15 – Noviembre. Martes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 19, 1-10
Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues
también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a
buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Comentario
“Entró en
Jericó y atravesaba la ciudad”. Pasa Jesús, pero no pasa de cualquier manera.
Pasa buscando a las almas, una a una, porque ha venido a la tierra para
facilitar a los hombres el encuentro con Dios.
Aquel día se
iba a encontrar con Zaqueo. Este le buscaba y puso los medios para encontrarse
con Jesús. “Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la
muchedumbre, porque era bajo de estatura”. Zaqueo quiere ver a Jesús y se sube
a un sicómoro. Deja de lado los respetos humanos, el qué dirán, porque
quiere ver al Maestro. Pone de su parte lo que puede. El resto lo pondrá Jesús.
Jesús, que lee
en el corazón de las personas, porque es Dios, conoce todo lo que está haciendo
Zaqueo y sale a su encuentro. “Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la
vista, le dijo: -Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu
casa”.
Jesús mira a
Zaqueo. Su mirada no es superficial, sino que se dirige al corazón. Es fácil
hacer una trasposición y pensar en que Jesús nos mira a cada uno y espera que
le busquemos como Zaqueo. Él quiere vivir con nosotros, pero cuenta con nuestra
libertad. No quiere meterse en la vida de las personas sin que se lo
permitamos. Zaqueo le abre la puerta de su corazón de par en par: “bajó rápido
y lo recibió con alegría”.
Zaqueo se
llena de alegría cuando Jesús se dirige a Él y le llama por su nombre. Eso es
lo mismo que sucede a todas las personas que dejan entrar a Jesús en su vida:
que se llenan de alegría. El motivo es sencillo, encontrarse con Jesús es
encontrarse con Dios que es a quien busca el corazón humano, como enseñaba san
Agustín: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti”[1].
El encuentro
de Zaqueo con Jesús no sólo le llena de alegría, sino que le cambia la vida y
se la cambia para bien. “Zaqueo, de pie, le dijo al Señor: -Señor, doy la mitad
de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo
cuatro veces más”. Zaqueo sufre una verdadera transformación en su corazón que
le hace darse cuenta de las necesidades de los demás y de querer remediar el
daño que les haya podido causar.
Este cambio en
Zaqueo nos puede ayudar a preguntarnos por la sinceridad de nuestro encuentro
con Jesús. Si verdaderamente nos acercamos a Él, en nuestro corazón debe crecer
la preocupación por los demás. Así lo enseñó el Papa emérito en su primera
encíclica: “El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el
programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita
amor y actúa en consecuencia”[2].
[2] Benedicto XVI, Deus caritas est 31.
Javier Massa
Fuente: Opus
Dei