7 - Diciembre. Miércoles de la II semana de Adviento
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Evangelio según san Mateo 11,
28-30
Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
El evangelio de la misa de hoy
nos recuerda unas consoladoras palabras de Jesús: su invitación a acercarnos a
él para recibir ayuda y consuelo en el camino. Jesús nos invita a ir a Él pero,
en realidad, ya está a nuestro lado, y acercarse a él es tan fácil como
confesarle con el corazón y con la boca.
Sin él no
podemos caminar. Sin él no podemos vivir. Aquellos mártires del siglo IV que en
su día dijeron Sine dominico non possumus (“No podemos vivir sin
celebrar el Día del Señor”) expresaron maravillosamente esta idea y dieron
testimonio de su verdad derramando su sangre.
Es curioso que Jesús nos ofrezca
alivio y que, al mismo tiempo, nos pida llevar su yugo. Las palabras del Señor
son siempre un reto: tanto de comprensión como de aceptación.
Sin embargo, si nosotros le
hubiéramos acompañado y le hubiéramos visto predicar, sanar, llorar, cansarse y
descansar, sus palabras no nos llamarían tanto la atención. Le hubiéramos oído
decir que su Padre no deja de trabajar y que él también trabaja (Jn 5,17), y lo
hubiéramos visto alegre a pesar del esfuerzo, del cansancio e, incluso, del
rechazo.
Y ese ejemplo es el que nos
revela lo que es el amor. Porque el amor es un yugo, pero es un yugo suave. El
amor de verdad es “subordinarse” al amado, entregarse al amado, hacerse frágil
por él. El amor es olvido de uno mismo y un vivir para el otro. Pero eso es
especialmente costoso en un mundo en el que ha entrado el pecado. Y ese yugo es
el que nos invita a tomar.
Jesús nos invita a compartir su
corazón. El camino del amor solo es hacedero para quien es manso y humilde de
corazón. Porque el amor es mansedumbre y misericordia. Porque el amor es
necesariamente humilde. No es posible que el amor arraigue en un corazón que no
tiene dominio de sí mismo. Y solo se tiene dominio de uno mismo si es Cristo el
que reina en nosotros.
No es posible que haya amor donde
no hay comprensión, perdón y compasión. No es verdadero amor el que no es
humilde, el que deja de darse cuando no recibe a cambio, el que se da porque
busca algo a cambio.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei