¿Sabes a qué apostolado te llama Dios y cómo llevarlo a cabo? Una magnífica reflexión del padre Carlos Padilla
![]() |
Courtesy of FOCUS |
El
apóstol no descansa nunca. No hay momentos en los que deje de ser un apóstol
enviado por Dios. Siempre soy apóstol. En el trabajo, con los amigos, de
vacaciones, en casa.
No me quito el uniforme de apóstol cuando llego a casa cansado,
después de un día duro en el trabajo y me enfrento con los míos, con mi
familia.
En ese momento no me relajo, no dejo a un lado mis principios, no
pienso que allí, en la intimidad de mi
cuarto, nadie me ve.
Justamente el principal apostolado
comienza cuando llego con los míos, con los que amo y me aman como soy.
Sin tener que darles una charla, un discurso. No necesito ante
ellos defender mis principios. Sólo necesito vivir lo que llevo dentro.
El apóstol en la intimidad
Mi apostolado es cuidar lo que Dios me
ha confiado. Ese vínculo matrimonial, ese
vínculo con mis hijos, ese vínculo con mis hermanos,
ese vínculo con mis amigos más cercanos.
Con ellos soy apóstol cuando no me olvido de quién es
el que me envía a llevar la esperanza y la alegría.
El apóstol nunca se cansa de entregar gratis lo
que ha recibido gratis. No dejo de creer en lo que predico cuando me quito las
ropas más formales.
Cuando estoy en la intimidad familiar no dejo de mantener en alto
los ideales que
encienden mi corazón.
Aquello que defiendo cuando estoy fuera de casa, lo vivo con más
intensidad al lado de los míos.
Cuando digo a los que no conozco lo importante que es estar unido
a Dios, lo practico en la intimidad de mi hogar con más fuerza.
Esa coherencia de vida, esa continuidad es lo
que le da fortaleza a la verdad de mi ser apóstol de Jesús.
El secreto del éxito
Por eso quiero cuidar lo más importante de ser apóstol que
es la
comunión con Jesús, con María.
Esa intimidad mantenida viva en
el hogar, en la intimidad de mi cuarto, hace que nunca se apague el fuego del que
es enviado como una oveja en medio de los lobos.
Viendo una película con mis hijos, con mis hermanos, con mi cónyuge,
con mis amigos o disfrutando de una carne asada con los míos, o viendo un
partido de fútbol con ellos, sigo siendo un apóstol.
Por eso es importante pasar tiempo con los míos, perder el tiempo
con mis hijos, pasar ratos de intimidad con mi cónyuge, disfrutar con sencillez
de la amistad. Con ellos sigo siendo apóstol.
¿Estoy haciendo lo que Dios quiere?
Y cuando falto mucho de casa por compromisos apostólicos tengo que
preguntarme si no estoy descuidando el apostolado principal al que Dios me
llama.
Cuando me ausento de mi
comunidad, de mis hermanos por servir fuera, tal vez esté siendo candil de la
calle y oscuridad de mi casa.
Viviendo la cotidianeidad con el
corazón unido a Dios y a los míos estoy haciendo su voluntad.
Como
cuando Jesús, María y José vivían en la intimidad de Nazaret sin grandes
milagros, sin grandes obras.
Nazaret se juega en mi casa todos los días. El tiempo de calidad
que invierto es oro. No quiero dejar que se me escape la vida sin vivirla con
todo el alma.
¿Cuál es tu apostolado principal?
Jesús nunca dejó de ser Él mismo allí
donde se encontraba. No dejó de ser el Hijo de Dios enviado a los
hombres, ni en la intimidad del grupo de sus apóstoles, ni rodeado de aquellos
que querían ser curados y tocar al menos su manto o escuchar sus palabras.
Al mismo tiempo el apostolado principal que vivo como
matrimonio es el de la presencia en un mundo en el que Dios está tan ausente.
Hoy una familia con valores cristianos,
con principios claros, es un testimonio vivo sin necesidad de que digan
nada para defender aquello en lo que creen.
La fidelidad en los años del amor
matrimonial es un testimonio que conmueve. Celebrar bodas de plata u oro, en
los tiempos que corren, es un milagro que convierte el corazón a Dios.
¿Cómo ayudar en la Iglesia?
En la participación en actividades apostólicas, el testimonio de
la presencia ya
es importante.
Basta con estar, con participar, con ir allí
donde la Iglesia se
hace presente en medio de este mundo secularizado que ha recluido a Dios a la
sacristía de las iglesias.
El apóstol no se cansa de dar testimonio de lo que ha visto, de lo
que ha oído, de lo que ha descubierto.
Cuando fracaso
El amor a Jesús es lo que lo
sostiene en medio de las adversidades cuando
experimenta el rechazo o la falta de éxito.
Los fracasos son el alimento cotidiano
del apóstol. No se trata de su obra, es el reino de Cristo, no
el suyo.
Él no es rey, sólo un enviado a dar amor,
a decir que el amor de Dios salva su vida.
Coherencia y comunidad
Y tienen que ser creíbles mis palabras sólo cuando están
respaldadas por la vida, por mis obras, por el amor que ven en
mi familia, en mi hogar. Cuando ven que mis actos tienen que ver con aquello
que digo que creo.
No soy apóstol en soledad. Lo soy en una comunidad,
en un grupo de apóstoles que siguen a Jesús hasta el cielo. Como decía el padre
José Kentenich:
«María nos ha
regalado el uno al otro. Queremos permanecer recíprocamente fieles: el uno en el
otro, con el otro, para el otro, en el corazón de Dios.
Si no nos reencontrásemos allí, sería
algo terrible. Allí debemos volver a encontrarnos.
No deben pensar: vamos hacia
Dios, por eso debemos separarnos. Yo no quiero ser simplemente un señalizador
en la ruta. ¡No! Vamos el uno con el otro. Y esto por toda la eternidad».
La vocación de apóstol es para siempre. Nunca dejo de ser un
enviado. Cuando fracaso o cuando tengo éxito, sigo adelante sin dejarme
intimidar por las dudas o los miedos.
Dios me sostiene y me guía. Es su reino el que está en juego y quiere
que aporte lo que llevo dentro con sencillez y humildad, unido a
los míos, y para siempre.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia