La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados
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Ecclesia |
Michael Jordan llevaba
siete temporadas compitiendo en la NBA y, a pesar de sus impresionantes
destrezas personales, no conseguía ganar el torneo. En los dos últimos años
había logrado llegar a la final y ser declarado el mejor jugador de esos
encuentros, pero aún así el gran objetivo se resistía. Fue entonces cuando su
entrenador, Phil Jackson, tuvo
una decisiva conversación con él donde le hizo ver que no era necesario que
fuera el mejor jugador del torneo, pero sí que se centrara en conseguir sacar
lo mejor de los otros cuatro compañeros de la cancha.
No
era la primera vez que Phil le decía algo así, pero sí era la primera que
Michael estaba dispuesto a hacer lo que fuera para cambiar. Si tenía que
entrenar más horas, recoger los balones después del entrenamiento o confiar más
en sus compañeros estaba dispuesto hacerlo. Sus estadísticas personales fueron
parecidas, pero las que cambiaron notablemente fueron las de sus compañeros de
vestuario. Eso les llevó a ganar su primer campeonato y otros dos a
continuación.
¿Lección
aprendida para Michael Jordan? Sí y no. Sabía la teoría y que tenía que luchar
contra el engrandecimiento de su ego en beneficio de sus compañeros. Ahora
bien, a lo largo de su carrera no le abandonó la tentación de buscar el éxito
deportivo basándose principalmente en su talento personal. Por ejemplo, seis
años después, después de volver a las canchas tras su primera retirada, la
actitud de Jordan respecto a sus compañeros era muy combativa y poco
constructiva. Se enfadaba cuando alguien no mantenía la concentración y la
intensidad que él quería. Todos esos roces desencadenaron que pegara un fuerte
puñetazo a un compañero en un entrenamiento. La
tensión en el equipo se hizo patente pero, tras la insistencia del entrenador,
Jordan se disculpó sinceramente con el afectado. Como dijo el entrenador, ese
día «cayeron todas las murallas» para ese equipo y fueron capaces de trabajar
juntos. Al final de temporada, los Bulls de 1996 ganaron de nuevo el campeonato
y terminaron con el mejor récord de la historia de la liga con 72 victorias y
10 derrotas.
El
campo del deporte es una mina de ejemplos similares. Piénsese en el papel que
desarrolló Pau Gasol en
sus últimos años en la selección española de baloncesto, donde sobre todo
arropaba a sus compañeros de vestuario e impulsaba en ellos una mentalidad
ganadora. También hay ejemplos recientes en el fútbol. Puede tenerse un debate
sobre si Ronaldo es
mejor que Messi, pero es indiscutible
que el argentino hacía mejores a sus compañeros mientras que Cristiano destacaba
por sus cualidades individuales. El caso de Zidane, más
de lo mismo.
El
liderazgo en la Iglesia
El
verdadero líder no es el que tiene el carisma de hacerlo todo bien, sino sobre
todo el que está centrado en sacar lo mejor de las personas que tiene
alrededor. Como es evidente, este mensaje conecta directamente con la actitud
cristiana de verdadero servicio. Si un pastor -sea obispo, sacerdote o miembro
de cualquier institución de la Iglesia- centra su atención en las necesidades
ajenas y se desvive por solucionarlas o paliarlas del mejor modo posible, muy
probablemente será tenido en consideración por aquellos a los que trata de
ayudar.
Mucho
se ha escrito sobre el liderazgo en las últimas décadas, especialmente en el
ámbito empresarial. Las escuelas de negocio y los gurús del coaching han
analizado las características de los mejores líderes y han desentrañado
pormenorizadamente esas cualidades. Hay buenas noticias: casi todo lo que hace
bueno a un líder, se puede aprender. Evidentemente hay aptitudes que a uno le
vienen dadas por naturaleza, pero lo verdaderamente decisivo son los hábitos
que uno lucha por adquirir. La cuestión es saber cuáles son y, sobre todo, ver
si uno está dispuesto a adquirirlos.
Vivimos
una época en la Iglesia en la que el Papa Francisco ha
denunciado en numerosas ocasiones los abusos del clericalismo. Sin duda esta
palabra se ha usado tanto y con tantos matices, que su significado corre el
riesgo de desdibujarse en gran medida. La segunda acepción que recoge el
diccionario de la RAE señala que el clericalismo es la «marcada afección y
sumisión al clero y a sus directrices». Evidentemente el término tiene una
connotación negativa, pues está suponiendo una obediencia en asuntos que no son
apropiados al ámbito en el que sí deben mandar. Por eso, cuando un líder en la
Iglesia recomienda y promueve la verdadera doctrina y las buenas costumbres, es
lógico seguir sus recomendaciones.
La
dificultad llega cuando hay que obedecer disposiciones concretas. Por ejemplo,
en la Iglesia, a primera vista, todo el mundo está de acuerdo en evangelizar,
otra cosa es cómo debe hacerse exactamente. Ahí las diferencias hacen acto de
presencia a nada que uno pregunte a las personas que están bajo su cargo qué
debe hacerse en concreto. En ese momento, la diversidad de opiniones se hará
patente y es entonces cuando se verá si el que está al mando es un verdadero
líder. De poco servirá imponer la propia opinión, pues cada vez es más
necesario ejercer un liderazgo capaz de aunar fuerzas, sacar lo mejor de todos
y poner en marcha iniciativas eficaces.
La
Iglesia es y será siempre jerárquica, pero eso no basta para que sus
responsables consigan sus objetivos. Ponerlos por escrito en un plan de acción
pastoral no asegura nada. Es un paso importante, pero ni siquiera es del todo
necesario o, por lo menos, no es lo más decisivo. Si así fuera, la Iglesia en
España florecería copiosamente. En cambio, la voz del Espíritu Santo sopla con
fuerza en muchas realidades de la Iglesia, saltándose los planes del mejor
planificador.
Los
mejores líderes cristianos
En
la historia de la Iglesia católica no han faltado líderes fabulosos que han
sabido encarnar en sus vidas los ideales cristianos. Hablamos de los santos.
Muchos de ellos adquirieron puestos de responsabilidad y liderazgo como obispos,
sacerdotes, reyes o impulsores de las más diversas instituciones. Con su
conducta mostraron a sus contemporáneos el rostro de Cristo y supieron
aterrizar el mensaje cristiano en su tiempo.
La
autenticidad de sus vidas inspiró a muchas personas y, sin duda, todos los que
leen estas líneas saben que el secreto de su éxito estaba en su vida interior.
Esa era la raíz de su eficacia. Por eso, un líder cristiano necesita también
ayuda para llevar a cabo su misión.
Las
cualidades de un líder católico
Cuando
me disponía a escribir esta parte del artículo, recurrí por curiosidad a la
famosa inteligencia artificial ChatGPT para ver qué decía. Concretamente, le
pregunté qué cualidades necesita un líder católico. Transcribo su sorprendente
respuesta sin cambiar una sola coma:
«Las
cualidades que se consideran importantes para un líder católico varían en
función de las circunstancias y las necesidades de la comunidad en la que se
encuentre. Sin embargo, hay algunas cualidades generales que suelen ser
valoradas en un líder católico. Aquí hay algunas de ellas:
√
1. Fe y espiritualidad: Un líder católico debe
tener una sólida fe en Dios y una profunda vida espiritual. Debe estar
comprometido con los principios y enseñanzas de la Iglesia católica y vivir de
acuerdo con ellos.
√
2. Integridad y honestidad: Un líder católico debe
ser un ejemplo de integridad y honestidad en su vida personal y en su
liderazgo. Debe ser transparente en sus acciones y palabras, y actuar de
acuerdo con los valores cristianos.
√
3. Humildad: La humildad es una cualidad
importante en un líder católico. Debe reconocer que su liderazgo no se basa en
su propio poder o habilidades, sino en la gracia de Dios y en su servicio a los
demás.
√
4. Compasión y empatía: Un líder católico debe
tener compasión por los demás y mostrar empatía hacia aquellos que sufren. Debe
estar dispuesto a escuchar y ayudar a aquellos que necesitan apoyo y
orientación.
√
5. Sabiduría y discernimiento: Un líder católico
debe buscar la sabiduría y el discernimiento a través de la oración y la
reflexión. Debe tomar decisiones informadas y guiadas por el Espíritu Santo.
√
6. Caridad y servicio: Un líder católico debe
ser caritativo y servicial hacia los demás. Debe mostrar amor y preocupación
por los más necesitados y estar dispuesto a trabajar por la justicia y la paz.
7.
Liderazgo auténtico: Un líder católico debe
ser un modelo a seguir para los demás. Debe inspirar a los demás a vivir una
vida de fe y a seguir los valores cristianos a través de su ejemplo personal y
su liderazgo efectivo.
Estas
son solo algunas de las cualidades que se consideran importantes en un líder
católico. Es importante tener en cuenta que nadie es perfecto y que el
crecimiento y desarrollo en estas áreas son un proceso continuo en la vida de
un líder católico».
Hasta
aquí la transcripción literal de ChatGPT. Sin duda es una buena descripción
para situarse, pues en el fondo destaca cualidades como la fe auténtica, la
prudencia de juicio y la santidad personal.
El
liderazgo que propuso Jesucristo
Hablando
con Antonio Moreno,
delegado de medios de la diócesis de Málaga, comentaba cómo «Jesús define muy
bien en qué consiste el liderazgo en general, que también incluye el liderazgo
de un pastor en la Iglesia. Cuando en la última cena se puso a lavar los pies a
los apóstoles, realizó un gesto tan llamativo que quedó para siempre grabado en
sus corazones. «No he venido a ser servido sino a servir». Punto y final del
asunto. Mensaje nítido, entendible por todos, sin necesidad de grandes
interpretaciones».
Esta
escena evangélica presenta lo primero y más esencial que debe tener un líder:
coherencia personal, ejemplaridad. «Y esta idea —sigue comentando Antonio— vale
para el clero y para los laicos; para creyentes y no creyentes; para vivirlo en
la familia, en la empresa o en la paternidad espiritual. Un padre de familia no
trata de ejercer su liderazgo en la autoridad jerárquica sino con el ejemplo y
el espíritu de servicio, aunque en ocasiones será inevitable corregir y poner
límites».
Sor
Leticia, responsable de el
reto del amor que envían cada día las dominicas de Lerma,
subraya que el liderazgo implica coherencia. «En una sociedad en la que la
fidelidad no es un valor que cotice al alza, mostrar coherencia con los ideales
es algo que arrastra. No importa que la coherencia no sea perfecta, nunca lo
será. Los seres humanos tenemos pecado original y somos débiles. No tenemos que
tener miedo a mostrar nuestra debilidad, errores y limitaciones. En el reto del
amor notamos la reacción positiva de los lectores cuando hablamos de la
importancia de pedir perdón por nuestros errores. Mostrar nuestra humanidad
imperfecta no nos resta autoridad, al contrario, nos la da. Tú no tienes que
ser fuerte, tienes que dejar que Cristo sea fuerte en ti».
Aprender
a delegar
Aunque
la propuesta que hacía ChatGPT era
bastante acertada uno de los puntos que parece que se le ha escapado tiene que
ver con la importancia de aprender a delegar en otras personas el trabajo
apostólico y de gestión. Es algo que subraya el padre Joaquín
Hernández, párroco de San Clemente Romano, en Villaverde. Nos cuenta cómo
aunque su formación fue muy buena, no incluyó instrucciones sobre la gestión de
equipos de trabajo. «Es esencial para un párroco ser consciente de que no sabe
hacer de todo y, aunque supiera, es imposible encargarse él solo de la gestión
de mil asuntos materiales y pastorales. Los sacerdotes corremos el riesgo de vivir
consumidos por muchos frentes de actividad, hemos sido educados para
entregarnos, es nuestra vida. Pero necesitamos cuidar nuestra oración,
relaciones y descanso; y no siempre tenemos tiempo. No se trata de no vivir
cansados, sino de no quemarnos».
Llegar
al agotamiento es algo que puede ocurrir con facilidad, especialmente entre
gente trabajadora y responsable. La actitud abnegada que tienen muchos
sacerdotes, favorece que su entrega ocupe toda la jornada y no deje tiempo para
un mínimo descanso personal. La única solución que parece posible también la
expone el padre Joaquín: «Para poder llevar una vida ordenada es imprescindible
contar con equipos de laicos a los que asignarles sus funciones propias. Para
hacer esto hace falta aprender, no viene dado. El activismo en el que todo
pivota sobre el sacerdote es un modo de clericalismo. Cuando el sacerdote
empieza a asignar funciones, comienza a tener tiempo para hacer lo que solo él
puede hacer: gestionar el pastoreo de su parroquia, cuidar sacramentalmente,
preparar las homilías y la enseñanza y acompañar a las personas».
Dejar
que los demás tengan protagonismo y hagan las cosas a su modo es algo que no
sale de primeras a casi nadie, sin embargo, el éxito de muchas iniciativas
pastorales que han partido que han partido de la base (si se me permite hablar
así) muestra que el verdadero impacto pastoral muchas veces viene sin que se
organice desde arriba y sin contar con medios materiales. Piénsese, por
ejemplo, en dos iniciativas sacerdotales que están teniendo mucho eco en
nuestro país: las meditaciones de los 10 minutos con Jesús o los vídeos del
canal de YouTube de La sacristía de la Vendée.
Contar
con los laicos
Desde
el Concilio Vaticano II se oye hablar mucho de que ha llegado la hora de los
laicos, pues muchos de ellos están más formados que nunca y tienen una práctica
sacramental y vida de oración intensas. A ellos les corresponde evangelizar las
realidades seculares; la familia, la cultura, la política y todo el inmenso
panorama del trabajo. «Guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la
santificación del mundo desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan
manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de
su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de
manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades
temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar
se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y
del Redentor» (Lumen Gentium, 31).
El decreto Apostolicam actuositatem,
la exhortación postsinodal Christifideles
Laici y otros muchos documentos del magisterio pontificio hasta
nuestros días desarrollan estas ideas.
Ahora
bien, cabe hacer un examen de conciencia sobre cómo los pastores están
exhortando a los laicos a asumir este reto y cómo lo están acogiendo los
propios laicos. Evidentemente no se trata de echarse culpas unos a otros, sino
de ver qué podemos mejorar para poner la barca de Pedro a punto.
Lo
cierto, es que la mayoría de las veces que se aborda el papel de los laicos en
la Iglesia se hace para plantear cómo debe ser su trabajo en la Iglesia de
puertas adentro, ya sea en su labor en las parroquias o en los órganos de
gobierno diocesano o vaticano. Y cuando se habla del papel de los laicos en el
mundo se hace como si fueran la longa manus de la jerarquía en el mundo. Hace
falta una espiritualidad auténticamente laical (o como se la quiera llamar) que
aumente la temperatura espiritual de los laicos y les haga consciente de su
responsabilidad personal para llevar a Jesucristo a sus familias, lugares de
trabajo y otros ámbitos de socialización.
Por
otro lado, hay que aprender del papel tan decisivo que están teniendo los
laicos en algunas realidades eclesiales. Habitualmente se hablaba del Camino
Neocatecumenal o el Opus Dei, pero hoy día también cobran mucho impulso
organizaciones como Hakuna, Effetá, Emaús o los movimientos carismáticos. Por
supuesto, también crecen parroquias con pastorales juveniles muy vivas y en
crecimiento.
Ante
todo este rico panorama, los líderes de la Iglesia deben alentar a muchos
grupos sin desdibujar sus carismas y mostrando siempre a todos los fieles la
riqueza que encierra la diversidad de la Iglesia.
Fuente:
Ecclesia