Décimo primer día: Explicación de las letanías
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| Aciprensa |
Mater inviolada
Madre sin mancha. Las
comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a
la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por
los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del
misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un respetuoso
silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser
concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su
pureza que salir de su tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?
Mater intemerata
Madre sin corrupción. En
efecto, ¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los
decretos eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como
Jesucristo lo fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no
haya debido ni podido estar un instante bajo el imperio del pecado? Igualmente,
San Agustín quería que no se hiciese mención de María cuando se hablara del
pecado. No podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran
doctor; y reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una
Madre que estuvo exenta de toda corrupción.
Ejemplo
El P. de Smet, misionero de la
compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de América del Norte,
abordaba, hace algunos años, a la poblada de los Pottowatomies, que viven sobre
las márgenes de los Osages. Como se descargaba sus efectos, se llevó a bordo a
un muchacho que estaba peligrosamente enfermo. Se hacía tarde ya, y debido al
equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña que el gran jefe le había
preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien, durante la noche, el joven
enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba el dolor impulsaron al P.
de Smet a entrar en su cuarto, con el fin de aliviarlo o de consolarlo. Esta
intención caritativa del misionero conmueve al muchacho, que le abre su
corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una educación del todo cristiana
de uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno de celo. Practiqué mucho tiempo
la piedad y, en especial, siempre tuve una especial devoción por la Madre de
Dios. Hace seis años que viajo por las montañas, en medio de una tribu salvaje,
sin haber encontrado ningún sacerdote y, sin embargo, nunca olvidé a María.
“Sin duda es ella la que me conduce ante usted, hijo mío, respondió el
venerable misionero; ella quiere verificar en su persona las palabras de San
Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano. Créame, aproveche de esta gracia
que le ha concedido. Hace tiempo que no ha purificado su conciencia, tal vez
tenga reproches que hacerse. Comience s confesión”. El muchacho accedió de
buena gana a la invitación del ministro caritativo; se confesó en medio de
grandes sentimientos de piedad y recibió también la Extremaunción. El P. de Smet
supo después que había muerto al día siguiente de su llegada.
Si nos encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber, recurramos a María
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
Fuente: ACI Prensa






