Sinceridad, humildad y docilidad son virtudes para ejercitar en la dirección espiritual. Una interesante guía de la comunicadora Luisa Restrepo
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Las
personas somos como espejos unos de otros, los demás nos van descubriendo las
honduras internas de nuestro ser. El otro me despierta a mí y a su vez quien
escuche se escucha, quien mire se va mirar.
A lo largo de nuestra historia a Dios le gusta usar mediaciones.
Dios se nos acerca a través de mediaciones.
Podemos decir que para un cristiano —que no se conforme
simplemente con no obrar mal, sino que, convertido al amor quiera ser santo—,
es fundamental buscar la voluntad de Dios, descubrir cuál es
el proyecto de salvación que Dios tiene para él.
Uno de los medios privilegiados para encontrar ese plan de Dios es
el acompañamiento
espiritual.
La dirección espiritual es un medio que nos ayuda a buscar a Dios en todas las realidades de nuestra vida. Esta nos facilita la correspondencia a la gracia y la identificación con Cristo.
1. EL TÉRMINO
Antes,
en la historia del Iglesia se ha hablado de dirección espiritual, pero varios
autores se refieren al término acompañamiento como
más propio. Este supone el respeto a la libertad y
la importancia de formar y educar en la conciencia. El acompañante
da herramientas, pero las opciones dependen enteramente de la persona.
¿Qué es lo espiritual? Son esos encuentros espirituales que van
permitiendo que nos vayamos transformando en hijos, en lo que Dios ha soñado
para nosotros.
En el
acompañamiento se realza la importancia y la primacía del
Espíritu Santo, a cuya escucha deben ponerse tanto el acompañante como el
acompañado.
Ambos deben ponerse a la escucha del Espíritu a través del otro.
Esto evita la tentación de dominio por parte del que
acompaña o de dejarse dominar por parte del que recibe.
El acompañante debe vivir su acción no como algo suyo, sino como
algo que recibe de Dios, de quien es administrador; así el que recibe no debe
colocarse en una actitud de pasiva obediencia al acompañante, sino en la de docilidad en
la escucha del Espíritu en el recibir los consejos que se le dan.
Porque si el que acompaña no sabe escuchar al que acompaña y a
través de él al Espíritu, la dirección espiritual se transforma fácilmente en
un adoctrinamiento.
No se puede negar que los dos campos
están estrechamente ligados, en cuanto que el acompañante espiritual ejerce
siempre algún influjo, que resultará positivo o negativo para la maduración psicológica del dirigido, como también cada
intervención del psicólogo puede tener un influjo positivo o negativo sobre la
vida espiritual del paciente.
No es
necesario que un buen acompañante espiritual sea psicólogo. Es más, quizás es
mejor que no lo sea. Sin embargo, un director espiritual debe tener un
conocimiento suficiente dela psicología humana y tener él
mismo un sano equilibrio psicológico, así como saber remitir al acompañado
cuando este necesite ayuda profesional.
Es importante también señalar la
diferencia entre la confesión y el acompañamiento espiritual. Cada uno
tiene su espacio. El acompañamiento no es una confesión y en el caso que el
acompañante sea un sacerdote, la confesión no es el lugar del acompañamiento
espiritual.
El acompañamiento espiritual es el «lugar» privilegiado del
itinerario de búsqueda de la voluntad de Dios, y como
tal, se pone al servicio del discernimiento espiritual,
que es un modo excelente para descubrir la voluntad de Dios en nosotros
mismos.
Ayudar a los demás a ser y a través del encuentro lograr
esto. En eso consiste el acompañamiento espiritual. Significa aprender a
encontrarse. Vivir el encuentro es ya estar en la escuela del acompañamiento.
Presupone que las personas que la piden quieren vivir una
auténtica vida espiritual.
Y ello teniendo presente que la vida espiritual no consiste ni en
especulaciones ni en la ejecución de normas de comportamiento, sino en el trato
de amistad con Dios y, viendo a sí mismo y al mundo como lo ve Dios, querer
libremente entregarse a Dios y a los demás.
En síntesis podemos definir la dirección espiritual con las
palabras del padre jesuita Gianfaranco Ghirlanda:
La
ayuda que una persona, a través de una comunicación de fe, da a otra para que
sea cada vez más ella misma en plena verdad y pueda libremente emprender un
camino espiritual hacia la santidad, aprendiendo a discernir la voluntad de
Dios en lo concreto y cotidiano, a través del ejercicio del discernimiento
espiritual.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia






