Jesús es el maestro en la oración y nos enseña cómo hablar con Dios: "en un lugar solitario...". Una inspiradora reflexión del escritor Claudio de Castro
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Falon Koontz | Shutterstock |
«Tranquila y en silencio he mantenido mi alma como un niño saciado
que se aprieta a su madre; mi alma en mí nada reclama»
Salmo 131
Hoy me he levantado a las 4:00 a.m. Una voz
interior, un impulso del alma me pide orar. A esta hora de silencios es tan
fácil rezar, ponernos en la presencia paternal de Dios…
No hay ruidos que me distraigan, niños corriendo dentro de la
casa, autos pasando en la calle de afuera, el móvil recibiendo mensajes. Todo
es silencio y
adoración.
Me encanta en este silencio decirle:
«Escucha a tu siervo, Señor». Otro rato de silencio exterior y sigo
orando: «Tú eres mi Dios, mi salvador, mi Padre, mi esperanza, mi testigo».
Aprendiendo de Jesús
Jesús es el maestro en la oración y nos
enseña cómo hablar con Dios. Así nos enseñó a rezar el Padre Nuestro.
«De madrugada, cuando todavía estaba muy
oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer
oración».
Marcos
1
Me gusta mucho rezar con los salmos. Jesús
los usaba y millones de creyentes alrededor del mundo encuentran en ellos
consuelo y paz.
Elegí el Salmo 86:
El silencio te prepara para recibir a Dios
Leí un artículo maravilloso
que decía: «El silencio es a menudo el «lugar» en el que Dios nos
espera: para que logremos escucharle a Él, en vez de escuchar el ruido de
nuestra propia voz».
Me gusta este silencio, conmueve el alma,
la apresta a recibir a Dios y llenarse Él.
Me recuerda a Dios, me ayuda a estar en su
presencia silenciosa y amorosa. Cuando parece que no está es cuando más cercano
lo tenemos, pues «en Él vivimos, nos movemos y existimos».
El silencio me encanta, me ayuda a
reflexionar y rezar.
«Oro puro»
El silencio exterior e interior es
fundamental para rezar. Santa Faustina Kowalska en
su Diario (552) tiene unas palabras reconfortantes sobre la importancia del
silencio exterior para rezar. Son verdaderamente extraordinarias:
«Además de los votos veo una regla
importantísima; aunque todas son importantes, ésta la pongo en el primer lugar
y es el silencio.
De verdad, si esta regla fuera observada
rigurosamente, yo estaría tranquila por las demás.
De verdad, el Espíritu Santo no
habla a un alma distraída y charlatana, sino que, por medio de sus
silenciosas inspiraciones, habla a un alma recogida, a un alma
silenciosa.
Si se observara rigurosamente el silencio,
no habría murmuraciones, amarguras, maledicencias, chismes, no sería tan
maltratado el amor del prójimo, en una palabra, muchas faltas se
evitarían.
Los labios callados son el oro puro y dan testimonio de la santidad interior».
Recogimiento interior
El silencio es reconfortante, me da paz,
serenidad, alegría. El silencio abraza mi alma cuando voy a rezar.
A veces sobran las palabras, Dios me
escucha, conoce mis intenciones, sabe lo que necesito.
La Madre Teresa de Calcuta lo aprendió:
«El silencio de
la lengua nos ayuda a hablarle a Dios. El de los ojos, a ver a Dios. Y el
silencio del corazón, como el de la Virgen, a conservar todo en nuestro
corazón».
Sabía bien de lo que hablaba y valoraba
muchísimo el silencio, el recogimiento interior para poder orar.
Los maravillosos frutos del silencio
Parece una palabra sencilla: «Silencio».
Pero no lo es. Ayuda a no distraerte. ¿Acaso en tu visita a la biblioteca no
viste un cartel colgado en la pared en el que se leía: «SILENCIO»?
La vida interior se enriquece con el
silencio. Nos permite estar en la amorosa presencia de Dios.
La frase más famosa sobre el valor del
silencio exterior en la oración la dijo ella, ha trascendido al tiempo y estoy
seguro de que la conoces:
El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
El
fruto del servicio es la paz.
Ruido que distrae
Y todas estas maravillas parten del
silencio.
Tanto ruido y ajetreo no
nos permite rezar o escuchar a Dios. Estoy seguro de que te ha pasado.
Preocupado por las dificultades
cotidianas, golpeado por los ruidos exteriores, empiezas a rezar.
—Padre Nuestros que estás…. ¡Santo cielo!
¿apagué la estufa? ¿Cerré bien la puerta de la casa?
Vas a verificar, sigues con tus oficios
cotidianos y dejas a un lado tu oración.
En lo secreto
El silencio exterior e interior te atrapa,
te envuelve en su serenidad. Posee la capacidad de ayudarte en tu oración y tu
encuentro con Dios.
Respecto a la oración, son significativas
las palabras de Jesús. Los años y la vida te hacen comprender su profundo
significado y por qué las dijo:
«Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la
puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en
lo secreto, te premiará».
Mateo
6, 6
Una petición final
Busca el silencio exterior y la serenidad
para orar como hacía Jesús que se retiraba a lugares solitarios y pasaba las
noches en oración.
A partir de hoy valora el silencio como un
bien muy preciado, aprecia los momento de silencio e intimidad para estar con
Dios.
Uno de mis lugares favoritos para
encontrar silencio, paz y presencia de Dios son los pequeños oratorios de las
iglesias, donde está el Sagrario.
Allí todo es recogimiento, adoración y
oración.
Hoy cuando vayas al Sagrario a ver a
Jesús, en silencio reza el Padrenuestro, dile que le quieres una y otra vez.
¿Al terminar me harías un favor? Dile a
Jesús: «Amado mío, Claudio te manda saludos».
Prueba a orar en algún lugar apacible,
tranquilo, donde encuentres silencio exterior.
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia