Conoce en oración historias de la Sagrada Escritura que pueden iluminar aspectos de nuestra vida a través de las reflexiones de la comunicadora Luisa Restrepo
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Algunas historias bíblicas (sobre todo las del
Antiguo Testamento) son poco usuales, llenas de acontecimientos difíciles y
grandes dramas. Son personajes que sufren grandes desventuras, con las que, de
algún u otro modo nos podemos identificar cuando los llevamos a la oración.
Les dejo 5 historias que es
ayuden a comprender en qué consiste ir trabajando por nuestra santidad en la
vida cotidiana.
1. Jonás y el gran pez
Jonás
(«paloma») fue hijo de Amitai. Parece un profeta diferente, pues su propósito
primordial no parece haber sido predicarle algo a Israel…
El Señor le ordenó ir a Nínive a prevenir al pueblo de que su
ciudad sería destruida (Jonás 1,1-2).
En vez de obedecer a Dios, Jonás se embarcó para Tarsis. Surgió
una gran tormenta y
Jonás pidió a los hombres que lo tiraran por la borda, pues él era la causa de
la tormenta. Los hombres, muy obedientes, arrojaron a Jonás al agua.
Dios hizo que un gran pez se lo tragara.
Luego
de estar allí por tres días, Jonás se arrepintió y
el pez lo vomitó en tierra (Jonás 2,10).
Aprendida su lección, Jonás fue a Nínive y previno a los ninivitas
que serían destruidos. Fue lanzado de nuevo al mar, sí ¡de nuevo! Pero esta vez
como un hombre que iba hacia su destino, y por esto los
ninivitas se arrepintieron.
Jonás es como nosotros, es como el hijo de la parábola que dice
que no va, pero luego va.
Todos podemos encontrar en Jonás esa
fuerza para ser obedientes a Dios aunque en un primer momento nos escapemos y
nos cueste; aunque dudemos y pongamos en tela de juicio sus planes.
La historia de Jonás es la historia de un hombre que decidió dejar de
correr y comenzar a obedecer.
Me
habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar, una corriente me
cercaba: todas tus olas y tus crestas pasaban sobre mí. Yo dije: ¡Arrojado
estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo?. Me
envolvían las aguas hasta el alma, me cercaba el abismo, un alga se enredaba a
mi cabeza. A las raíces de los montes descendí, a un país que echó sus cerrojos
tras de mí para siempre, mas de la fosa tú sacaste mi vida, Yahveh, Dios mío.
Cuando mi alma en mí desfallecía me acordé de Yahveh, y mi oración llegó hasta
ti, hasta tu santo Templo (Jonás 2, 4-8).
2. José y sus hermanos
Esta es una de las mejores historias que tiene el Antiguo
Testamento.
José fue hijo de Jacob y Raquel. Jacob amaba a José más que a sus
hermanos, por ser el hijo de su ancianidad.
Sus hermanos, cegados por la envidia,
planearon maldades en su contra y lo vendieron como esclavo a Egipto (Génesis
37,28).
Al pobre le pasó de todo. Al principio tuvo miedo y se sintió
abandonado por su Señor, pero luego de un tiempo de purificación y
abandono, el Señor le mostró su presencia y llegó a
ser intérprete
de los sueños de Faraón.
Es
así que José predijo un tiempo de hambre que asolaría toda la región. Fue
nombrado gobernador de Egipto y en los años de abundancia almacenó los
excedentes de alimento.
Llegaban personas de todo lado a comprar provisiones para la
escasez, entre ellos vinieron sus hermanos desde Canaán.
El encuentro de José con ellos fue muy doloroso pero muy reconciliador.
José los perdonó y
su padre Jacob se reunió con ellos en sus últimos años (Génesis 45-46).
La historia de José es increíble. Es
una historia llena de la acción de Dios. Es la historia de nuestra
vida, una vida en la que creemos tenerlo todo controlado, pero en la que, el
amor de Dios quebranta nuestro orgullo y nos muestra un camino diferente.
Cuando pasa esto, sentimos que Dios nos abandona, que nos arrebata
nuestros sueños, pero, al final, descubrimos que su plan es mejor que el nuestro y
que por sus caminos (sin ahorrarnos sufrimientos) se va mejor.
