30 – Junio. Viernes de la XII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 8, 1-4
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.
Jesús
le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega
la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Comentario
El evangelio de hoy nos sitúa en
el momento inmediatamente posterior al sermón de la montaña. Al bajar el Señor
del monte “le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso” (vv.
1-2). Sabemos que la lepra era una enfermedad que obligaba al que la padecía a
apartarse de la sociedad y era considerada por muchos como un castigo divino
(Lev 13-14). A pesar de los obstáculos, este hombre consigue acercarse a Jesús,
y pide con total sencillez ser curado de su mal.
Además del rechazo social, el
leproso debió superar también la vergüenza de mostrarse vulnerable y necesitado
de ayuda. Muchas veces, esto es lo que más cuesta cuando se trata de abrir el
alma a alguien que nos pueda ayudar. Tememos ser rechazados o mal comprendidos
y que al final la herida sea más profunda que al inicio. A veces, nos falta la
sencillez del leproso y preferimos conservar en secreto nuestras miserias y
pecados.
El leproso del evangelio de hoy
nos enseña como tenemos que actuar cuando notamos nuestros límites y flaquezas.
Nos indica que el camino más simple es arrodillarnos delante de Jesús, decir
sin afectación cuál es nuestro problema y pedir humilde y confiadamente la
ayuda de Dios, sabiendo ser muy respetuosos del misterio de la libertad de
Dios, que sabe mejor que es lo que nos conviene: Señor, si quieres, puedes
limpiarme (v. 2).
Esta actitud, que podremos poner
por obra tantas veces en la intimidad de nuestra oración, es también la que se
nos invita a tener en el sacramento de la confesión, ya que es ahí donde el
Señor quiere seguir limpiando la suciedad de nuestros corazones. En el
confesionario tenemos la oportunidad de imitar al leproso, arrodillándonos,
confesando nuestra suciedad y esperando con alegría aquellas palabras de Jesús:
Quiero, queda limpio (v. 3).
Martín Luque
Fuente: Opus Dei