Durante años la Domus ha sido un puente entre el judaísmo y el cristianismo
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| Cantando 'Shema Irael' en el auditorio de la Domus Galilaeae. Foto: captura canal Youtube Yochai Wolfin. |
Definida como "una de las cosas que hay que ver para
los que van a Tierra Santa" y
"un instrumento y lugar privilegiado de diálogo", más de veinte años
después de su construcción en las laderas del Monte de las Bienaventuranzas, la Domus Galilaeae se ha
consolidado como paso
obligado para peregrinos de todo el mundo, pero también como destino
para muchos visitantes judíos (grupos, familias y estudiosos) que han
encontrado en ese lugar y en la comunidad que allí vive una acogida
extraordinaria y la oportunidad de un diálogo rico y fructífero.
De hecho, durante años la Domus ha sido un puente entre el judaísmo y el
cristianismo. Las grandes tablas de piedra de la Ley, grabadas con los Diez
Mandamientos escritos en hebreo y latín, que se alzan en el atrio central
conectan idealmente el Sinaí, la montaña del don de la Torá, con el Monte de
las Bienaventuranzas, el lugar donde Jesús de Nazaret pronunció su sermón más importante.
Más de veinte años después de su construcción, la editorial Chirico publica
un libro dedicado a la
historia, la misión y el significado del Centro Internacional Domus
Galilaeae.
La descripción de la situación geográfica con la que comienza el
libro es suficiente para estremecer al lector: "La Domus Galilaeae se alza
en la región de Galilea,
en el Monte de las
Bienaventuranzas, cerca de Korazim, y goza de una vista particularmente
impresionante del lago de Galilea, por encima de Tabgha (el lugar de la primera
multiplicación de los panes) y de Cafarnaún. El complejo se levanta justo al
lado de la carretera que en la antigüedad unía Korazim, situada en la montaña,
con Cafarnaún, a orillas del lago". El centro se eleva 300 metros por encima del nivel
del lago y de las ciudades de Cafarnaún y Tabgha.
La estructura está construida en torno a un gran atrio que atrae la luz de
numerosas ventanas. Desde aquí se accede a un claustro con una fuente rodeada por una columnata. Una capilla con un gran
fresco del Juicio Final y el Santuario de la Palabra son los dos corazones
palpitantes de la casa, que cuenta con una sala de conferencias (con capacidad
para 300 personas), un gran refectorio y 100 habitaciones situadas en varios
niveles, todas ellas orientadas hacia el lago. Se dedica un amplio espacio a la Biblioteca, coronada por una
cúpula de cristal y presidida por un gran rollo de la Torá -el libro de los
libros- del siglo XVII, donado por el arzobispo André-Joseph Léonard al Camino
Neocatecumenal y procedente del norte de África.
En el origen del proyecto está el deseo de Carmen Hernández (1930-2016),
coiniciadora del Camino Neocatecumenal, de crear un centro de espiritualidad para sacerdotes y fieles
laicos en Tierra Santa. Su amor por Israel nació a raíz de una peregrinación
que realizó con una amiga entre 1963 y 1964. El reciente libro de don Francesco Voltaggio y
don Paolo Alfieri titulado Están
en ti todas mis fuentes. La Sierva de Dios Carmen Hernández en Tierra Santa
(1963-1964) está dedicado a la época de esa peregrinación,
realizada en medio de una crisis vocacional con el objetivo de profundizar las Sagradas
Escrituras y caminar siguiendo las huellas de Jesús, y recoge las
notas, los relatos, las anécdotas y las fotos de esa experiencia histórica.
Sin embargo, nada habría sido posible sin el diseño y la
realización de Kiko Argüello, que puso
todo su genio artístico en
el proyecto de la casa con especial atención a cada detalle: desde el aspecto
arquitectónico al iconográfico, pasando por la elección de los materiales, como
confirma en su presentación el padre Rino Rossi, sacerdote misionero que ha dirigido las obras y
gestiona la casa desde el principio: "Kiko sintió una llamada del Señor
para poner su arte al
servicio de la Iglesia. Como testigo desde el principio, puedo confirmar
que toda la estructura, el diseño, la combinación de materiales, el
revestimiento exterior, el mobiliario, el color de las alfombras, el uso del
cristal para poder disfrutar de la naturaleza circundante, todos los detalles
más pequeños fueron objeto de la atención y el trabajo de Kiko, acompañado por
un equipo de arquitectos". Asistido por un equipo de arquitectos y
pintores, Kiko supervisó y dirigió la construcción para crear un lugar donde la
belleza exprese acogida e invite a los peregrinos al recogimiento.
Un aspecto poco considerado, o quizá poco conocido, es el motor
que anima y concreta la misión de la estructura: su capital humano. Lo que hace
de la Domus un lugar vivo -y no un mero lugar de recuperación y descanso para
peregrinos- es la comunidad
cristiana que la habita.
Desde sus orígenes, la Domus se ha regido por el servicio de voluntarios que han
dejado sus hogares, sus trabajos y sus familias de origen para dedicarse en
cuerpo y alma a esta misión particular. Familias enteras (como la de la
cocinera, la enfermera jefe o el responsable de la logística) o chicos o chicas
de manera individual (más o menos jóvenes) han dado vida al centro, formando
una verdadera comunidad cristiana que comienza el día con el rezo de Laudes y
lo termina con la celebración de la Santa Misa, compartiendo las comidas pero
también sus luchas personales y familiares. Algunos de ellos han dedicado años,
décadas, a esta misión, otros han participado durante periodos más cortos
"sacrificando" sus vacaciones o permisos especiales para poner sus
habilidades profesionales o simplemente su trabajo al servicio de la Iglesia.
¿Y cómo no recordar todos aquellos fieles que han contribuido con sus donativos a la
construcción y mantenimiento de esta gran obra?
Escrito por Paola
Cesca, miembro del Camino Neocatecumenal de la diócesis de Milán, profesora
de religión en la escuela pública y madre de ocho hijos, el libro es el
resultado de muchos años de trabajo e investigación y se presenta más como un estudio que como una obra
de divulgación. Son numerosas las citas de fuentes arqueológicas, bíblicas y
extrabíblicas, de los Padres de la Iglesia de Oriente y Occidente y del
Magisterio de la Iglesia, así como de artistas, filósofos e iconógrafos que han
abordado el tema de la
estética y la belleza. Pero el texto, enriquecido por un importante dossier fotográfico,
consigue sumergir al lector en el extraordinario entorno de la región de
Galilea y es, para quienes han visitado esos lugares y ese lugar, ocasión de un
recuerdo agradecido con el deseo de volver a disfrutar de esa paz que la
belleza consigue traer al corazón.
Al abordar el tema de la renovación estética de los espacios
celebrativos como instrumento de evangelización, tan deseado por Kiko Argüello,
el libro hace un recorrido
crítico por el arte cristiano moderno. La belleza conduce al descubrimiento
de Dios, artista y autor de toda belleza y bondad. Así lo afirmó el teólogo Hans Urs Von Balthasar en
su gran obra Gloria. Por eso, la belleza de
las iglesias y las salas litúrgicas eleva el espíritu, influye en el alma y
ayuda a entrar en la oración y la contemplación de Dios.
La crisis del arte cristiano moderno es bien conocida, y el
erudito Timothy Verdon,
historiador del arte especializado en arte sacro cristiano, no ha ahorrado
críticas a las "muchas y feas
iglesias creadas en los treinta años transcurridos desde el
Concilio".
Kiko siempre ha tratado de expresar un nuevo lenguaje, tanto en el arte figurativo como en la
arquitectura, inspirándose en el gran bagaje artístico de la Iglesia (en
especial de la Iglesia oriental), sin despreciar por ello los logros del arte
contemporáneo. Lo ha hecho en el contexto de la reforma litúrgica deseada por
el Concilio Vaticano II para favorecer las celebraciones de la comunidad
cristiana en oración.
La Providencia ha querido que en la Domus se realizara el sueño de San Carlos de Foucauld,
cuya experiencia influyó
decisivamente en el camino de conversión de Kiko y en su elección de ir
a vivir a los pies de los pobres. El "hermano universal" pasó tres
años de su vida, de 1897 a 1900, en Nazaret viviendo en la clandestinidad y el
servicio. En 1900 expresó el deseo
de comprar el terreno del Monte de las Bienaventuranzas, que había sido puesto
en venta, para establecer allí el Santísimo Sacramento: "Creo que es mi
deber esforzarme por comprar el probable emplazamiento del Monte de las
Bienaventuranzas, asegurar su posesión para la Iglesia entregándolo a los
franciscanos, y procurar construir un altar donde, a perpetuidad, se celebre
misa todos los días, y Nuestro Señor permanezca presente en el Sagrario".
Hoy, una pequeña capilla domina la impresionante vista del lago de
Galilea (o de Korazym), donde está expuesto el Santísimo Sacramento, presencia real de quien eligió esa
franja de tierra rocosa para cumplir la misión del Padre: manifestar el amor
infinito del Creador y ofrecer la posibilidad de una Vida nueva.
Publicado en In Terris.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Por Miguel Cuartero Samperi
Fuente: Religión en Libertad






