19 – Mayo. Viernes de la VI semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 16, 20-23ª
En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
La mujer, cuando
va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da
a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha
nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a
veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese
día no me preguntaréis nada.
Comentario
Jesús encarece a sus discípulos para que
no se vengan abajo al experimentar la tristeza y el desprecio, pruebas por las
que hay que pasar para llegar al gozo final. El mismo Pedro, que se acobardó
por ser reconocido como discípulo del Maestro y luego lloró amargamente su
pecado (cf. Lucas 22,54-62), alabará la actitud valiente de los
primeros cristianos: “Por eso os alegráis, aunque ahora, durante algún tiempo,
tengáis que estar afligidos por diversas pruebas” (1 Pedro 1,6).
La mujer que va a dar a luz asume su
sufrimiento pues sabe que es camino para una nueva vida. Es bien expresiva esta
imagen y tiene la fuerza de evocar momentos destacados de la historia de la
salvación. Ya Dios había dicho a la primera mujer después del primer pecado:
“Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos” (Génesis 3,16).
Pero también Dios, en aquel trágico momento, dijo al instigador del pecado: “Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo” (Génesis 3,15).
Y en la plenitud de los tiempos vino Jesús, nacido de mujer (cf. Ga 4,4).
María, Madre y Virgen, lo dio a luz sin dolor. Pasado el tiempo, al pie de la
Cruz, le llegó a María “su hora”: experimentó el dolor de ser Madre, haciendo
suyo el dolor del Hijo. Pasó a ser así medianera de la Redención. No hubo dolor
como su dolor (cf. Lamentaciones 1,12), pues estuvo colmado por un
amor capaz de cooperar en dar a luz para la vida cristiana a millones y
millones de hombres y mujeres de todas las razas, de todos los tiempos.
Llenos de fe, también nosotros nos
sabemos mirados por Cristo resucitado, y renacidos por medio del Bautismo,
vivimos la vida de los hijos de Dios. Podemos experimentar las pruebas del
dolor y la aflicción, pero no queremos que nada ni nadie nos robe la alegría,
como a menudo nos ha recordado el Papa Francisco. Vienen al caso las palabras
con las que encabezaba su primera Exhortación apostólica: “La alegría del Evangelio
llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” [1].
[1]. Francisco, Evangelii gaudium, n.
1.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei