9.11.22

EVANGELIO DEL DÍA

 9 - Noviembre. Miércoles. Dedicación de la Basílica de Letrán

Misioneros digitales católicos MDC

Evangelio según san Juan 2, 13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: 

«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». 

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: 

«El celo de tu casa me devora». 

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: 

«¿Qué signos nos muestras para obrar así?». 

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». 

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Comentario

Poco antes de la Pascua, Jesús sube a Jerusalén y realiza un gesto acompañado de unas palabras cuyo sentido no se comprenderá del todo hasta su resurrección.

Para entender el contexto, conviene recordar el profundo significado del Templo y del aniversario de su Dedicación para los judíos.

En esta fiesta, los judíos conmemoraban la consagración del Templo realizada por los Macabeos, en el año 164 a.C., después de que hubiera sido profanado tres años antes por Antíoco IV Epifanes.

La fiesta se llamaba también “de las luces” en referencia al candelabro de siete brazos que, siempre encendido, simbolizaba la Presencia de Dios, que todo lo ve y que es luz del mundo, en medio del Pueblo. Donde estaba esa luz, se disipaba la oscuridad del paganismo y la idolatría.

En este contexto, Nuestro Señor purifica y “consagra de nuevo” el Templo, la casa de su Padre, por la que su celo le consumía.

Tanto aquellos hombres como nosotros estamos sometidos a la tentación de hacer de la vida religiosa y del templo un “mercado”, un negocio, esto es, usar a Dios para el propio interés. Y esto es, en el fondo, una profanación del Templo.

Pero en la casa de Dios solo puede haber un Señor, solo Dios puede ser el que dé razón de todo lo demás, y nunca una excusa para otro fin. Por tanto, con la expulsión de los mercaderes y los cambistas, Jesús nos invita a purificar nuestras intenciones, de modo que nuestra búsqueda de Dios sea lo más pura y desinteresada posible. Amor verdadero.

Pero templo de Dios no es solo el edificio de piedras, sino que es, en último término, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Ella es casa de Dios en sentido estricto. En ella mora, iluminándola y vivificándola.

Jesús nos anima a mirarla con esos ojos y a mantenerla, en lo que dependa de nosotros, sin mancha ni arruga. Cada uno de nosotros ha de sentirse responsable de eso con su propia vida. Los bautizados, en cuanto piedras vivas, conformamos el rostro visible de la santidad de la Iglesia ante los hombres, rostro que está llamado a atraer a los de fuera y dar luz y consuelo a los de dentro.

Juan Luis Caballero 

Fuente: Opus Dei


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