2 – Agosto. Miércoles de la XVII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 13,
44-46
El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El
reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que
al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
Comentario
Jesús va hablando del Reino de
los Cielos mediante parábolas y comparaciones claras y sencillas, muy gráficas,
que pueden ser recordadas con facilidad, y que permiten volver sobre ellas una
y otra vez para sacar consecuencias y concretar propósitos.
Dios tiene un plan para cada
persona, para cada uno de nosotros, para hacernos felices en su Reino y
trabajando por su Reino, que se concreta en la propia vocación personal. A lo
largo de la vida nos va desvelando sus planes hasta que llega el momento en que
nos encontramos de frente con ese regalo preparado desde toda la eternidad.
Somos libres y podemos acogerlo o rechazarlo.
De una parte, percibimos la
hermosura del horizonte que se abre ante nosotros. De otra, las renuncias que
implica dejar todas las cosas para dedicarnos con todas las fuerzas a aquello
que el Señor nos pone por delante. Jesús, presentándonos la reacción lógica de
quien encuentra un tesoro escondido o una perla preciosa, nos ayuda a decidir.
La llamada de Dios es algo
preciosísimo. “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina -dice san
Josemaría-, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida.
Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso,
que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con
la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo
de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”[1].
Por eso, san Josemaría nos hace
notar que “es pues nuestra llamada, cuando la hemos sabido recibir con amor,
cuando la hemos sabido estimar como cosa divina, una piedra preciosa de valor
infinito. Esta llamada es un tesoro escondido que no encuentran todos. Lo
encuentran aquellos a quienes Dios verdaderamente elige: se pedirá cuenta de
mucho a quien mucho se le entregó”[2].
Hoy, las palabras de Jesús nos
hacen caer en la cuenta de lo valioso que es lo que Dios nos ofrece cuando nos
llama, y nos invitan a considerar que vale la pena jugarse todo por conseguirlo:
es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el
tesoro hallado en el campo.
[2] Ibidem, nn. 9-10.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei