9 - Noviembre. Miércoles. Dedicación de la Basílica de Letrán
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Evangelio según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos
replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo
vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su
cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se
acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que
había dicho Jesús.
Comentario
Poco antes de la Pascua, Jesús
sube a Jerusalén y realiza un gesto acompañado de unas palabras cuyo sentido no
se comprenderá del todo hasta su resurrección.
Para entender el contexto,
conviene recordar el profundo significado del Templo y del aniversario de su
Dedicación para los judíos.
En esta fiesta, los judíos
conmemoraban la consagración del Templo realizada por los Macabeos, en el año
164 a.C., después de que hubiera sido profanado tres años antes por Antíoco IV
Epifanes.
La fiesta se llamaba también “de
las luces” en referencia al candelabro de siete brazos que, siempre encendido,
simbolizaba la Presencia de Dios, que todo lo ve y que es luz del mundo, en
medio del Pueblo. Donde estaba esa luz, se disipaba la oscuridad del paganismo
y la idolatría.
En este contexto, Nuestro Señor
purifica y “consagra de nuevo” el Templo, la casa de su Padre, por la que su
celo le consumía.
Tanto aquellos hombres como
nosotros estamos sometidos a la tentación de hacer de la vida religiosa y del
templo un “mercado”, un negocio, esto es, usar a Dios para el propio interés. Y
esto es, en el fondo, una profanación del Templo.
Pero en la casa de Dios solo
puede haber un Señor, solo Dios puede ser el que dé razón de todo lo demás, y
nunca una excusa para otro fin. Por tanto, con la expulsión de los mercaderes y
los cambistas, Jesús nos invita a purificar nuestras intenciones, de modo que
nuestra búsqueda de Dios sea lo más pura y desinteresada posible. Amor
verdadero.
Pero templo de Dios no es solo el
edificio de piedras, sino que es, en último término, el Cuerpo de Cristo, la
Iglesia. Ella es casa de Dios en sentido estricto. En ella mora, iluminándola y
vivificándola.
Jesús nos anima a mirarla con
esos ojos y a mantenerla, en lo que dependa de nosotros, sin mancha ni arruga.
Cada uno de nosotros ha de sentirse responsable de eso con su propia vida. Los
bautizados, en cuanto piedras vivas, conformamos el rostro visible de la
santidad de la Iglesia ante los hombres, rostro que está llamado a atraer a los
de fuera y dar luz y consuelo a los de dentro.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






