"El corazón del alma masculina es abnegado; es el alma misma de la paternidad"
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«Uno
no nace hombre, uno se convierte en uno», dijo Erasmo.
Es difícil negar la crisis actual: los hombres de hoy parecen
estar perdidos. ¿La masculinidad está de salida? ¿Cómo podemos ayudar
a un hombre a encontrar el camino correcto? ¿Qué condiciones deben darse
para que los hombres afirmen pacíficamente su masculinidad?
Estas son las preguntas que el padre Philippe de Maistre,
párroco de la parroquia de Saint-André-de-l’Europe (París, Francia), y autor de
«La voie
des hommes» («El camino de los hombres»), responde por
nosotros.
– Aleteia: Se nota un declive de la
masculinidad. La típica crisis de identidad en la adolescencia y la crisis
de responsabilidad en la mediana edad parecen cristalizar el problema. ¿La
masculinidad está de salida?
Philippe de Maistre: Hay una
verdadera crisis del carácter masculino. Entre muchos jóvenes, observo una
falta de confianza en sí mismos y cierta pasividad en la vida, como si fuera
difícil afirmarse como hombres.
Como sacerdote, a menudo he visto esto en dos niveles. En
primer lugar, el de la educación y la construcción de una identidad: a los
hombres les cuesta salir de la indeterminación de la adolescencia. Luego
viene la crisis de la mediana edad alrededor de los 40: cuestionan sus opciones
de vida, experimentan un profundo malestar, con la sensación de haber perdido
en su vida. La
crisis de la masculinidad es, por lo tanto, particularmente notable durante la
adolescencia y luego alrededor de los 40 años.
Los «adulescentes»
– En su libro habla de una nueva
especie de hombres: los «adulescentes». Michel Houellebecq los llama adolescentes
«disminuidos». ¿Quiénes son?
No son ni niños ni adultos. Han perdido la gracia de la
infancia, y aunque tienen el aspecto físico de la edad adulta, no han adquirido
la madurez correspondiente. Adoran la adolescencia y reivindican su
condición de adolescentes eternos.
Si damos un paso atrás, nos damos cuenta de que antes de
principios del siglo XII, se aceptaba que éramos niños, luego adultos.
El sistema educativo se organizó para permitir que los niños se
convirtieran en adultos. La adolescencia fue sólo una transición.
Hoy, esta etapa «intermedia» se prolonga en el tiempo hasta
convertirse en un estado en sí mismo que muchos quieren que sea
permanente. Ya no es una edad difícil que debemos tratar de superar lo más
rápido posible. ¡Incluso se ha convertido en la edad de oro de nuestra
sociedad! Los eternos adolescentes reflejan así una sociedad
«adultescente». Pero esta «adulación» es un verdadero regalo envenenado.
– ¿Por qué es tan peligroso este
estado de la adolescencia?
Nuestra sociedad consumista mantiene estos eternos adolescentes
que tienen un cuerpo adulto y una mente pueril, inmadura, infantil. Hoy, un joven
no se pregunta qué espera la sociedad de él en términos de deber. Él
reclama sus derechos en primer lugar. No existe la noción de sacrificio
por el bien común. Esta es la actitud de un niño: su
madre lo alimenta y le da todo lo que necesita. Ya no hacen la transición
a la edad adulta. El proceso de iniciación ya no existe.
Sin embargo, las tradiciones del mundo hablan generalmente de algún
tipo de rito, de un momento en que un niño pasa del mundo de la infancia,
determinado por su madre, al mundo adulto, el mundo exterior, el de la
responsabilidad, determinado esta vez por su padre. Es este último quien
luego entra en la línea del frente.
Entre los masai, el padre hace que su
hijo siga un rito; lo ayuda a superar algunas pruebas durante un ritual en
el bosque. En la tradición judía, está el bar-mitzvah: un
niño pequeño va a la sinagoga con su padre para proclamar la Palabra. Se
hace hombre, alguien que está en posesión de la Palabra que dice la verdad y
combate el mal. Es una ruptura con el mundo de la infancia, una salida
hacia la edad adulta.
Nuestra sociedad occidental ha hecho desaparecer todas estas
etapas. Tenemos jóvenes de 30 o 40 años que no han pasado esta prueba de
confirmación; no han pasado a otra dimensión. Están en el medio, no
están seguros de sí mismos. Como resultado, no saben cómo comprometerse en
su trabajo o en su vida personal. Esto sucede porque su
paso a la edad adulta no ha sido alentado ni bendecido.
Todo
esto está muy ligado a la figura paterna que, en determinados rituales, bendice
al niño. A veces también le da al niño un nombre diferente, o incluso le
marca el cuerpo con un tatuaje o una escarificación, algo que simboliza que el
cuerpo está hecho para darse, para comprometerse.
– ¿Cómo pueden los hombres recuperar
la confianza en su propio carácter y forjar su identidad?
Para que la generación más joven tome su lugar en el mundo, sus padres
deben darle ese lugar. Si los padres no aceptan envejecer
o morir, si ni siquiera saben bien cuál es su propio lugar, no pueden dejárselo
a las generaciones más jóvenes y cumplir así su función de transmisión.
En la historia, hay ejemplos muy inspiradores. Hugues Capet
[nota de la ed.: rey francés del siglo X] – ¡qué genio de la transmisión
real! Anticipó su muerte: coronó a su hijo en vida, ya le sustituyó.
Un episodio de la vida de Picasso me impresionó
profundamente: cuando su padre se dio cuenta de que su hijo de 12 años tenía
talento, le dio todos sus propios pinceles y le confirmó que tenía un lugar
como pintor. Esto le ayudó mucho después. Esta transmisión se da
cuando el padre no ve a su hijo como una amenaza, cuando ve que su hijo está
entrando en una nueva etapa de su vida, mientras que la suya está entrando en
otra dimensión de sabiduría y profundidad.
Envejecer no significa que la vida no
tenga sentido; entregar nuestro lugar es una apertura y un camino hacia la
propia eternidad. Hemos perdido la noción de que la vida es
como un viaje de iniciación, con etapas de transformación. Si la vida es
una eterna juventud que mantenemos artificialmente, no vamos a ninguna
parte; tratamos de mantener una adolescencia eterna.
Sin embargo, ¿la vejez no es sinónimo de sabiduría? Lo vemos en la
Biblia: un hombre sabio es un hombre realizado. Es alguien que hace que su
vida dé frutos para los demás, en el campo de la paternidad y la transmisión.
– ¿Cuál es entonces el camino que
deben tomar los hombres?
Péguy lo
describe admirablemente cuando describe a un hombre de 40 años que ve que su
vida quizás no es tan plena como él quería. Pero en vez de retroceder y
romperlo todo, en vez de aferrarse, en vez de centrarse en sí mismo, el hombre
-que es padre- descubre un secreto que antes no conocía. Aunque ve que no tiene
la felicidad que buscaba, al mismo tiempo reconoce la maravilla de tener un
hijo de 14 años. Descubrirá la felicidad en la entrega.
Hay más alegría en dar que en recibir, como dice el
Evangelio. Esto se experimenta realmente en el proceso de transmisión. El corazón del
alma masculina es abnegado; es el alma misma de la paternidad.
Marzena Wilkanowicz-Devoud
Fuente: Aleteia