(Y
se echó a llorar a gritos, y lo oyeron los egipcios, y lo oyó hasta la casa de
Faraón.) José dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Vive aún mi padre?» Sus
hermanos no podían contestarle, porque se habían quedado atónitos ante él. José
dijo a sus hermanos: «Vamos, acercaos a mí.» Se acercaron, y él continuó: «Yo
soy vuestro hermano José, a quien vendisteis a los egipcios. Ahora bien, no os
pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me
envió Dios delante de vosotros. Porque con este van dos años de hambre por la
tierra, y aún quedan cinco años en que no habrá arada ni siega. Dios me ha
enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para
salvaros la vida mediante una feliz liberación (Génesis 45, 2 -7).
3. Rut la mujer moabita
Rut, cuyo nombre significa «compañera», fue una mujer moabita.
Después que Noemí y Elimelec, junto con sus hijos Quelión y Mahlón
(por causa del hambre) tuvieron que abandonar su hogar de Belén, Rut se casó
con Mahlón.
Murieron los varones y quedaron viudas Noemí,
Rut y Orfa. Noemí decidió regresar a Belén, y Rut, por el cariño
que le tenía, se fue con ella.
No
tenía porque hacerlo pues no era su obligación. Dejó su tierra y su religión y
abrazó la tierra y la fe de Nohemí.
Cuando llegaron a Belén comenzaba la cosecha de la cebada. Rut
espigó los campos para ganarse el sustento y mantener a su suegra (cosa inusual
en una mujer de la época).
En ese trabajo conoció a Booz, pariente de Noemí,
quien la trató bondadosamente y luego se enamoró de ella.
Booz compró la herencia de Mahlón y así, de acuerdo con
la ley hebraica (Deuteronomio 25, 5-10) adquirió el derecho de casarse con Rut.
Su hijo primogénito fue Obed, quien fue padre de Isaí y abuelo de David.
La historia de Rut es sin duda una de
las historias más bellas sobre una mujer en el Antiguo Testamento.
Rut es modelo de mujer fiel, noble y llena de coraje. El amor
desinteresado de Rut es un amor muy femenino, un amor que
actúa de inmediato ante la necesidad física o espiritual de otro, incluso
cuando resulta inconveniente.
La fidelidad y fortaleza de Rut son comparadas con las de María,
pues de su descendencia proviene Jesús.
No
insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré,
donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios (Rut
1, 16).
4. La madre macabea
El relato bíblico no es tan solo la memoria del valor de los
jóvenes macabeos. Es también una preciosa consideración sobre la madre de
aquellos valientes. Esta madre vio morir en un mismo día, uno a uno, a sus
siete hijos.
En esta historia vemos su grandísima fortaleza de ánimo y la
fuerza de su esperanza.
Por otro lado, en sus labios se colocan algunas expresiones
cargadas de sentido teológico. La madre proclama a Dios como Señor de la vida
humana.
Vincula la fe en el Dios creador con la fe en la
resurrección, y nos ofrece la seguridad que el Dios de la vida
retribuirá con creces a los que han entregado su vida por fidelidad a su
voluntad.
La historia de los siete hermanos
macabeos y su madre es un hermoso relato sobre la fidelidad a la ley del Señor
en momentos de persecución y de prueba.
Admirable
de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir
a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía
la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje
patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus
reflexiones de mujer, les decía: «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas,
ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los
elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre
en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el
espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos
a causa de sus leyes» (2 Macabeos 7, 20-23).
5. El fariseo Nicodemo
Nicodemo
fue miembro del Sanedrín y varón destacado entre los judíos.
Fariseo, de esos que se negaban a creer en Jesús… Aun así solicitó
una entrevista con Él y se sintió confuso cuando este le dijo que
debía nacer
de nuevo, pues tomó el nuevo nacimiento al pie de la letra y no en sentido
espiritual. Jesús, pacientemente, le explicó su
significado (Juan 3, 5-8).
Aunque
de su encuentro con Jesús el Evangelio no nos dice nada más, Nicodemo alzó
la voz en la fiesta de los tabernáculos para defender a Jesús, cuando el
Sanedrín lo acusaba (Juan 7, 50-52).
Cuando Jesús murió, Nicodemo le da «mirra y áloe» para que fuera
sepultado (Juan 19,-39). Quizá por ello lo hayan tildado de seguidor de Cristo.
De ser así, llegó finalmente a ser cristiano «nacido de nuevo».
Nicodemo busca sinceramente la verdad.
Está cansado de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero
muertas, pues sabe que ese modo de pensar le frena para poder comprender.
Nicodemo busca a Jesús y se aventura a
abandonar los esquemas de pensamiento a los que está acostumbrado. Se abre a su
Palabra y deja que Jesús entre y habite en él. Se da cuenta
de que necesita convertirse con humildad.
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por
miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de
Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también
Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de
mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron
en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar (Jn 19,
38-40).
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia