17 – Noviembre. Jueves. Santa Isabel de Hungría
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Evangelio
según san Lucas 19, 41-44
Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú
también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus
ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de
trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán
con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste
el tiempo de tu visita».
Comentario
Jesús ha llegado
a Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos. Será la última que la
celebre en esta tierra. Son días de gran intensidad y de emoción contenida. Al
acercarse desde Betania, se detiene en el Monte de los Olivos y contempla la
majestuosidad del Templo y las murallas de la Ciudad Santa. Jesús llora. No
puede contener su dolor por la incapacidad de sus habitantes para reconocerle.
Esto provoca dolor en el corazón de Jesús: la historia de la
infidelidad de su pueblo. Jesús llora por la cerrazón del corazón de la ciudad
elegida, del pueblo elegido. Porque no tenía tiempo para abrirle la puerta:
estaba demasiado ocupada y satisfecha de sí misma.
Al entrar en
Jerusalén, los peregrinos que van con Jesús se dejarán contagiar por el
entusiasmo y le proclamarán “Hijo de David”.
Pocos días
después, Jesucristo saldrá de aquella ciudad cargado con un madero. El Rey de
reyes y Señor de señores coronado con espinas, “despreciado y evitado de los
hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual
se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado” (Is 53,3).
Este es Jesús,
el Dios hecho hombre que llora por cada uno de nosotros. Porque también
nosotros somos incapaces de reconocerle como aquel que conduce a la paz. Porque
nuestro corazón, muchas veces ocupado y satisfecho de sí mismo, se cierra al
Amor.
Jesús llora
para que aprendamos a llorar con Él. Da su vida, para que podamos vivir. Para
que en su dolor podamos rehacernos cada día. Necesitamos, como nos aconsejaba
san Josemaría, “Dolor de Amor. —Porque Él es bueno. —Porque es tu Amigo, que
dio por ti su Vida. —Porque todo lo bueno que tienes es suyo. —Porque le has
ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡El!... ¡¡a ti!! —Llora, hijo mío,
de dolor de Amor” (Camino, 436).
Luis Cruz
Fuente: Opus
Dei