26 – Noviembre. Sábado de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 21, 34-36
Tened cuidado
de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras
y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque
caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues,
despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por
suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Comentario
El evangelio
de hoy nos ofrece dos medios para estar vigilantes y preparados para cuando el
Señor nos llame a su presencia: el examen de conciencia y la oración.
El primero es el examen de conciencia, ofrecido también por la
Iglesia desde sus inicios, que se presenta como un modo conveniente para vivir
eficazmente nuestra vocación cristiana y también como un medio necesario para
acercarnos al sacramento de la misericordia de Dios, a la confesión sacramental.
Examinar la
conciencia supone abrir el alma a la luz de Dios, invocando al Espíritu Santo,
para ver todo lo que nos separa de Dios, lo que dificulta nuestra unión con Él,
para pedirle perdón y poner, con su ayuda, los medios oportunos para evitarlo.
El Señor nos
previene contra los ofuscamientos del corazón, fruto de una vida entregada a
las demandas de los sentidos; vidas que buscan como fin el placer, o cegueras
del alma que son consecuencia de andar preocupados exclusivamente por las cosas
temporales.
Esas
situaciones conducen a una insensibilidad ante las gracias y misericordias de
Dios, que llama a la conversión. La respuesta al Señor se pospone para un mañana
o un futuro que nunca llegan o bien se esquivan, para seguir ofuscados en
aquello que complace o ante la urgencia de resolver con nuestras solas fuerzas
los problemas que se presentan.
El segundo
medio es la oración. Un diálogo personal con Dios que nos mantenga en su
presencia y nos disponga para secundar dócilmente los dones del Espíritu Santo
y alcanzar sus frutos, particularmente la caridad, porque el juicio con el que
se abre la eternidad, versará sobre cómo hemos cultivado el talento de amar.
Miguel Ángel
Torres-Dulce
Fuente: Opus
Dei