27 – Agosto. XXI Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 16, 13-20
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que
no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Comentario
Con cierta frecuencia aparece en
los evangelios la cuestión sobre la identidad de Jesús, un misterio que los
contemporáneos de Jesús no sabían descifrar y que la Iglesia tardaría tiempo en
definir doctrinalmente. En esta ocasión, durante una estancia en los contornos
de Cesarea de Filipo, Jesús mismo pregunta a sus discípulos quién es Él, según
las gentes y según ellos mismos. Los apóstoles le responden que algunos lo
consideran “Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de
los profetas” (v. 14). Se evidencia de este modo la limitada capacidad humana
para entender la identidad y la misión de Jesús, a quien confunden con algún
profeta; incluso con Juan Bautista, que ya había fallecido.
Pero “no ocurre así con Pedro
–explica el Catecismo de la Iglesia− cuando confiesa a Jesús como ‘el Cristo,
el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16) porque Jesús le responde con solemnidad
‘no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos’ (Mt 16, 17)”[1]. Con esta
sentencia, Jesús aclara que el misterio de su Persona solo se comprende si Dios
Padre lo da a conocer; o más bien, cuando nos hace cada vez más capaces de
conocerlo. Por un designio divino, Pedro ha recibido del cielo esta revelación
y está en disposiciones de confesarla.
“Simón Pedro encuentra en su boca
palabras más grandes que él, palabras que no vienen de sus capacidades
naturales –explica el Papa Francisco−. Quizá él no había estudiado en la
escuela, y es capaz de decir estas palabras, ¡más fuertes que él! Pero están
inspiradas por el Padre celeste (cf v. 17), el cual revela al primero de los
doce la verdadera identidad de Jesús: Él es el Mesías, el Hijo enviado por Dios
para salvar a la humanidad. Y de esta respuesta, Jesús entiende que, gracias a
la fe donada por el Padre, hay un fundamento sólido sobre el cual puede
construir su comunidad, su Iglesia. Por eso dice a Simón: ‘Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’ (v. 18)”[2].
Jesús podía haber elegido como
fundamento para su Iglesia a muchos otros hombres quizá más influyentes y
capaces que Pedro desde el punto de vista humano. Sin embargo, eligió a Simón,
el pescador, en quien los demás discípulos reconocieron al vicario de Jesús, y
el primero entre todos.
Comentando esta escena, el papa
san León Magno ponía en boca de Jesús unas palabras que explican el primado de
Pedro, su participación en el poder de Jesús y su continuidad a lo largo del
tiempo: “Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo
ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: Yo, que soy la piedra
inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa,
yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti,
Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma
que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación
conmigo. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Sobre esta fortaleza —quiere decir— construiré el templo eterno y la
sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la
firmeza de la fe de Pedro”[3].
El amor al Papa, sea quien sea,
es por eso una característica fundamental de todo cristiano. San Josemaría lo
explicaba así: “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración,
tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el
Vice–Cristo en la tierra, para el Papa. -Hemos de pensar los católicos que,
después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del
amor y de la autoridad, viene el santo Padre”[4].
[2] Papa Francisco, Ángelus, 27 de agosto de 2017.
[3] S. León Magno, Sermo 4 in anniversario ordinationi suae 2-3.
[4] San Josemaría, Forja, n. 135.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei