En 2006 mereció el reconocimiento por el mismo emperador de Japón con la Medalla de Honor de la Orden del Tesoro Sagrado por su contribución al bienestar de la nación, cuando contaba con 78 años
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| Fidel Herráez Vegas, arzobispo emérito de Burgos, visitando al misionero fallecido, Cremencio Manso |
En 1953, con un Japón que
luchaba por la reconstrucción tras ser arrasado durante la Segunda Guerra
Mundial y a pocos meses de que concluyese la ocupación oficial del país por los
Estados Unidos, el pueblo católico necesitaba fe, pero también
esperanza y caridad.
En el aspecto demográfico, las bombas de Hiroshima y
Nagasaki se habían llevado por delante a una buena parte de la iglesia
nipona, y la pobreza en los primeros años de posguerra fue atroz. Se
calcula que en 1945, antes de la bomba, había unos 12.000 católicos en Urakami.
Tras el estallido, su catedral se hizo famosa por permanecer en pie, pero la
comunidad perdió a unos 8.500 fieles.
Ocho años después, los cristianos no superaban las
185.000 personas, y la bomba atómica tuvo mucho que ver. En 1929 había unos
94.096 católicos nipones, de los cuales 63.698 residía en Nagasaki: la
bomba eliminó a más de dos tercios de la Iglesia en Japón.
En este contexto, la labor de asistencial y de
reconstrucción aportada por la Iglesia fue crucial. Uno de los misioneros de
"primera hora" en el Japón de la posguerra fue el burgalés Cremencio
Manso, llegado al país en 1953 y fallecido este 3 de abril. Allí permaneció durante 63
años, ejerciendo una labor que le mereció importantes condecoraciones,
como fue la recepción de la Medalla de Honor de manos del mismo
emperador Akihito.
Nacido en Villasandino en 1928, Manso fue ordenado
sacerdote en 1951, a los 23 años. Poco después de ser ordenado fue uno de
los impulsores e iniciadores del Instituto Español de Misiones Extranjeras.
Tras ser enviado durante seis meses a Estados Unidos para aprender inglés,
asistió al convenio de colaboración entre el entonces arzobispo de Burgos,
Mons. Pérez Platero y el de Osaka, Pablo Taguchi, para potenciar la
misión en las ciudades de Marugame y Sakaide, cerca de la devastada Hiroshima.
El 5 de enero de 1953, Manso desembarcó en el
puerto de Yokohama, donde le esperaban otros dos sacerdotes madrileños, y pocos
días después llegaron a la ciudad de Marugame, junto con el sacerdote japonés
Takana.
Reconstruyendo y evangelizando Japón
Comenzó así un periodo de misión y
reconstrucción para el misionero que se alargaría durante 50 años, en plena
escasez alimenticia, textil y económica -la renta per cápita no superaba los
172 dólares, más de un millón de personas vivía sin hogar-.
La labor a la que se enfrentó el misionero español a
su llegada fue extenuante. Solo un año después de su llegada, los misioneros se
hicieron cargo de 400 parroquias y en 1955 obtuvieron autorización para
crear un parvulario. No tardaron en ver como la misión crecía y cada vez
más japoneses pasaban a formar parte de la renovada Iglesia, viendo llegar
unos 12.000 nuevos conversos cada año.
En 1957, a la ayuda de Manso se sumó la de otro
burgalés, Kobe David Tellez, de 27 años, encargándose los dos sacerdotes de
abrir la primera escuela de Primaria con 25 alumnos.
Desde entonces, la misión se consolidó y la llegada de
las primeras religiosas para apoyar la labor sanitaria y educativa se
materializó desde 1958, coincidiendo con el devastador terremoto que
devastó nuevamente al país con ocho misioneros y cuatro misiones.
En los siguientes años crecieron las escuelas,
los hospitales, e incluso, pudieron comprar dos coches para la misión.
Diez años después de su llegada a Japón, existía ya un buen equipo de
misioneros en cuatro ciudades: Kanonji, Zentsuji, Marugame y Sakaide.
Entre su extensa labor educativa desarrollada durante
aquellos 50 años, Manso destacó como director de parvularios en las ciudades de
Zentsuji, Marugame y desde 1970 en Kanoji, donde recogía a los mismos niños en
autobús. Durante su trayectoria misionera y educativa en el país nipón, más
de 3.000 niños han pasado por las escuelas a él encomendadas, lo que en
2006 le mereció el reconocimiento por el mismo emperador de Japón con la Medalla
de Honor de la Orden del Tesoro Sagrado por su contribución al
bienestar de la nación, cuando contaba con 78 años.
José María Carrera
Fuente:
Religión en Libertad






