Hay tradiciones que son de todos y ya no son de nadie. Por ejemplo, la música de los grandes. La instagramer Mar Dorrio se muestra preocupada por que la "cultura de la cancelación" vaya borrando clásicos
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Hay
una actividad con la que me encanta estrenar el año nuevo: a las once y cuarto
de la mañana, mientras mi casa huele al cocido que se servirá en la comida, el
sonido del Concierto de
Año Nuevo inunda el salón.
Allí, unida a un centenar de países de todo el mundo, a algunos de
los twelve,
y a mi futuro yerno, Brais, disfruto de cada vals, sueño en voz alta que algún
día estaremos en esa sala (hasta elijo la butaca), y obedezco las órdenes del
director de la orquesta cuando nos marca el ritmo en la marcha Radetzky.
Hay algo mágico en cómo la música
clásica forma parte de la banda sonora de nuestras vidas. Nos
adueñamos de las obras cien años más tarde de haber sido creadas. Derechos de
autor que expiran para pasar a ser de dominio público, como ocurrirá con Mickey
Mouse en el 2024. Mickey será de todos, y no será de nadie… Ojalá las
ideologías, las decisiones políticas, no censuren patrimonios culturales que ya
son de todos y no son de nadie, como Tchaikovsky.
El valor de la cultura que une
El Concierto de Año Nuevo es un ejemplo de cómo la cultura puede
aunar la voluntad de todo el planeta, de cómo nos da unos
gramos de esperanza, de cómo volvemos a estar orgullosos de la humanidad.
Nos hace sentir que, juntos, podemos hacer cosas grandes.
También nos hizo estar unidos en la desolación cuando, en 2021,
veíamos a la Orquesta Filarmónica de Viena tocando, sin público,
a un patio de butacas vacío, emulando a los músicos del Titanic, solos y
conscientes de su papel: ser los responsables de mantener los decibelios de
alegría, el tono moral de todos los que estábamos en el sofá de nuestra casa
durante las Navidades más raras de nuestra historia.
El concierto, Tchaikovsky, Mickey Mouse…, son de todos y ya no son
de nadie. Por eso, llega un momento en el que no es relevante su origen.
La primera vez que se celebró el Concierto de Año Nuevo, la
organización estuvo ligada a Joseph
Goebbels, íntimo colaborador de Hitler. Y, en la Segunda Guerra
Mundial, se siguió celebrando con el fin de resaltar la unidad del Tercer
Reich.
Estos orígenes, estas motivaciones (que no tienen nada que ver con
las actuales), no restan un ápice de belleza, ni de sentido, al concierto. ¡Qué
gran error sería no disfrutarlo hoy en día por sus orígenes
políticamente incorrectos!
Ahora es nuestro, tuyo, mío, y de nadie más. Ayer escuché que, si te dedicas
a odiar, a vengarte de alguien, dejas de ser el protagonista de tu vida, y
pasas a ser un personaje secundario de la vida de otros.
La actitud constructiva
Seamos los protagonistas de la
historia actual, decidiendo según nuestro criterio, sin condicionantes de la
prehistoria. No centremos nuestra atención en la parte negativa de la vida, de
los acontecimientos, de la historia, de las personas.
No dejemos de aprovechar las cosas buenas, la cultura, la
filosofía, los dogmas, la Fe…, porque, en algún momento, alguien relacionado
con ellas no hizo lo correcto.
Confieso que no puedo entender la decisión, de algunas
orquestas internacionales, de eliminar de su repertorio la música de
Tchaikovsky en solidaridad con el pueblo ucraniano. Tchaikovsky
nos dejó hace 129 años, así que es difícil confirmar su apoyo a Putin.
Separemos el trigo de la paja. Disfrutemos, adueñémonos del bien, de la verdad
y de la belleza.
Desde esta perspectiva, mi recomendación no puede ser otra: ponte
guapo, cómodo, y disfruta del Concierto de Año Nuevo mientras se prepara un
buen cocido en tu casa. O haz sitio para bailar el vals toda la mañana. Why not?
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia