En algunos casos, se admitía que eran leyendas navideñas; en otros casos, detrás de estas anécdotas había fenómenos naturales reales, inexplicables para los hombres de la época, que eran reinterpretados en clave cristiana como episodios milagrosos
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| Sello postal emitido en el Reino Unido con la imagen de The Glastonbury Thorn, hacia 1986.Timofeeff - Shutterstock |
Nos lo ha recordado esta mañana
en la Misa, a través de las palabras del profeta Isaías: ha llegado el momento de
alegrarnos, ya que la venida de Jesús ya está cerca. Y ante la Navidad ya
inminente, el mundo entero se regocija en un latido de alegría:
Is 35, 1
Es difícil
pensar en una imagen más poderosa para representar la alegría de la Navidad.
Una extensión de arena árida que de repente da frutos, convirtiéndose en suelo
fértil y fecundo…
Desde la
antigüedad, durante el período de Adviento, la Iglesia ha elegido volver a
proponer a sus fieles estos extractos del libro del profeta Isaías. E,
inevitablemente, una imagen tan evocadora no dejó de impresionar a la imaginación
popular.
Así nacieron, durante la Edad
Media, unas deliciosas leyendas navideñas que tenían como el pasaje bíblico que
hemos escuchado hoy. En homenaje a esa tierra árida que de repente florece
«como una flor de narciso», la imaginación y la devoción populares comenzaron a
fantasear con episodios del mismo tipo que tenían lugar en la víspera de
Navidad.
Navidad de 1425: Y un manzano
floreció en Bamberg
Los testimonios más antiguos de
esta leyenda se remontan a la Alemania del siglo XV. Y, a decir verdad, las
fuentes de la época parecen coincidir en calificar estos prodigios de milagros
en todos los aspectos. Realmente habrían tenido lugar ante los ojos de
numerosos testigos.
Digámoslo así: la frecuencia con
la que las crónicas mencionan estos milagros (que, al parecer, se repetían de
año en año, con continuidad regular, en varias partes de Alemania), es tal que,
cuando menos, sorprende.
Por otro lado, es cierto que
quienes relatar estos hechos, a menudo eran personas muy respetadas, a las que
nos costaría imaginarnos escribiendo tonterías. Los primeros testimonios
escritos sobre un florecimiento milagroso están constituidos por una
declaración conjunta de Federico, obispo de Bamberg, y de Nikolaus von
Dinkelsbühl, miembro de la aristocracia local, registrada el 16 de enero de
1426.
Floraciones inexplicables
El documento todavía existe y hoy
es celosamente conservado por la Hofbibliotheck de Viena (ms. 4899,
fol. 312). Según palabras de los dos testigos, en la noche de Navidad de 1425
un manzano que se encontraba a poca distancia de la catedral de Bamberg había
florecido inexplicablemente en medio de las heladas invernales. Sus ramas se
vistieron con tres deliciosas flores rojas y brillantes, y manzanas jugosas. Al
parecer, muchos ciudadanos habían tenido la oportunidad de presenciar este
prodigio.
Aún más numerosos fueron los que,
en los primeros días de 1430, acudieron en masa a la ciudad de Nuremberg para
presenciar a su vez un milagro similar.
En este caso, Johannes Nider, un
fraile dominico, describe los hechos. Habla también de un gran manzano que una
vez estuvo plantado en la ciudad de Nuremberg. Aparentemente, a partir de 1430,
el manzano había tomado la costumbre de florecer en la noche de Navidad.
Esto despertaba la comprensible
curiosidad de la población local, que acudía todos los años al lugar para
presenciar este milagro invernal.
Pero los que hemos mencionado son
sólo los primeros casos. A partir de la segunda mitad del siglo XV se
multiplican por toda Alemania los testimonios de milagrosas floraciones
navideñas de árboles frutales que estallan de vida en pleno invierno, en medio
de extensiones de nieve y hielo. Tal como lo profetizó Isaías, si se puede
decir así.
El (no demasiado) milagroso
florecimiento del espino de Glastombury
Sin embargo, era un espino (y no
un árbol frutal) ese arbolito que, a finales de la Edad Media, florecía en
pleno invierno en el patio de la abadía de Glastombury, despertando el asombro
de la población inglesa.
La primera evidencia escrita de
este fenómeno se remonta a finales del siglo XV. Es decir, estamos hablando de
una época en la que las noticias de aquellas misteriosas y milagrosas
floraciones que tuvieron lugar en Alemania comenzaron a extenderse por toda
Europa.
Evidentemente, Inglaterra no
quiso quedarse atrás e inventó ad hoc una leyenda navideña. De hecho,
estaba ligada a las novelas cortesanas de temática artúrica relacionadas con el
«ciclo del Grial».
En las obras literarias de la
Baja Edad Media inglesa, se hablaba a menudo de cómo José de Arimatea había
viajado a Gran Bretaña cuando ya era un hombre de avanzada edad. (Precisamente,
trayendo consigo ese Santo Grial que los caballeros del Rey Arturo buscaban por
allí).
Una tumba discreta
En una reelaboración cristiana de
esta leyenda, José de Arimatea murió en la vejez y fue enterrado cerca de
Glastombury, en la tierra desnuda, en señal de humildad. Para señalar el lugar
de su entierro, se plantó un espino en la tumba.
Y, en las ramas de ese árbol,
pronto se manifestó el poder divino: el espino de Glastombury comenzó a
florecer milagrosamente durante el período navideño. Como si quisiera anunciar
al mundo la promesa de un renacimiento a una nueva vida.
El retoño de Glastombury todavía
existe hoy (aunque ya no es el mismo árbol que existió en la Edad Media). Y lo
curioso es que realmente florece en el período invernal, sin embargo, sin
necesidad de perturbar los milagros capaces de torcer las leyes de la
naturaleza.
El árbol en cuestión es un espino
de la variedad Crataegus monogyna ‘Praecox’. Un ejemplar que, como su
nombre indica, se caracteriza por una floración extremadamente temprana
que tiene lugar en pleno invierno, aproximadamente a finales de diciembre,
dando lugar a un ligero salpicado de pequeñas flores blancas.
¡Frente a este espectáculo
inexplicable, era casi inevitable que la imaginación popular se iluminara!
El cerezo: una canción de Navidad
Y la canción The Cherry Tree,
poco conocida en en resto del mundo pero todavía bastante popular al otro lado
del Canal, seguramente se basa en este tipo de leyenda.
El texto del villancico, que data
de las primeras décadas del siglo XVI, reelabora un episodio narrado por el
evangelio apócrifo del pseudo-Mateo. En él se imagina la huida a Egipto de la
Sagrada Familia y el prodigio con el que un árbol dobla sus ramas para
alimentar a la Virgen, cansada y sedienta.
Pues bien: El cerezo,
reelaborando este episodio en clave más propiamente navideña, narra hechos que
tienen lugar unos días antes del nacimiento de Jesús, mientras la Sagrada
Familia se dirige a Belén.
Probada por el largo viaje, María
es presa de uno de esos antojos propios del embarazo. Y he aquí, los cerezos
que estaban plantados a lo largo del camino, de repente florecen, mostrando a
la Virgen sus frutos rojos y centelleantes.
El malhumor de san José
María, por tanto, pide a San José
que tenga la amabilidad de recogerle algunas de esas cerezas; pero el marido
evidentemente amaneció ese día de mal humor. O tal vez ya estaba de mal humor
por haber pasado demasiado tiempo haciendo cola en el tráfico sobre su burrito
esperando para entrar en Belén. Quién sabe…
El caso es que el hombre responde
bruscamente: «¡Pídele al padre de tu hijo que te los recoja!». (Es realmente
difícil de imaginar tal comportamiento, pero bueno: ¡dejemos que el cantor
termine su historia, antes de juzgar!).
Pues bien: el directamente interesado
(es decir, precisamente el padre del hijo de María) no se permite repetirlo dos
veces. Y ante los ojos consternados de san José se produce el segundo milagro
del día: las ramas del cerezo suavemente se dobla para alcanzar la altura de
María. Eso será suficiente para borrar de una vez por todas esa duda humana
residual que San José aún tenía en su corazón (al menos, en la imaginación del
cantor). Con toda evidencia, el niño que María llevó en su vientre era
verdaderamente el hijo de Dios.
Lucia
Graziano
Fuente: Aleteia






