19 - Noviembre. Sábado de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 20,
27-40
Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”.
Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les
dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero
los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la
resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en
matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos
de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan,
lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor:
“Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos,
sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». Y
ya no se atrevían a hacerle más preguntas.
Comentario
Hay numerosos sucedidos en la
vida de Jesús que nos dejan la impresión, a menudo desconcertante, de la
“necedad” de los que se acercan a escucharlo y a preguntarle. Este término,
“necedad”, pertenece a la tradición sapiencial de la que dan testimonio una
serie de libros del Antiguo Testamento. El necio es el que se cierra a lo
evidente, a lo que tiene delante. El que no está dispuesto a escuchar. El que
está convencido de que las cosas son como él piensa. ¡O que deberían ser como
él piensa! Y que, por tanto, vive en un mundo que en parte es ficción. Vive
engañado.
El evangelio de la misa de hoy
nos presenta a unos saduceos. En la pregunta que hacen al Señor se deja
entrever lo pequeño de sus corazones. Esa pequeñez se refleja en su obstinación
por quedarse en la letra de la Ley de Moisés, o en lo que ellos entendían de
esa letra, sin abrir su corazón a lo que Dios había revelado en esa misma Ley,
aunque fuera aún de una forma oscura, pero que podía ser alcanzado por los
destinatarios abiertos a Dios y con un corazón humilde. Para ellos era
inconcebible una resurrección, entre otras cosas, por su concepción del matrimonio.
Pero Jesús mismo les dice que, aunque no puedan llegar a comprender cómo
vivirán en la otra vida las personas que aquí estuvieron casadas, la misma Ley
les dice que Dios es un Dios de vivos.
Entre las diversas enseñanzas que
podemos sacar de este pasaje, se impone una de fondo: solo pueden penetrar en
el conocimiento del Misterio de Dios los que tienen buenas disposiciones, los
que están abiertos y escuchan, los que preguntan con humildad, los que aceptan
a Cristo, los que lo aman. El Misterio de Dios supera nuestra comprensión,
pero, ciertamente, es un muro infranqueable para el que no quiere abrirse a
comprender lo que le supera. Quien encierra a Dios y las realidades divinas en
lo que la razón humana puede abrazar, creyendo vivir en la realidad, vive fuera
de ella. A Dios solo podemos acercarnos con el corazón abierto. Sobre esas
buenas disposiciones, Él construirá, con la fe, la esperanza y la caridad, el
camino del conocimiento amoroso y la plenitud de vida.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei