En la inquietud de nuestros
interrogantes podemos encontrar a Dios, solo basta ponernos en camino y adorar.
Una bella reflexión de Luisa Restrepo
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Está
claro que nuestra fe no nace de nuestros méritos o de razonamientos teóricos,
sino que es don de Dios. Su gracia nos ayuda a despertarnos de la indiferencia
y a hacer espacio a las preguntas importantes, preguntas
que nos hacen salir de la presunción de estar bien y nos abren a aquello que
nos supera.
No debemos tener miedo a experimentar la inquietud de nuestros
interrogantes. Nos dice el papa Francisco:
El
camino de la fe comienza cuando, con la gracia de Dios, damos espacio a la
inquietud que nos mantiene despiertos; cuando nos dejamos interrogar, cuando no
nos conformamos con la tranquilidad de nuestros hábitos, sino que nos la
jugamos, nos arriesgamos en los desafíos de cada día; cuando dejamos de
mantenernos en un espacio neutral y nos decidimos a vivir en los espacios
incómodos de la vida, hechos de relaciones con los demás, de sorpresas, de
imprevistos, de proyectos que sacar adelante, de sueños que realizar, de miedos
que afrontar, de sufrimientos que hieren la carne.
Es en estos momentos que surgen en nuestro corazón las preguntas
verdaderamente importantes, esas que nos abren a la búsqueda de Dios: ¿Dónde
está la felicidad para mí? ¿Dónde se encuentra ese amor que no pasa, que no se
rompe ni siquiera ante la fragilidad, los fracasos o las traiciones? ¿Cuáles
son las oportunidades escondidas dentro de mis crisis y mis sufrimientos?
A menudo buscamos acomodar el corazón, sedarlo, sedar el alma,
hasta que no exista más la inquietud.
Dios vive en nuestras preguntas
inquietas; en ellas «lo buscamos como la noche busca a la aurora».
Él
está en el silencio que nos turba ante los fracasos, ante la muerte, y al final
de todas nuestras grandezas. Está en la necesidad de justicia y de amor que
llevamos dentro y en cada acontecimiento de la realidad. Él es el
misterio del totalmente Otro al cual buscamos constantemente.
Por tanto, este es el primer lugar: la inquietud de las preguntas.
No tengamos miedo a entrar en ellas, este es el camino que nos conduce a Jesús.
El
segundo lugar donde podemos encontrar al Señor es en el riesgo del camino.
Los interrogantes, incluso los espirituales, si no nos ponemos en
camino, si no dirigimos nuestro movimiento interior hacia Dios y hacia su
palabra, pueden inducirnos a la frustración y a la desolación.
Por eso se trata de nunca deternos,
siempre buscar, siempre descubrir, no dejar de sorprendernos.
Sin
un camino continuo y un diálogo constante con el Señor, sin la escucha de la
palabra, sin la perseverancia, no se puede crecer. Una mera noción de Dios y
alguna oración que calma la conciencia no son suficientes; es necesario seguir
a Jesús y su Evangelio, hablarlo todo con Él en la oración, buscarlo en las
situaciones cotidianas y en el rostro de los demás.
La fe es un camino, la fe es una
peregrinación, la fe es una historia en la que hay que comenzar siempre de
nuevo.
¿Estoy en camino hacia el Señor para que sea el Señor de mi vida?
¿Dónde quiere que vaya? ¿Qué me pide?
Este
es el punto decisivo. Nuestras inquietudes, nuestras preguntas,
nuestros caminos espirituales deben converger en la adoración del Señor. Allí
encontramos la fuente de la que todo nace, porque es el Señor quien suscita en
nosotros el sentir, el actuar y el obrar.
Todo nace y todo culmina allí, porque el final de cada cosa no es
alcanzar una meta personal y recibir gloria para nosotros mismos, sino
encontrar a Dios y dejarnos abrazar por su amor.
De nada sirve ser grandes apóstoles si no ponemos a Jesús en el
centro y lo adoramos.
En la adoración aprendemos a estar delante de Dios no tanto para
pedir o para hacer algo, sino para permanecer en silencio y abandonarnos a su
amor, para dejarnos regenerar por su misericordia.
Hemos perdido el sentido del adorar, porque hemos perdido la
capacidad de entender la inquietud y hemos perdido la valentía para ir hacia
adelante con los riesgos del camino.
Hoy el Señor nos invita a adorar para no inclinarnos ante las
cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras que nos alejan del camino.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia






