22 – Abril. Sábado de la II semana de Pascua
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Evangelio
según san Juan 6, 16-21
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis».
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó
tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Comentario
Después de
considerar ayer el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, la
Liturgia nos propone hoy otro prodigio sublime: Jesús que sale al encuentro de
los discípulos en mitad de una tempestad caminando sobre las aguas.
Esta acción
asombrosa del Señor refleja una vez más su poder, que domina la naturaleza, y
que vuelve a sorprender a la fe, todavía pequeña, de los apóstoles.
Si en el libro
del Éxodo se narra la salida del pueblo de Israel de Egipto, atravesando el mar
Rojo a pie, gracias a la acción de Dios por mediación de Moisés, en este
episodio Jesús se muestra más grande que el “mayor de los profetas”, puesto que
ni siquiera necesita separar las aguas para poder acercarse a la barca que
andaba en apuros.
Del mismo
modo, la expresión que utiliza Jesús para que le reconocieran: “Soy yo”, es la
misma que empleó Dios para darse a conocer a Moisés en el episodio de la zarza
ardiente (Cfr. Ex 3,8).
Los cristianos
de todos los tiempos, precedidos y también representados por los discípulos que
se encontraban atemorizados en la barca, necesitamos del poder de Dios para no
sucumbir ante la tempestad. Decía santo Tomás, comentando un texto de san
Agustín, que si tenemos una fe grande en la acción de Dios «el viento, la
tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su
rumbo y quede destrozada».
Esa barca que
representa a la Iglesia, aparentemente débil ante semejante temporal, siempre
saldrá a flote porque el que la guía es, en última instancia, el mismo
Jesucristo.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei