran explanada sobre la que estuvo edificado su gran
templo. Más de cerca, el tamaño descomunal y la calidad del tallado de cada una
de las piedras que están en la base de sus muros sigue llamando la atención.
Hace veinte siglos aquellas construcciones suscitaban la sorpresa de quien las
contemplaba por primera vez, y eran motivo de orgullo para todos los judíos
piadosos que acudían a la ciudad santa para adorar al Señor. Aquella mole
imponente de piedra parecía indestructible.
Por eso, las palabras de Jesús,
interrumpiendo quizá unos comentarios llenos de admiración, resultaban
sobrecogedoras: ¿de qué catástrofe cósmica estaba hablando? Para ellos eso sólo
podría suceder en el fin del mundo. ¿El final era inminente?
El Maestro en su respuesta desvía
la atención de los detalles accesorios, como son los relativos al tiempo y
momento concreto en que sobrevendrá la catástrofe, para centrarse en lo
fundamental.
De entrada, advierte que llegarán
momentos difíciles, y en ellos surgirán charlatanes que se presenten a sí
mismos como si tuvieran prerrogativas mesiánicas, pero los auténticos
seguidores de Cristo no se deben dejar engañar, ni tener miedo.
Su enseñanza sigue siendo actual:
“También hoy -dice el Papa Francisco-, en efecto, existen falsos ‘salvadores’,
que buscan sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, incluso brujos,
personalidades que quieren atraer a sí las mentes y los corazones,
especialmente de los jóvenes. Jesús nos alerta: ¡No vayáis tras ellos!”[1]. Los
cristianos sabemos quién es ese guía y dónde se encuentra ese camino que tanta
gente busca a ciegas para alcanzar la felicidad. Tenemos algo muy valioso que
aportar al mundo: la fe y el amor de Dios del que Jesucristo nos hace
partícipes. Convencido de ese gran tesoro con el que contamos, san Josemaría
gustaba de exclamar: “¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle
alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón...
y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?”[2].
La tarea es ilusionante y
esperanzadora, pero Jesús advierte también que será costosa. Ningún esfuerzo ni
padecimiento nos será ahorrado al dar testimonio de cuanto él nos ha enseñado.
Lo advertiría también en la última cena: “No es el siervo más que su señor. Si
me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20). Dios
permite estas persecuciones porque puede sacar de ellas bienes mayores, ya que
serán ocasión de dar testimonio. El Señor ayuda a no tener miedo, ya que siempre
estaremos en las manos de nuestro Padre Dios hasta el punto de que “ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá” (v. 18). “Esta es la diferencia entre
nosotros y los que no conocen a Dios -afirma san Cipriano-: ellos en la
adversidad se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan
de la virtud ni de la verdadera fe. Por el contrario, éstas se afianzan en el
dolor”[3].
Las palabras finales de Jesús son
esperanzadoras, ya que garantizan la victoria: “con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas” (v. 19). Por muchas persecuciones, desórdenes o
desastres que puedan sobrevenir, no dejará de cumplirse el designio salvador y
misericordioso de Dios.
[2] San Josemaría, Camino, 790.
[3] San Cipriano, De mortalitate, 13.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei